Volumen Once: No Dejaré de Creer - Cuarta Parte

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—El imperio quiere liberarte, León —le dijo Jessica Benoit a Louis Kelm, mientras abría la reja de su celda.

El León mantuvo completo silencio, caminando lentamente hacia afuera, encorvado y listo para defenderse incluso con los grilletes que apretaban sus muñecas y tobillos.

—Pero el Ciervo quiere matarte —agregó Dean Bergeron, segundo hijo de la reina Ciervo, famoso por haber renunciado a la corte e incluso a la nobleza con tal de dedicarse a la guerra.

Con él, todos los espadachines del contingente tensaron sus arcos.

Cuando se soltaron las flechas, el León se encogió, casi cayendo completamente, pero aún de pie, y avanzó... derribando a Dean mientras otras flechas aparecían de la nada. Flechas azules y evanescentes, que desaparecían tras alcanzar a sus objetivos.

—Debemos movernos rápido —le dijo Jean Dupont al prisionero, abriendo sus grilletes con un hechizo.

—No hay guardias cerca... —habló Casper Bergeron, mirando con atención hacia el otro lado de la puerta del calabozo—... todavía.

—Soy un León —gruñó Louis Kelm, comprobando que Dean había muerto—, no tienen que decirme que me mueva rápido.

Corrieron por los pasillos del calabozo con más velocidad de la que nunca antes habían alcanzado en sus vidas, y siguieron corriendo así cuando llegaron a las escaleras para salir del castillo.

—Matamos a... matamos a Dean y Jessica —murmuraba Casper de pronto.

—Y a tres espadachines más —le respondió Jean cuando se cansó de escucharlo preocupado—, ya no importa. Estamos haciendo lo correcto.

—Lo correcto... sí, lo correcto...

—No sé qué es lo correcto, pero agradezco que me liberaran —les gruñó Louis, casi tomando la delantera, pero recordando que estaba siguiendo y no liderando el escape.

—Lo correcto es detenerse ahora —una espadachina, Armelle Laurent, les apuntaba con su arco desde el final de las escaleras.

—¿Tú? —preguntó Casper—. Pero si tú hablaste en contra del imperio en...

—¿Qué? ¿En serio? —le dijo ella—. El imperio quiere libre a este León, nuestro reino lo quiere muerto. Es bastante fácil ver por qué yo...

—Espera... —habló Jean, con una fuerza increíble en su voz y sus palabras resonando por los muros del castillo—... debes saber... —dejó su arco en el suelo mientras se acercaba lentamente a la mujer—... que a alguien en el Reino del León le importa tanto la vida de este hombre... —y al alcanzarla, posó la mano derecha en su frente—... como a ti te importa la de Ulf.

Nadie dijo nada. El silencio inundó las escaleras.

—... Sigan con su misión —dijo Armelle, bajando su arco y guardando la flecha—, yo tengo una propia.

Fin de la cuarta parte del volumen once

Fin del volumen once

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