Volumen Dieciocho: Fortaleza Interior - Tercera Parte

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—Ya deberíamos estar cerca de donde fue la explosión —dijo Fy, con la vista en alto y su arco listo.

—Eso espero —ninguna Lechuza podía distinguir la intención en las palabras de Han el Rojo, pues cada cosa que decía era un gruñido animalesco.

—Escucho el eco de metal chocando —habló Zinia unos minutos después.

Atardecía sobre ellos mientras avanzaban por el camino que otros titanes habían abierto en los Bosques del Este. Iban hacia donde, casi un día antes, vieron las nubes tornándose doradas y cayendo hacia la tierra como una lluvia de fuego.

—También hay gritos... —agregó, apenas un instante después, Myria—... o, mejor dicho, rugidos.

—Hakon —diciendo eso, Han comenzó a correr.

—¿Reconoció su voz? —se preguntó Anjan, y las cuatro hechiceras aceleraron tras el titán.

Cada vez había más árboles y más frondosos, el suelo era cada vez más empantanado, pero de todas formas podían ver el cielo sobre sus cabezas, y la luz del sol siendo lentamente reemplazada por la de la luna.

Después de que un hachazo de la enorme Hacha del Norte de Han derribara un grueso tronco, vieron la pelea.

Las dos expediciones que partieron antes estaban ahí, rodeadas por sombras que más parecían espejos y figuras sin forma. Sentado sobre las ramas más altas, se reía un devoto. Sólo lo cubrían pantalones y botas, en increíble buen estado, además de su resplandeciente máscara blanca. Una larga trenza de cabello rubio caía sobre uno de sus hombros, sujetaba una daga ornamentada y serpenteante en la mano derecha, completamente humana, y mantenía en alto la izquierda, convertida en garras, gesticulando junto a sus carcajadas.

—¿Alguno de ustedes ha vencido su propia obsesión? —sus palabras eran como canciones—, ¿o al menos su arrogancia? —y su risa era completamente armoniosa.

—¡¡Baja y enfréntanos, cobarde!! —gritaban Anna, Kelda, Penrod, Mett e Inira.

—¡¡Te escondes como cualquier otra presa!! —rugían Harald, Mildri, Vidgis, Vari, y Hakon.

—¡¡Sabes que el Sol y la Luna ya brillan sobre ti!! —vociferaban Karla, Burke, Kiana, Karin y Kely.

El resto de los presentes, sobre todo los titanes, no decían nada en sus gritos de guerra. La pelea era encarnizada, algunos de los enemigos estallaban como vidrio roto al ser derrotados, mientras los otros dejaban enormes manchas aceitosas varios metros a su alrededor.

Han se lanzó a la batalla apenas la vio. Las cuatro Lechuzas se quedaron donde estaban, calculando rápidamente la mejor forma en que podrían intervenir, y así notaron los cuerpos.

Un espadachín Ciervo, un titán y una salvaje Lobo Blanco, y un guerrero León yacían sobre la tierra, su sangre derramada mezclándose con el lodo, el aceite negro y los trozos de vidrio.

—Johann Benoit, Erlann Sterki, Gyda Steinn, y Elliot Kelm han caído —les habló Gauvin el Prestigioso, acercándoseles con agilidad mientras soltaba una flecha de luz azul—, Jean y yo hemos intentado alcanzar al devoto de las ramas con nuestras flechas, pero sus soldados nos avasallan —las hechiceras sumaron sus disparos a los del Ciervo enseguida—. El fuego de las sacerdotes León no es suficiente para controlar sus números, necesitamos algo más...

—¡Que así sea! —interrumpió Myria, avanzando violentamente al centro de la batalla.

Placas de luz la cubrieron de los ataques, feroces llamas rojas cubrieron su ojo y mano izquierdos, y espectral fuego morado, los derechos. Cuando estuvo en medio de todos, aliados y rivales, realizó el gesto necesario.

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