—¿Entonces qué rastro seguimos? —preguntó Einarr.
—¿Hay acaso rastros de cosas que no sean devotos aquí? —le dijo Alvar.
—Algunos de animales... —comentó Cyrus—... y eso es todo.
—¿Ni siquiera guerreros muertos? —Harek se fijaba en las ramas y hojas, sin encontrar nada.
—Bueno, tres diferentes pisadas se detienen aquí mismo. Las únicas que continúan, y no son de animales, tienen el mismo olor de esa pequeña cosa que nos atacó... y son más grandes —comentó el salvaje Finn al agacharse junto al Ciervo más joven—... Creo que ya se respondió mi pregunta.
Avanzaron rápidamente, con Einarr liderando la marcha junto a Alvar, Kendra al centro caminando como si no se moviera, Hattori a su lado con su par de espadas cortas empuñadas, Cyrus y Garren apuntando sus arcos al final de la línea, y Harek junto a ellos, sujetando un cuchillo por la hoja, listo para arrojarlo.
Al principio solamente encontraban las huellas de quien, según parecía, era un devoto. Varios metros más adelante, encontraron manchas de sangre. Cuando casi habían recorrido un kilómetro, encontraron tres cuerpos decapitados.
—Un paladín... —comenzó a decir Einarr.
—Un inquisidor —le dijo Alvar—, los paladines no tienen espadas como esa.
—Además de un León y una Lechuza —terminó Garren.
—¿Deberíamos enterrarlos? —quiso saber Kendra.
—Cuando hayamos acabado con... lo que sea que les haya hecho esto —respondió Hattori.
—Y recuperado sus cabezas —agregó Harek.
—¡Pues vamos! —rugió Einarr, girando sus hachas mientras comenzaba a correr—. ¡El rastro es obvio como nunca!
Mientras más se adentraban en los Bosques del Este, más empantanado estaba el suelo, más profundas eran las pisadas, y más manchas de sangre había.
Hasta que vieron una silueta de rápidos movimientos, tras una muralla de troncos delgados, en lo que parecía ser un claro del bosque.
—... ¿Está haciendo malabares? —murmuró Alvar entre dientes, ajustando una última vez sus guantes y las hojas unidas a estos.
Las dos mercenarias y Cyrus no pudieron responder, congelados donde estaban, y los dos salvajes solamente rugieron, lanzándose como fieras hacia el devoto.
Era un ser delgado, con el atuendo de un bufón, y cuyo cuerpo se contorsionaba tanto con cada movimiento que parecía imposible, pero seguía lanzando y atrapando las tres cabezas en sus manos: Una rubia y con casco dorado, una de largo cabello rojo adornado con gemas, y una de corta barba negra con un yelmo como el rostro de un león. Su máscara parecía partida justo a la mitad, sonriendo por un lado y llorando en el otro.
—A veces las burlas se adelantan a los hechos —al igual que la del pequeño devoto que había invadido la fortaleza León, su voz sonó como carcajadas—, ¡pues nunca hay suficiente ridículo! —pero mucho más fuerte.
De golpe, en menos de un segundo, el cuello se torció, el rostro entero miró a los siete héroes, y las tres cabezas en sus manos volaron hacia ellos.
El casco color de oro impactó de lleno la frente de Einarr, la cabellera roja alcanzó a Hattori, y Harek detuvo con un hachazo el yelmo del León.
La daga entre los dedos del salvaje voló hacia el devoto, clavándose apenas en su máscara. No hubo sangre.
Alvar avanzó con increíble agilidad, cayendo sobre el enemigo con puñetazos y patadas, acertando incontables cortes con las hojas sujetas en sus guantes... pero no hubo sangre.
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El Último Relato
Fantasy¿Por qué contamos estas historias? Tantos habitantes de este mundo, tantos años de historia. ¿Solamente estamos llevando registros? ¿Por eso sobreviven nuestras historias? Muchas no tienen final, otras nadie sabe cómo empezaron... pero seguimos cont...