Capítulo 37

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Emma

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Emma.

Los gritos de mi madre se escuchan por toda la casa, incluso con ella parada en el porche.
Llegué  a la planta baja justo cuando Melissa  era fuertemente empujada, dando un traspié  en el peldaño de la corta escalinata de la entrada.

—Sino te vas ahora misma llamaré  a la policía.—Le escupió  mi madre, dando un paso más cerca de la chica tatuada.—No permitiré  que sigas dañando a mi hija.

El rostro de Melissa era una hoja en blanco. La vi encogerse de hombros antes de volver a hablar.

—Haga o llame a quién quiera,  señora.—dijo con voz trémula.—No me pienso mover hasta que Emma hable conmigo. Sé  que está ahí  dentro.

—¿No sientes vergüenza?—Vociferó  mi mamá.—Estas arruinando la vida de mi hija. Déjala  en paz.—Cuando vi que su mano se levantó  con la firme intensión de caer sobre Melissa, decidí  que era momento de interferir.

Melissa era la última persona  que quería ver, pero el sentimiento de protección se contrapunto a mi ira.

—Ya detente, mamá. —Dije, abriendo por completo la puerta.

Varios vecinos estaban asomados, disfrutando del escándalo  y poniendo todo su empeño en conseguir información sobre el conflicto. Algunos me miraron con ojos acusadores, y sentí que un nudo de miedo se apretaba en mi estómago.

—¡Entra ahora mismo, Emma!—Chilló  mi madre,  casi al borde la histeria.—Esta  maldita mujer no se va a acercar más a ti.

—Eso no lo tiene que decidir usted.—Intervino  Melissa. Sus impactantes ojos azules conectaron con los míos,y sentí  que mi corazón  hacía  un salto en sus latidos.

Odiaba darme cuenta de cuanto me afectaba verla,porque, aunque quisiera ponerme barreras a mí  misma, amaba a esa chica; incluso si me había lastimado y eso era jodido.

—Parece que Emma es lesbiana.—Escuché  que la vecina de al lado le decía a otra mujer. —Y su mamá  la descubrió.

—Pobre mujer.—respondió  la otra.—Tener a un hijo así  es un castigo.

El nudo en mi estómago  y pecho se apretó al ver los ojos llorosos de mi madre: ella también  las había escuchado.

Miré  a mi alrededor, escuchando murmullos de personas con las que había convivido mucho tiempo, de aquellos que parecía simpatizar siempre que me los topaba por la calle, con algunos que compartí  un té  en mi casa, con los padres de compañera y amigas. Todos ellos ahora me señalaban, como si mi orientación sexual me definiera como un organismo de otra especie; como si estuviera dañada o defectuosa.

La humanidad se tiene a sí  misma como verdugo.

Caminé  hasta Melissa  y tomé  su mano,  ella no dudo en estrechar la mía, y mientras escuchábamos los gritos de mi madre, corrimos calle abajo, internándonos  en las calles apenas iluminadas.

Ni Te Quería TantoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora