Volumen Uno: Creación - Segunda Parte

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—¿Recuerdas dónde me quedé, linda? —preguntó él.

—Las batallas del Reino del Sol fueron más fáciles —respondió enseguida la niña, abriendo sus ojos de par en par.

—Ah, cierto —siguió el hombre, atizando la fogata con su espada mientras sonreía—. Grandes leyendas surgieron durante esos años, pero estaríamos aquí todo un día y una noche si tan solo los nombrara. Las ancianas del Reino concordaban en muy pocas cosas, y muy pocas veces... pero entre esas pocas cosas en las que sí estaban de acuerdo, todas y cada una de ellas, es en que la transformación y la separación fueron necesarias... verás...

El norte y el este eran tierras indomables. El Reino del Sol, habiendo repelido a sus atacantes y obtenido la ventaja en la guerra, debía tomar la ofensiva... debía conquistar más tierras, evitar que el Dios Loco se arraigara más en donde ya aún tenía control... y así comenzó el Imperio del Sol, con el nieto del Elegido a la cabeza. Más de cien años habían pasado desde la intervención de los dioses... y más de treinta años pasaron desde ese momento cuando, finalmente, el segundo emperador, único hijo del primero, ganó su última batalla, consiguiendo establecer lo que sería llamado la Paz Imperial, la misma en que vivimos ahora, un logro tras décadas cubiertas por sangre y muerte, pero llenas de victorias.

Los devotos de Locura ya no caminaban entre los ciudadanos del imperio. Sus números se habían debilitado, la fe del Sol y la Luna se había expandido por todo el territorio entre las montañas del sur, la costa del oeste, los hielos del norte y el bosque del este... pero del Dios Loco no había rastros. Las armas quedaron guardadas, pero no olvidadas. Los aprendices de la hechicería no dejaron de entrenar, como tampoco hicieron los guerreros. Algunos siguieron rondando el bosque interminable del este, algunos nunca confiaron en los habitantes del norte... pero la guerra contra Locura había llegado a su fin.

"El imperio ya no es necesario", contaban las ancianas que le dijo la hija de la Elegida de la Luna al segundo emperador. Dos años después del comienzo de la Paz Imperial, fundó su propio Reino, desligándose del mandato imperial y moviéndose, junto a otros muchos practicantes del arte místico de la Luna, a las montañas del sur.

—¿La hija de la Elegida de la Luna? —interrumpió con curiosidad la pequeña niña.

—Así es —sonrió su padre—. En lo que pasaron las vidas del Elegido del Sol, su hijo, y los primeros dos emperadores... sólo habían pasado las vidas de la Elegida de la Luna y su hija. ¿Y sabes? Las ancianas contaban que ella parecía más joven que él cuando dejó el imperio para fundar el Reino de la Lechuza.

Y con ese ejemplo, otros hicieron lo mismo. Una familia nacida del Norte Congelado, la de Sterki, decidió hacer lo mismo que aquella hechicera y fundar un reino propio.

—¿Era una hechicera?

—Sí, linda, una de las más poderosas en la historia. Verás, los dos Elegidos de los Dioses fueron los primeros capaces de dominar la hechicería... pero los descendientes del Elegido del Sol entregaron ese conocimiento más de lo que lo perfeccionaron, dando paso a otros grandes maestros del arte místico del Sol, mientras que la hija de la Elegida de la Luna se dedicó tanto como su madre a dominar el arte místico de la Luna, sin dejar de enseñárselo a sus seguidores.

—Oh...

—... Dónde me quedé...

—La familia del Norte Congelado, los Seter... los Ester...

—Ah, los Sterki. Hoy en día los habitantes del Norte Congelado son salvajes, animalescos e incivilizados, como siempre han sido... pero antes lo eran aún más. Descubriendo que separarse del imperio era posible, un año después de la fundación del Reino de la Lechuza, los Sterki decidieron volver a sus tierras del norte y fundar el Reino del Lobo Blanco, para mantenerse lejos de lo que hicieran los nacidos en... bueno, en todo el resto de Creación. No sé, como no lo sabían las ancianas, si han avanzado en sus costumbres como los demás reinos, o si se separaron para poder mantener su salvaje forma de vida sin cambios.

Menos de diez años después de eso, mientras la paz continuaba, un nuevo quiebre sucedió. El segundo emperador había muerto, dejando a su primer hijo en el trono... con un hermano a su lado. Antes de morir, había visto a dos primos que llamó nietos. Las ancianas del reino tenían demasiadas opiniones, tantas que ni siquiera pude estar seguro de lo que creía cada una... pero ese hermano menor del tercer emperador se separó del imperio, junto a muchos de sus seguidores, y fundó un nuevo reino, el Reino del Ciervo, alrededor de la zona más fértil del centro de Creación.

Apenas dos años después sucedió el último quiebre. Diferentes grupos de soldados y comandantes se organizaron, casi levantando una revuelta en contra del imperio. Querían buscar al Dios Loco, denunciar a aquellos que hubieran olvidado la mayor amenaza en Creación, perseguir a cualquier tocado por Locura que pudiera existir, y atacar el bosque del este... pero el tercer emperador logró calmar los ánimos. Les entregó las tierras que querían, armamento, y la promesa de todo el imperio de entregarles apoyo militar de ser necesario. Varias familias guerreras, de diferentes orígenes, fundaron así el Reino del León.

Tal como había dicho la fundadora del Reino de la Lechuza, hija de la Elegida de la Luna, el imperio ya no era necesario. Cada reino era independiente ahora... incluso el del Sol, y así fue que, un año después, también se separó... y el imperio no dejó de existir. Sabios elegidos de diferentes reinos lo heredaron, manteniendo así el símbolo del poder que había vencido a Locura y unificado a la gente de Creación, volviéndose una entidad de ayuda y orden. Ya no era un imperio, sino una autoridad ajena a los reinos y, pensaron muchos entonces como piensan aún las ancianas del reino, superior a estos.

Más de un siglo pasó hasta... —entonces el mercenario notó que su hija había cerrado los ojos, con una sonrisa en sus labios—... que duermas bien, linda —le dijo, sonriendo también.

Fin de la segunda parte del volumen dos

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