Volumen Doce: Alianzas - Segunda Parte

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—Díganle a mi hermana a dónde nos fuimos —les ordenó Liam Barend desde su montura, mientras se ponía su casco, a los soldados que no se unirían a la expedición.

—Querrá venir a buscarte —le dijo Dagna, a lomos de su propio caballo.

—Y traerá toda una horda de fanáticos tras ella, podrían hacernos falta.

—Bien pensado.

—¿Estamos todos listos? —preguntó Ellery Bendig, contando a los Leones presentes—. Varick, Dagna, Liam, yo misma, mi escolta de cinco Leones Ancianos, veinte discípulos montados, treinta a pie, veinte fanáticos... estamos listos.

—¡Ellery! —gritaba un mensajero, corriendo exhausto—. ¡Ellery Bendig!

—¿Qué pasa, soldado? —preguntó ella con curiosidad.

—Te necesitan en la frontera, dos representantes del Ciervo, es urgente.

—¿Más urgente que atacar el Umbral del Bosque?

—Traen a Louis Kelm.

—... ¿Pueden...?

—Iremos sin ti, no te preocupes —le dijo Dagna.

—Pero deja a tu escolta con nosotros —sonrió Liam.

—Suerte y que el Sol guie los pasos de tu caballo —habló Varick Baldwin, un anciano maestro discípulo que la había entrenado desde pequeña.

La sacerdote le entregó una montura al mensajero y lo siguió. Tardaron muy poco en llegar a su destino.

Veinte lanzas rodeaban a dos hombres de atuendos azules, pero ellos no demostraban hostilidad alguna, sino que mantenían sus manos quietas, levantadas por sobre sus cabezas, y el único de ellos con armas, las había dejado en el suelo.

—¿Vienen al Reino del León sin una escolta siquiera? —preguntó Ellery apenas vio lo que pasaba, deteniendo a su caballo y acercándose a pie.

—Vinimos lo más rápido posible —dijo el que había rendido sus armas, Jean Dupont.

—Mentimos nuestro camino hasta salir del reino, cuando se enteren de lo que hicimos mandarán a buscar nuestras cabezas —agregó el más elegante de los dos, Casper Bergeron, aparentemente aterrado.

—Pero me devolvieron a casa —era Louis, apoyado en el hombro de un escudero. Algo de barba se veía en su rostro, no tenía armas ni su armadura, sino solamente unos deteriorados túnica y pantalones, y estaba más delgado y encorvado que nunca antes.

Ellery corrió a abrazarlo.

—Bajen las lanzas —ordenó—, quiero hablar con este par de Ciervos.

—Es precisamente a lo que hemos venido —respondió Casper, volviendo a respirar.

—Bueno, además de liberar al prisionero de guerra —trató de sonreír Jean.

—Sí, eso.

—Entonces díganme, ¿qué mensaje traen? —volvió a hablar la discípula.

—Uno de paz —respondieron los Ciervos al unísono.

Fin de la segunda parte del volumen doce

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