Capítulo XLII

1.9K 136 294
                                    

AMAIA:

No estaba preparada para esa visita, era todo lo que mi mente repetía de manera constante mientras volvía a otear las agujas del reloj corriendo lentamente en la cocina. Noté su caricia en mi espalda y me sentí extraña. Vale, estaba en mi casa. Pero, a ojos de casi todo el mundo, yo seguía viviendo en Madrid con mi mejor amiga y no estaba preparada para contárselo a nadie todavía. Ni siquiera mis padres sabían que me había mudado con Alfred a Barcelona.

—Va a ir todo bien —comentó Alfred sonriéndome y achinando los ojos—. Y si va mal, puedo sacar mi carácter borde y echarla de casa.

Y sabía, a la perfección, que era capaz de cumplirlo sin remilgos. La relación entre ellos parecía estar estancada en el punto en que no se trataban pero parecían soportarse en mi presencia. Y me dolía. Porque en la última visita que hicimos a Madrid, Alfred se mostró medianamente encantador y ella buscó todas las formas de encontrarle sus cosquillas. Y era una situación demasiado incómoda para todos.

—Estoy un poco asustada. Por todo en general.

Por supuesto, no era la primera vez que pasaba por una relación. Pero sí era la primera ocasión en que Aitana parecía dispuesta a que todo terminara mal. Me sentía incómoda, extraña. Y tampoco me eran ajenos todos los rumores de la prensa. Que si hoy nos habían visto juntos por Barcelona, que si al día siguiente a él le habían visto en otro punto de la geografía del país con otra chica de fin de semana, que si a mí me han vuelto a ver con Gustavo.

Estaba un poco cansada de todo eso. Y también muy asustada. Porque la prensa no había abandonado el puesto que parecían tener montado debajo de casa después de la separación de la ex de Alfred. Y me sentía un poco extraña con toda la situación. Y él, sin embargo, parecía haberse acostumbrado a su presencia allí casi todas las horas de día, como si no pasara nada fuera de lo común. Pero yo nunca había pasado por algo así, al menos siendo consciente en todo momento.

—¿Crees que en algún momento se irán? —dije mientras fijaba mi vista en la acera de enfrente dónde estaban apostados todos aquellos periodistas—. Llevan aquí casi dos meses.

—A ellos también puedo echarles —y sonrió.

—¿Vas a llamar a la policía? —pregunté con cierta alarma.

—No, cielo —y me abrazó por detrás apoyando su barbilla en mi hombro—. Ya sabes que yo uso otro tipo de métodos. Y por lo general, esos métodos nunca llevan con ellos mis buenas pulgas...

Alfred estaba empezando a transformarse de cara al público y yo sabía, casi lo podía palpar con la punta de los dedos, que Aitana podría ser un buen banco de pruebas de cara a lo que la gente esperaba de él. Digamos que si eres capaz de convencer a tu peor enemigo de que eres un buen tipo, hacerlo con el resto del mundo será una cuestión de lo más sencillo. O eso creía yo...

—Se cansarán, ¿verdad? —y noté la angustia en mi voz.

—Lo harán, porque no hay nada de lo que puedan sacar algo en claro. Ni yo he visto a mi ex, ni ella tiene mucho para contar de mí —y me dio un largo beso en la mejilla—. Pero deberías dejar de pensar en eso. Porque no es, en absoluto, importante. Que hablen tanto como quieran. Al final, el tiempo nos acaba poniendo a cada uno en nuestro sitio.

Faltaban casi dos horas para tener que ir a buscar a Aitana a la estación. Y allí estábamos Alfred y yo cuando la megafonía anunció la llegada de su tren. Noté su mueca de desagrado al vernos allí a los dos. Aitana, como yo, era incapaz de disimular.

La di un largo abrazo. Lo supe en aquel preciso instante. Ella tampoco estaba por la labor de conocer al verdadero Alfred en aquella ocasión. Y sentí cierta decepción. Aunque él puso su mejor cara mientras la daba una palmadita en la espalda, cargaba con su equipaje y la dio dos besos de puro compromiso, que ella aceptó de mala gana.

Promesas que no valen nadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora