Capítulo 30.5

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Las flores nocturnas impregnaban  el aire con un aroma a chocolate  y era maravilloso

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Las flores nocturnas impregnaban  el aire con un aroma a chocolate  y era maravilloso.

Tomé  la mano que Ethan  extendía hacia mí, sin comprender muy bien aún qué  estaba pasando, él  me envolvió  con su brazo, hasta que nuestros pechos  quedaron juntos, y depositó  un suave beso en mi frente.

Dios. Amaba los besos en la frente.

—Estas preciosa, amor. —Susurró  con sus labios ahora en mi mejilla.—Son para ti.—Me entregó  un ramo de rosas rojas y rosas.

¿Estaba soñando?

—Gracias. —Mi voz salió  en un susurro ronco.

Sentía como si mi pecho estuviera en un puño, al tiempo que las mariposas  que alguna vez habían sido mutiladas por los filosos rechazos de Ethan, ahora renacían con alas de metal libiano, y revolotean  alegres en mi estómago.

—Estan muy lindas. —Volví  a decir cuando la intensa mirada se Ethan  no se iba de mi rostro. Me alejé  un poco para poder mirar todo lo que había.

La mesa con velas,  las bombillas como luciérnagas, la pequeña fuente a un lado de nosotros, las innumerables  flores de distintos colores, el cartel e Ethan: todo era un hermoso conjunto, y cuando mis ojos conectaron con los del chico frente a mí; supe que no habría forma de escapar ahora.

Había  caído de nuevo; completa e irrevocablemente  enamorada de Ethan  Thornner.

¿De cuántas  maneras esta permitido amar a alguien?

—Candace. —Ethan  se acercó, acunando  mi rostro, como si ya no fuera suficiente con tener mi corazón a sus pies.—¿Qué  dices? —Agarró  mi mano libre y la puso sobre su pecho. Fue como si su corazón latiera  justo en mis dedos: rápido, asustado, emocionado: Enamorado.—¿Quieres ser mi novia?

Sus, generalmente de un verde salvaje, parecían oscuros y brillantes. Las alas de mis mariposas  se volvieron de diamantes.

Asentí, porque estaba segura de que si hablaba; iba a largarme  a llorar de felicidad ahí  mismo.

—Ay, amor. —dijo con la voz ronca, quitándome  el ramo para lanzarlo  con suavidad sobre la mesa.—Te quiero.—Agarró  mi nuca, y su aliento chocó  contra mis labios. Sus ojos eran oscuros  y brillantes a la vez.—Te quiero tanto, Candace.

El beso fue el sello de nuestro pacto: firme, cálido y lleno de muchas otras promesas.

Su lengua se encontró  con la mía, provocando que toda mi piel se erizara, podía sentir los dedos de una de sus manos enredandose  en mi cabello, mientras posicionaba  la otra en mi espalda baja, atrayendome  más  cerca de su  cuerpo. El calor de su piel traspasaba la tela de su traje, y yo no perdí la oportunidad para pasar mis dedos por el suave cabello cerca a su nuca.

Ni Te Quería TantoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora