Capítulo 10.

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Parte narrada por Nickolas Hansen.

—¿Comiste bien? —le pregunto a Roxanne mientras vamos en el auto hacia la empresa.

—Sí, muchas gracias —sonríe mirándome—. La señora Olivia me preparó unos deliciosos platillos.

—Sí, ella cocina muy bien...

—Ella es muy linda —dice sonriendo—. Me agradó.

—Seguramente tu también le agradaste —sonrío imaginándome cómo estará Oli después de conocer a Roxanne.

Nos quedamos en silencio un momento, pero después ella pregunta algo.

—Señor Nickolas, ¿qué se siente vivir en una casa tan grande? Con todos esos lujos... Sin tener que tender la cama al levantarse...

—Ay, ya, ya, ya —la interrumpo—. No exageres.

—¡No exagero! —exclama moviendo sus manos—. Tiene choferes, cocineras, jardineros y todo eso. Bueno, ¡mi departamento es mucho más chico que su sala y comedor!

—¿Es en serio? —frunzo el ceño sorprendido—. Woah...

—No... —murmura—. Bueno, sí. Es que, rentar en San Francisco es carísimo, y comprar es impensable.

—¿Te pagamos muy poco en la empresa? —pregunto—. Digo, no te preocupes por eso, ya mandé a que aumentaran tu sueldo.

—¡No! —me dice enseguida colocando una mano en mi brazo—. No lo decía por eso, en realidad, yo vivo muy bien y feliz en donde estoy. Sólo que, es complicado tener que sustentarte con sólo un sueldo. Hay que pagar renta, luz, agua, elevador, comida, y si estudias hay que pagar colegiaturas, transporte y muchísimo más. La vida no es nada fácil...

—Bueno, no sé qué decirte al respecto porque, definitivamente no sé nada al respecto —murmuro.

Suelta una risita.

—Sí, yo sé que usted no tiene ni idea —asiente—. Simplemente quisiera saber, ¿qué se siente vivir tan cómodo?

—Bueno, pues...

—De hecho, usted debería ser muy feliz con esa vida —me señala—. ¡Ya quisiera yo tener tantos lujos!

—Déjame decirte y aclararte que el dinero no lo es todo —alzo mis hombros.

—¡Ay, sí! Me va a salir con el mismo cuento —se ríe—. ¡Los ricos, también lloran!

Me río por su comentario y después ella se une a mi risa.









Al día siguiente...

Veo la noticia en el diario del día, que, por supuesto, es del grupo. McKinsey había muerto ante ayer y ganó la muerte por ser un periodista honesto. Por esa injusta razón.

—Hoy será el funeral de McKinsey —Evah me dice desde el margen de la puerta—. Tienes que estar ahí, te enviaré la ubicación por mensaje.

Asiento sin prestarle tanta atención y ella se va.

Hoy, Roxanne y yo nos dimos cuenta de que la operación del señor Henrik sería a las diez, por lo cual, le pedí a ella que me acompañase al hospital.

—Buen día, señor Hansen —abre la puerta de mi oficina—. Ya estoy aquí, disculpe la tardanza es que mi auto...

—No te preocupes —la interrumpo y me pongo de pie—. Es hora de irnos.

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