Capítulo XII

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AMAIA:

Lo sucedido hacía dos semanas en mi habitación, había sido un vuelco en mis, ya de por sí, convulsas emociones. Parecía haber despertado de mi letargo creativo, tanto que todos los días era capaz de ir, con al menos, un par de folios de ideas para algo nuevo. Me gustaba cuando sonreías ya que me veías tan ilusionada porque las cosas estaban empezando a funcionar. Claro que cuando tú sonreías y yo pensaba que detrás de esa coraza había alguien muy especial, luego me preocupaba por si todo era una pura fachada para que no te dejara en la estacada. Por eso me encargo de rehuirte a todas horas. Sé que está a punto de pasar, por cómo me miras mientras escribo en el cuaderno.

—Amaia, me preguntaba si esta noche querría... —tu voz suena muy confidente.

—No, lo siento, esta noche tengo que ordenar mis ideas —dije parándote los pies en seco, como siempre—. Quizás en otro momento.

—Sí, otra vez será.

Noto cierta decepción en tu gesto. Llevo evitándote catorce largos días. Me has propuesto ir al cine, al teatro, a dar una vuelta por Barcelona, a algún concierto. Y todas mis respuestas han sido que no. Y tengo que confesar que eso quiere decir solo una cosa: que me estás empezando a despertar sentimientos encontrados. Porque me demuestras que detrás de la coraza de cabrón empedernido hay un tipo con un corazón que no le cabe en el pecho. Generoso, amable, buena persona. Incluso he conseguido que no pases de mí en las comidas y en las cenas.

Trato de no cruzarme contigo, porque todo termina en situaciones surrealistas para lograr evitarte. Sé que ahora después de la cena, tratarás de pillarme por banda y cuando me quiero dar cuenta, soy consciente de que hoy nos toca recoger la cocina. Trato de no mirarte, de no concentrarme en tus palas separadas. Pero lo hago rápidamente. Incluso me he empezado a fijar en otras partes de ti, que son difíciles de pasar por alto. Tienes un culo que sí que llama la atención, al contrario de lo que yo creía.

—Lleva evitándome dos semanas.

—No, es solo que...

—Está muy ocupada, lo sé —suspira mientras limpia la suciedad de los platos en la pila—. ¿No estará molesta por algo más?

¡Pues claro que estoy molesta por algo más, joder! Si Gabriela no nos hubiera llamado en una noche de hace dos semanas para cenar, no sé cómo habríamos terminado. Desde entonces no soy capaz de sacar ese abrazo de mi cabeza. Y eso me preocupa por el simple motivo de que hace muchos años que no tengo nada serio y tampoco me había planteado la posibilidad, hasta hace catorce días, de que fuera contigo. No por nada, dicen que soy una mujer fatal. Pasar un buen rato juntos, pocas veces dormir juntos, y despedirnos siempre sin resentimientos para, seguramente, no volver a vernos nunca. Así que, sí, estoy un poco molesta.

—No, es solo que se me ha trabado la idea. Nada más.

Lanzas una breve sonrisa, creo que te das cuenta de que miento peor que nadie en esa casa. La otra noche te escuché hablar sobre tu cansancio de que te evite y, te prometo, que me gustaría no hacerlo pero cuando me lo propongo a la mañana siguiente, soy incapaz de no evitarte. Me muero de la vergüenza de saber que alguien está despertando sentimientos que estaban tan enterrados en mí y que no dejan de perseguirme durante todo el día mientras permanezco despierta. Ahora, te agradezco que hayas despertado en mí una creatividad que ya creí que se había perdido entre tanta bazofia.

Tengo dudas sobre con quién comentar lo que me está pasando, y todas mis opciones son descartadas casi al mismo momento que aparecen. Saco a mi hermano de la lista porque va a pensar que estoy desesperada por echar un buen polvo, que lo estoy. Después retiro a Aitana, le va a poner a caer de un burro como es costumbre cuando aparece su nombre. Luego tiro para atrás el teléfono de Miriam por la simple razón de que mi confianza con ella no es tan grande como para contarle que cuando te veo, tengo ganas de hacer contigo de todo menos cosas relacionadas con la música. Y así, sucesivamente, hasta que todos los números desaparecen de mi pensamiento.

Promesas que no valen nadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora