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Me despedí  de Candace, sintiendo todavía la ira hirviendo dentro de mí

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Me despedí  de Candace, sintiendo todavía la ira hirviendo dentro de mí.

Parecía que al universo no le bastaba con ponerme a Ethan en el camino, sino que ahora tenía  también que lidiar con los malditos juegos de Danna.
Puse  en marcha el auto, dispuesto a poner fin a todo esto. No podía permitir que más  cosas pusieran en peligro mi relación.

Boté  una bocanada de aire.

Me gustaba Candace ¡Mierda! Creo  estaba enamorándome  se esos ojos almendrados, de esa boca en forma de corazón, de su pequeña nariz, de esa sonrisa que le hacía aparecer hoyuelos en sus redondas mejillas; su cuerpo pequeño y curvilíneo.

Me encantaba y sabía que todavía había mucho camino para lograr que ella superará a mi amigo, por eso no podía permitirme que Danna  complicará más  las cosas.

Había sido un completo idiota al confiar en ella. Ya no éramos esos amigos que nos contábamos todo, ya no podía seguir con esa relación.  Debí  suponer que algo así  pasaría.

Aparqué  frente a una enorme casa, parecida más  a una mansión de blanco inmaculado.  Sabía que ella estaba ahí,  y que probablemente  su padre y hermana estarían aún  de viaje. De todas maneras, le envié  un mensaje antes de tocar y ella respondió  enseguida, dando luz verde a la visita nocturna.

Abrió  la puerta llevando puesto ya su pijama, uno de dos piezas que dejaban ver sus extremidades con toda claridad.

Los cardenales en sus brazos, y los rastros ya difusos de moretones me hicieron apretar los dientes. Maldita sea. Odiaba verla así; parecía que en cualquier momento podía partirse a la mitad.

Me dio una sonrisa de portada,  de esas que utilizaba con el resto del mundo pero que yo sabía que era más  ensayada que natural.

—No te esperaba hoy.—Se hizo a un lado para dejarme pasar.—Pensé  que estarías con ea novia tuya.

Caminé  hasta la sala, ignorando su tono mordaz al referirse a Candace, y esperé  hasta que ella se unió a mí; sentándose en el sofá individual frente al que yo me encontraba.
Cruzó  las piernas y se abrazó  a sí misma. Sus enormes ojos azules me escrutaron.

Estaba buscando signos de molestia, ella sabía perfectamente  por qué  estaba ahí.

—¿Y bien?—Comencé.—¿no tienes nada que decir?

—No  sé  qué  quieres que te diga.—Se encogió de hombros.

—Venga.—Apreté  los dientes.—Confíe en ti, Danna, pero me traicionas  dejando a mi chica en una situación de mierda.

—No sé  de lo que ha...—Intentó defenderse, poniendo esos gestos ensayados que yo tanto odiaba. Esas expresiones que usaba todos los días cuando fingía que era la mujer más  feliz y perfecta

Ni Te Quería TantoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora