Volumen Siete: Los Relatos - Primera Parte

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Finales del año 291 Después de la Intervención Divina, tres años después del estallido de la Guerra por el Imperio

—No puedo creer que estén celebrando nuestra alianza con el imperio —susurraba Charlotte Bergeron mientras su transporte se detenía suavemente.

—Muchas gracias —le dijo Estelle Bergeron al apuesto diplomático que la ayudaba a bajar de la carroza, cuyo nombre ni siquiera conocía.

—No hay por qué, bella dama —respondió galante él, ataviado en sedas azules y con un estoque incrustado de joyas colgado del cinturón.

Otro hombre, tan elegante como el primero, le tendió una mano a la acompañante de Estelle, pero su ayuda fue rechazada.

—No hace falta, caballero, muchas gracias —dijo Charlotte, con perfecto decoro y una agradable sonrisa, mientras bajaba delicadamente del vehículo. El joven respondió con una elegante reverencia y retrocedió.

El diplomático del estoque las acompañó hasta el jardín al que se dirigían. Los tres cruzaron un camino embaldosado, con cuidados muros de flores azules a cada extremo y estatuas de mármol de antiguos nobles en cada esquina. Pronto se encontraron con otros habitantes del Reino del Ciervo. Famosos y respetados miembros de todas las familias habían sido invitados a una pequeña celebración en uno de los jardines azules.

Estelle charló alegre con su diplomático todo el camino, hasta que llegaron al centro donde todos se reunían. El apuesto hombre posicionó la silla para la joven, y la acercó con presteza y suavidad a la mesa una vez ella estuvo sentada. Se dedicaron una última sonrisa antes de que el hombre se alejara.

—¿Qué tanto hablabas con ese inútil? —le preguntó Charlotte, segura de que nadie la escuchaba. Entre Ciervos, las palabras y los rumores pueden ser valiosos como joyas, pero alguien tan experimentada como ella sabía comunicarse sin que nadie se diera cuenta.

—Prima —Estelle no ocultó su impresión, abriendo sus ojos mientras una sonrisa de incredulidad se formaba en sus labios—, ¿lo conoces?

—Algo así... ¿qué tanto te decía?

—Quiere invitarme en un viaje diplomático por las tierras del Sol.

—Ah... y él se ocupará de todos los gastos, ¿cierto?

—Sí...

—¿Te dijo que lo consideraras un favor?

—... Sí... Charlotte, ¿qué pasa?

—No deberías aceptar favores tan fácilmente, querida prima... no es seguro.

—Te estoy escuchando —con esas palabras, la menor de las dos se inclinó hacia delante, acercándose a Charlotte.

—Hay ciertas historias, como la de un diplomático increíblemente hábil, que ascendió en la corte por el respeto que se ganaba haciendo favores. Le regaló estoques de la mejor calidad a espadachines, caras propiedades a otros diplomáticos en ascenso, atuendos de la mejor manufactura en el reino a nobles... y con su fama, llegó lejos. Luego, cuando le cobró el favor a uno de esos espadachines, pidiéndole que cuidara su castillo mientras realizaba un viaje de tres días, el espadachín no tuvo opción más que aceptar, pues así funcionan los favores en la corte del Ciervo... ese espadachín murió durante un robo al castillo.

También está la del diplomático Benoit que, tras años de intentarlo, tenía la chance de volverse un noble, viniendo de una familia que históricamente ha sido bastante alejada de la nobleza... justo ese día, aquel que concedía los favores le cobró uno, pidiéndole que lo reemplazara en un viaje de dos días. Aquel Benoit no pudo negarse, por su honor y la importancia de los favores... y perdió su oportunidad, junto al esfuerzo de años. Pero el otro diplomático ascendió bastante, cobrando otro par de favores hasta ocupar el lugar que le correspondía a Benoit ese mismo día. ¿Y te imaginas qué favor logró todo esto? ¿Qué cosa le fue concedida a Benoit?

—... No...

—Una chaqueta. Era cara y de la mejor artesanía, pero nada más que una chaqueta le regaló aquel que concedía los favores. Un día, al diplomático Benoit se le atascó una manga en un rosal, haciendo un agujero en la fina tela. No podía presentarse así en la corte, el otro diplomático lo vio preocupado, y al saber qué pasaba, le regaló su chaqueta. Se dice que en ese momento sus palabras fueron "considéralo un favor".

—Recordaré desechar la invitación de este... inútil cuando venga a recordármela —dijo decidida Estelle—. ¿Qué pasó con aquel Benoit?

—Obtuvo un gran éxito como espadachín, renunciando a la diplomacia por completo... aunque dicen sobre él que aún mantiene ciertos trucos propios de un Ciervo de la corte.

—¿Y con aquel que concedía favores?

—Se dice que sigue intentando engañar a ingenuas diplomáticas a cada oportunidad que tiene, prefiriendo las celebraciones en jardines.

—... —la joven miró con seriedad a su prima, mientras esta sonreía.

—¿Qué? Es cierto.

—Puedes ser la mejor diplomática del Reino del Ciervo —Estelle esbozó una sonrisa infantil—, pero sé cuándo mi prima apenas puede contener su risa.

—Tienes razón —por menos de un segundo, la expresión de Charlotte se relajó, antes de volver a la sonrisa perfecta para la corte—... pero quién sabe, podría ser verdad. En el Reino del Lobo Blanco suelen matarse a hachazos por cosas insignificantes, en nuestro reino, solemos mentirnos mutuamente, con mentiras que pueden destruir años de esfuerzo y dedicación.

—Tal vez, en el fondo, ningún reino sea diferente a los demás.

—... ¿Has visto algo así antes?

—¿Qué cosa?

—Voltéate.

La joven miró en la misma dirección que Charlotte, justo para ver a un reconocido espadachín, Gerard Benoit, mirando hacia abajo al diplomático que la había invitado a viajar, claramente espantándolo y a punto de abofetearlo.

Fin de la primera parte del volumen siete

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