Capítulo 3.

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Parte narrada por Nickolas Hansen.

Salgo del elevador y camino hacia mi oficina, pero en el trayecto me encuentro con Christopher, el esposo de Evah.

—¡Cuñado! —sonríe al verme—. ¿Cómo estás? ¿Qué tal tu segundo día?

—¡Ay, ni preguntes! —digo con ironía mientras caminamos hacia mi oficina—. No quiero estar aquí.

Se ríe.

—Pronto te acostumbrarás, ya lo verás —palmea mi hombro y entramos a mi oficina—. Woah. Quedó increíble —mira la oficina—, pero, ¿no crees que necesita un poco de color? —carcajea.

—Por supuesto que no, así estoy bien —sonrío y tomo mi lugar en la silla giratoria—. ¿Qué te parece si pronto vamos a tomar algo?

—Claro —asiente con una sonrisa—. Oye, ¿qué te pareció la última revista? La verdad me parecen una porquería los reportajes y las nuevas secciones que añadieron.

—Yo no veo las revistas —murmuro—. No me interesa leer basura. De hecho sólo las compro por tus reportajes, ¡muy bien hecho!

—Bueno, agradezco que leas mis reportajes —sonríe—. Tengo que irme, voy a hacer más reportajes para que puedas leer.

—¡Gracias, es lo único bueno de esta revista! —carcajeo—. Ya sabes que yo estaré sentado aquí, calentando la silla.

—Seguro —se ríe—. Hasta luego Nick.

—Adiós, Chris.

Lo veo salir de mi oficina. Miro a mi alrededor y abro el paquete de gomitas que hay sobre mi escritorio.

¿Quién las habrá dejado aquí?

Sonrío al leer la notita que hay en el escritorio.

“Valentine te quiere mucho”















Parte narrada por Roxanne Bennet.

Entro a la empresa y tomo el elevador, llego al piso que me corresponde y voy hacia mi escritorio para dejar mi bolso ahí.

—Amiga, ¿qué pasó? ¿Por qué tan molesta? —me pregunta Caroline, camina conmigo hacia el comedor insistiendo en que le diga qué me pasa.

—Mi querido jefe me dejó ahí como si nada —murmuro molesta—. Yo tan buena persona, le ayudé a quitarse a los reporteros de encima y lo invité a comer Hot Dogs...

—¿Lo invitaste a comer Hot Dogs? —carcajea—. ¿Y qué más?

—¡Es un grosero! —bufo—. Después comimos y fui al baño, y cuando regresé, ¡ya no estaba! Tuvo el descaro de dejarme ahí sin decir nada. Obviamente él pagó la cuenta, te juro que estaba pensando seriamente en pagarle lo mío pero no, ahora por idiota que se quede sin nada.

—Ay, ¿y crees que le va afectar que no le pagues? —se ríe—. Es millonario, Rox.

Tomo un bote de agua del refrigerador y la miro suspirando.

—¿Te afecta en algo Rox? —me mira pícaramente—. Te afecta...

—¿De qué hablas? —frunzo el ceño—. No me afecta.

—Te afecta...

—¡No me afecta! —niego y bebo un poco de agua—. No me afecta.

—¿Entonces?

—Es el tipo más raro que he conocido —suspiro—. O sea, puedes estar hablando con él de la mejor manera y después se pone todo serio y raro. Y además creo que así como es de millonario, así debería ser de educado.

No dice nada y sigue mirándome pícaramente.

—Sólo te digo que, no vayas terminar enamorada de Nickolas Hansen... —dice con un tono extraño en su voz.

—¡Ay, obvio no, Caroline! —digo absurda—. Yo no quiero nada con ese —pienso la palabra pero no sé describirlo—...señor.

—¡Pero se ve que te encanta! —sonríe.

—Ya cállate, deja de decir tonterías.

—Sí te gusta....

Resoplo y me voy del comedor dejándola ahí.

Ya tuve suficiente como para seguir escuchando los molestosos comentarios de mi amiga.


















Al día siguiente...

Hoy llegué temprano. Pero al parecer mi jefe madrugó, porque Caroline me dijo que llegó mucho antes que yo.

Lo busco en su oficina pero no está.

Decido ocupar mi escritorio y ponerme a trabajar con algunos documentos.

Minutos después, el jefe llega leyendo una de las revistas del Grupo.

—Buenos días, señor Nickolas —saludo amable, él no me mira y no me presta atención. Sólo me ignora y abre su oficina para entrar.

Me levanto de mi asiento, camino hasta la puerta que ha dejado abierta y veo que se sienta, con la mirada puesta en la revista.

Toco la puerta para llamar su atención.

—Buenos días, le dije —repito. Él me mira con seriedad y mueve la cabeza.

—Buenos días.

—¿Quiere que le traiga un café? —pregunto sin entrar por completo a la oficina.

—No, gracias. Puedes retirarte.

—Bueno... —me giro sobre mis talones.

—Tenías razón —dice, vuelvo a girarme para verlo y está sonriendo un poco—, es el mejor Hot Dog que haya probado alguna vez.

—Se lo dije —sonrío—. Con permiso, ¿le cierro la puerta? —la señalo.

—Sí, gracias.

Cierro al puerta y sonrío.

¿Qué le cuesta ser amable y educado?

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