U N O

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  10 Octubre de 1986.
Condado de Warren, Nueva York.

Cuando tengo los audífonos en la cabeza no soy consciente de lo que ocurre a mí alrededor. Mi padre me había comprado un Walkman la semana pasada y aun no me deshacía de esa emoción que me brindaba el llevar mis casetes por doquier.

Todo tomaba un ambiente más fantástico, especialmente si se trata de una hora como aquella, en que decenas de adolescentes vuelven a las calles.
Gracias a dios era viernes y casi podría sentir que volaba, cual si de mis pies brotasen alas mientras andaba por el corredor del colegio.

Escuchaba música de Queen y tal como la canción dice, buscaba ansiosamente sentirme libre.

-Señorita Cassidy, no quiero volver a ver ese aparato en mis horas de clase- advirtió el anciano severo de lentes de fondo de botella.

El señor Morris estaba cansado de mi espíritu musical y mi Walkman nuevo, especialmente porque he recurrido a ello durante los últimos días para evitar escucharle mientras habla acerca de la bomba de sodio y potasio.

Asentí y volví la vista sobre el hombro para mirarlo por un instante. Tiempo suficiente para estrellarme torpemente contra la puerta del salón de idiomas que se abrió intempestivamente en mi camino, cuando una multitud frenética de alumnos salió de ahí.

¡Maldición!

Lidié con la vergüenza del momento y continué mi camino a zancadas hasta llegar a la entrada principal de las instalaciones, donde por fuera me esperaba un día dorado.

Las hojas de los arboles comenzaban a marchitarse y teñirse de colores cobres. Eso era algo que me gustaba mucho, especialmente si estaba acompañado de un clima otoñal, que no era suficiente para calarme los huesos, pero si para requerir de un buen abrigo.

Esperé ahí por tan solo dos minutos, mirando de un lado a otro mientras los alumnos iban y venían a través de los jardines frontales. Estaba acostumbrada a esperar, pero no demasiado. Cuando Dakota no aparecía, suponía que algo se había complicado. Quizá estaría en detención haciendo cien planas, así que tomaba mis patines y me marchaba.

Dakota era mi mejor amiga, pero en ese momento disfrutaba de su ausencia porque podía imaginarme como la chica de una película de Hollywood rodando calle abajo en mis patines blancos y la música en mis oídos, sin ninguna interrupción de su voz chirriante.

Esa tarde mamá tenia doble turno en el trabajo, así que debía ingeniármelas para comer algo, sin requerir de mucho tiempo de esclava en la cocina.
Un par de emparedados era todo lo que necesitaba y el resto de la tarde planeaba hundirme en el sofá de la sala, disfrutando de cualquier cosa que la televisión me presentara.

"Sixteen Candles" es siempre una buena opción aun cuando la hubiese visto decenas de veces. Es una película divertida, adecuada para un viernes sin planes. Me agrada el humor de las películas de Molly Ringwald y amo el prototipo de hombre como Jake Ryan. Cualquier chica se emocionaría por alguien como él en la vida real. Apuesto, sentimental, elegante y con una sonrisa por la que todas mueren.
En mi colegio no existen chicos como esos. Quizá en ningún colegio del mundo existen chicos como esos. La fama y el sentimentalismo no van de la mano, menos en un mundo repleto de bastardos soberbios y superficiales.

Me regocijé cuando el final se acercaba. Samantha celebraría su cumpleaños en compañía única de Jake Ryan y ambos se darían un beso final frente a las dieciséis velas del pastel. Pocas escenas me conmovían tanto como esa, pero estaba destinada a no poder disfrutarlo al máximo pues el grito agudo de una chica en el jardín me hizo saltar del susto.

-¡Lexi!- llamó a mi nombre y me puse de pie rápidamente al reconocer que se trataba de Dakota.

-¡Rápido! ¡Ven! ¡Es Jake Ryan!- corrí a la entrada para abrirle la puerta y permitirle seguirme, sabiendo que esa escena le gustaba, aunque esa tarde le interesaba poco.

-No hay tiempo, debemos vestirnos- meneó el cuerpo emocionada y yo me senté en el sofá sin poder escucharla. Jake le deseaba un feliz cumpleaños a Samantha y yo festejaba en mi foro interno.

-¡Mira el beso y cállate!- demandé y finalmente la chica volvió la vista para lo que eran los últimos segundos de emoción en que la pareja se acercaba lentamente uno al otro.

Sacudí las rodillas aguardando con ansias y solté un alarido, casi gritando cuando sucedió el beso esperado.

-Lo amo- reí, sabiéndome fracasada pero importándome un rayo y Dakota asintió con la cabeza.

-Lo sé, es un papucho, ahora escucha- volvió a desviar el tema, mordiéndose los labios con una sonrisa maliciosa- nosotras saldremos esta noche con nuestro propio papucho- canturreó cada palabra, apagando el televisor cuando los créditos corrían por la pantalla.

No estaba del todo segura de a qué se refería pero podía imaginarlo.
La miré en silencio y ella prosiguió.

-Jeon Jungkook me invitó a salir- chilló con entusiasmo pero a mí, la alegría se me había escapado.

-Me alegra mucho por ti- me levanté del sofá. Apostaba a que nada de lo que tenía para decirme me interesaba en lo más remoto.

-Pero no puedo ir sola- prosiguió.

-No iré contigo Dakota- suspiré, agotada de darle vueltas al mismo tema.

Como siempre, esa testaruda quería envolverme en sus planes, únicamente porque quería salir con un chico peligroso y me necesitaba como guardaespaldas o como niñera. Jeon Jungkook era quizá la opción más estúpida para una cita.

Era un sujeto nada simpático que había debido el curso escolar anteriormente, así que era mayor y tenía ciertas manías que me parecían de lo más desagradables. Era un chico que fumaba demasiado, bebía demasiado, maldecía y salía a la calle a buscar problemas con la policía, como si no tuviera suficientes problemas con las autoridades escolares.
No imaginaba como una estudiante promedio como Dakota, pudo haber posado sus ojos en un idiota así, e imaginar que podrían compartir una cita "romántica" juntos.

-Por favor, sus amigos también irán, no estarás sola- insistió, sin saber que eso era aún menos tentador.

-En ese caso, ni loca iré- tajé al llegar a la cocina mientras esa chica me seguía como una cola adherida al cuerpo.

-Vamos, no puedes dejarme sola, ellos llegarán aquí en un par de horas- refunfuñó y yo la miré atormentada por lo que había dicho.

-¿Les diste la dirección de mi casa?- levanté la voz y Dakota rodó los ojos, sentándose en la silla rotatoria al frente de la barra.

-Tranquila, no quemarán tu casa.

-Eso es algo que no sabemos- bufé. Estaba furiosa, no quería seguir escuchándola, tampoco quería acompañarla y mi postura se lo demostraba. Tenía los brazos cruzados, apoyada contra la pared como un recluso y me negaba rotundamente a ceder.

-Si no vienes conmigo, les diré que se queden aquí y veremos películas en la sala- advirtió.

-No puedes hacer eso, no les abriré la puerta- elevé la voz como una madre enfurecida.

-A ellos les encantará romper las ventanas- continuó amenazándome y nos lanzábamos miradas lascivas desde ambos extremos de la cocina- no me iré sin ti Lexi y ellos llegarán en pocas horas, puedes colaborar conmigo y te prometo que te divertirás, o puedes complicarte las cosas y tendrás a esos sujetos en la puerta de tu casa gritando tu nombre hasta que salgas- se dio media vuelta sin más que decir. Llevó consigo su bolso donde traía un conjunto atrevido para la ocasión, incluyendo la lencería.
Apostaba a que Dakota planeaba perder la virginidad con ese sujeto. ¿Y que esperaba que hiciera mientras tanto? ¿Sentarme a mirar?

PredestinadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora