C I N C U E N T A Y C I N C O

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Sentía las piernas mejor que antes y me resultaba más sencillo bajar las escaleras sin el apoyo de mi madre.

Agradecía al cielo por eso, por no haberme convertido en un invalido por siempre y cada mañana cruzaba el lumbral de la cocina con una sonrisa, excepto esa ocasión, pues no demoré ni un instante en sentir la tensión en el aire, debido al rostro pálido de mi madre y el sobre de papel blanco que se encontraba sobre la mesa, con un sello y un escudo popular.

Era una carta de Columbia para mí y pese a que deseaba precipitarme desesperadamente sobre ella y abrirla hasta con los dientes, apenas pude moverme.

-¿Quieres que la lea yo?‒ preguntó mi madre y yo asentí sin ser capaz de acercarme lo suficiente a la mesa para espiar cuando la mujer rompió el sobre y deslizó las pupilas de un lado a otro, en busca de una respuesta concreta.
Sus expresiones no me decían nada, continuaba de la misma forma y yo comía ansias, necesitaba saber con urgencia.

-¿Qué... qué?‒ titubeé al verla ponerse en pie y llevar una mano a su boca.
Fue entonces cuando una vocecilla en mi cabeza me dijo que todo estaba en orden y me acerqué apresurado para leerlo por mí mismo.
¡Maldita sea! Había sido aceptado y esa era la primera vez que lloraba por algo tan estúpido. ¿Quién lo diría? Yo. El peor alumno de la clase.

-Ay Jungkook, estoy tan feliz por ti, estoy tan orgullosa, tan orgullosa, mi amor‒ me dijo y me abrazó con fuerza, como pocas veces lo había hecho en la vida.

Y tal vez en mi hogar no acostumbrábamos ceder al calor de un abrazo, pues la mayor parte de las veces me resultaba desagradable ese contacto, especialmente con alguien como mi madre, pero aquella vez no me alejé, estaba agotado de hacerlo y de pronto me sentía como un niño de nuevo.
Me sentía diez años más joven y sentía como si esos diez años en realidad nunca hubieran ocurrido. Diez años que se esfumaban junto con memorias desagradables y sucesos dolorosos, para darme la oportunidad de vivirlos de nuevo de una forma diferente.

Tenía una idea estructurada de como deseaba que esto sucediera, sabia como quería pasar mi tiempo ahora y tenía un automóvil esperándome afuera para ir pronto por ello. Lexi estaba a poco menos de tres horas de distancia en la ciudad que siempre quiso que fuera suya y yo estaba a tan solo unas maletas de salir volando por la puerta. Aunque aún debía estar seguro de donde residiría. Las cosas no eran tan sencillas, a menos de que Lexi aceptara compartir su departamento conmigo.

Esa era la locura más grande.

La había visto la semana pasada cuando me visitó en mi casa tras salir del hospital y me deseó suerte durante los siguientes días en los que esperaba ser aceptado en Columbia.

Ahora no necesitaba que ella fuera por mí porque yo estaba yendo directo por ella y el camino me pareció eterno mientras pensaba lo que debía decir.
"Te amo". Definitivamente eso era lo primero que venía a mi cabeza, aunque no era algo que íbamos por ahí gritando a los cuatro vientos.
Lo dijimos un par de veces en el hospital pero no parecía que entendiéramos la magnitud de la situación.

Estábamos diciéndonos que nos amábamos y eso no era algo que yo hubiera hecho antes, pero estaba disfrutándolo. Quería decirlo más seguido, quería decirlo y decirlo hasta que me hartara y quería besarla mientras lo hiciera. Jamás sentí sensación tan intensa y de hecho, alguna vez crei que era incapaz de sentirlo.

Aparentemente me hacía falta conocer a ese amor correcto y también abrirle un camino hacia mí, porque de otra forma me habría quedado sin ella y jamás hubiera notado que en realidad, se trataba de un gran amor.

No estaba seguro si era lo que la gente llamaba "el amor de mi vida", no sabía si quiera lo que deparaba mi vida, pero en ese momento era todo lo que me bastaba para dar brincos de alegría y no quería pensar en más.

Adelantarse al futuro es cansado y pesado, pero con Lexi las cosas fluyen con más facilidad, no necesitaba pensar en un mañana cuando tenía un ahora con ella.
Aparqué como un idiota a las puertas de la universidad, todas mis maletas arrumbadas en el auto y mi corazón dando tumbos en mi pecho.
Miré el reloj en mi muñeca y la hora se acercaba al medio día.

Lexi me había mencionado una ocasión que a esa hora solía cruzar la calle para comer en un buen restaurante de comida tailandesa.
Desde donde estaba podía ver el lugar y parecía apetecible pero necesita concentrarme.
Enfoqué mi vista en el grupo de personas aisladas que salía de vez en cuando de las puertas principales y entre ellas buscaba ansioso a la chica familiar.
Buscaba su cabello obscuro, su piel tan pálida y esas piernas largas. Esas bonitas piernas que esa mañana estaban enfundadas en unas medias celestes bajo un abrigo obscuro.

Era un contraste angelical, tan hermoso como ella.
Me acerqué como un suspiro, haciendo apenas un pequeño sonido al caminar y no hice nada más que mirarla hasta que sus ojos también se encontraron conmigo.

Ahí estaba y por supuesto estaba sorprendida.
Una rápida sonrisa salió de su boca y sentí un cosquilleo en la espalda, escalando lentamente hasta hacerme temblar bruscamente.

-¡Jungkook!‒ exclamó mi nombre.

Bendito sean sus labios rojos, esa sonrisa y esa forma de reír cuando la sujeté entre mis brazos.
¡Mierda! Su perfume era tan delicioso que quería comérmela ahí mismo.
Besé su mejilla y besé sus labios con emoción mientras ella intentaba decir algo, pero yo no se lo permitía.

Tomé una de sus manos y la llevé hasta mi trasero, acto que no esperaba para nada que fuera vulgar, de hecho mi objetivo era permitirle encontrar en mi bolsillo la carta con la que deseaba sorprenderla.

-¿Qué es esto?‒ alargó sin perder la sonrisa.
Su tono dulce y picaron, me demostraba que en realidad podía imaginar de que se trataba pues, veía en ese sobre el sello de la universidad.

-No me digas que...‒ pausó un momento y yo asentí entusiasmado.
Volví a abrazarla y ella celebró con una carcajada a mi oído, que lejos de molestarme me pareció encantadora.

-Me aceptaron para el nuevo curso‒ le dije y la chica saltaba en su lugar sin soltarme.

-Oh Jungkook, estoy tan feliz, eso es lo mejor que podría habernos sucedido‒ festejó y yo asentí, dándole la razón sin dudarlo ni un instante.

-Es lo mejor que podría habernos sucedido, linda, oh, te amo tanto‒ le dije y tal como siempre ella respondió:

-Yo igual, Jungkook.

Era una demostración de amor, pero cambiaba el tema muy pronto como si aquella frase aun no la creyera tan profunda o como si pensara que tan solo la amaba a medias.

-Pero espera un momento, viniste hasta aquí conduciendo, ¿Ya puedes conducir? ¿Es seguro?‒ trató de sermonearme y negué la cabeza para impedirlo.

-Acabo de decir que te amo‒ murmuré, acariciando su mejilla con una mano y ella me miró fijamente a los ojos sintiendo esa profundidad en mi mirada.
No esperé a que dijera nada y continué:

-Te amo Lexi, te amo como no he amado a nadie nunca. Eres la única razón por la que estoy aquí, me encantas, adoro todo de ti, no te cambiaría nada, eres perfecta‒ me aseguró y aposté a que cada palabra la había tomado desprevenida pero aun así, ella misma me lo confirmó.

-Nadie me había dicho algo así antes‒ musitó en secreto y reí divertido, dejando un par de besos en sus labios mientras la perpleja chica acariciaba mi pecho y mi nuca con esas mágicas manos suyas.

-Yo igual te amo, Jungkook, como a nadie, como a nada, eres lo más importante para mí, no tengo palabras‒ confesó.

-No las necesitas‒ le dije y al sostener su mentón en mi mano la besé como si no hubiera mañana. Como si no hubiera ni un segundo más a nuestro alrededor y el tiempo se hubiera congelado con mis labios sobre los suyos y su corazón bombeando como una locomotora contra mi pecho.

PredestinadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora