Volumen Quince: Redención - Tercera Parte

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—¡¡Cargaremos con la furia de tormentas, con el color de la nieve y el lobo en nuestras caras, con la fuerza del invierno y la velocidad de los depredadores!! —rugía Harald el Necio desde su enorme montura, avanzando junto a su esposa, sus dos hijas, su hermano Gunnar, y los dos hijos de este, Melker y Hakon.

Varias manadas iban tras él. Salvajes montando lobos, berserks corriendo y titanes dando largos pasos. Algunos de los mejores guerreros del reino se habían quedado atrás, mientras la mayoría de sus héroes avanzaba contra los Bosques del Este.

—Nunca pensé que terminaríamos aliándonos a los Leones —hablaba Valdis Finn, sus palabras mezclándose con la miríada de aullidos.

—Los saqueamos casi todos los inviernos, peleamos contra ellos y perdimos, ya nada me sorprende —le respondió Rorik Steinn, otro berserk.

—¡Me conformaré con ver qué cara ponen al vernos! —se rio Reidar Gardar, jinete salvaje además de entrenado en la furia como sus compañeros.

—¡Entonces querrás llegar con más fuerza que esta! —les gritó Helga Steinn, madre de Rorik y reconocida comandante del reino, a pesar de tener solamente entrenamiento como guerrera y hechicera, carente de sangre salvaje o titán—. ¡¡Que el avance sea una carga de Lobos Blancos!! ¡¡Que la marcha sea la tormenta que ni siquiera nosotros queremos recibir!! —los aullidos y la velocidad aumentaron. La sangre comenzó a hervir. La furia inundó al ejército.

—¡¡Que el suelo tiemble bajo nuestras pisadas!! —continuó Erik Durs, uno de los más respetados y temibles titanes—. ¡¡Por la gloria del Reino del Lobo Blanco!!

—¡¡Por la gloria!! —rugieron todas las manadas—. ¡¡Por la gloria!!

—... Esos son... —dijo Edith Barend, general de los discípulos del León, recién llegando a la batalla en la frontera del bosque.

—No puede ser —Likke, su sobrina entrenada como fanática, abrió sus ojos de par en par.

—¡Pero lo son! —gritó eufórica Kelda, la Leona Blanca, hija de Edith, acompañada de cerca por su temible mascota.

—... Lobos Blancos... —gruñó Anna Barend, entrenada como discípula además de ser la más exitosa y afamada guerrera de las Arenas Rojas.

—¡Bruno! —llamaba Liam, acercándose al contingente que recién llegaba—. Veo que trajiste refuerzos.

—Así es, eh, ¿general? —respondió el joven.

—... Tal vez.

—No te preocupes, te acostumbrarás... y para responderte, sí, traje a todo el ejército que esperaba al Sol, más algunos que se nos unieron en el camino... sólo lamento no llegar con tanta fanfarria como ellos...

—¡Generales! —les habló un jinete lobo.

—¿Lo ves? —le comentó Bruno a Liam, sonriente.

—Soy Hersir Gardar, segundo al mando de toda nuestra caballería. Veo que tienen un problema enorme...

El gigante que había emergido de los Bosques del Este acababa lentamente con los escuderos. Si bien su avance estaba frenado gracias a las lanzas y proyectiles, pronto el muro de escudos cedería ante él.

—... Creo que tus monturas son mucho más ágiles que nuestros caballos —opinó rápidamente Liam.

—¿Un León teniendo la misma idea que un Lobo Blanco? —la sonrisa del salvaje creció de golpe—. ¡¡Que así sea!!

Los gritos de un León pasaron a otro, mientras todos los jinetes de lobos unían sus aullidos al de Hersir. Las ordenes se llevaron a cabo perfectamente coordinadas.

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