Volumen Quince: Redención - Segunda Parte

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—Kata ya debería estar con Franck —le decía Liam Barend a Louis Kelm, tras recibirlo en el límite con los Bosques del Este.

—¿Y Ellery? —preguntó el guerrero de las Arenas Rojas.

—Seguramente siga con los jefes familiares, definiendo detalles, planeando la ofensiva.

—¿Aún no hay noticias del contingente que ya entró?

—Lamentablemente no...

—¡Cúbranse! —alguien gritaba desesperado entre los árboles—. ¡Formación defensiva! ¡Rápido!

—No puede ser —murmuró incrédulo Liam.

—Por el condenado Firmamento —gruñó Louis.

Un León Anciano, cuatro discípulos y dos fanáticos salían de entre los árboles, y la oscuridad venía tras ellos.

—No me digan que... —preguntó Barend.

—¡Todos los demás murieron! ¡Hasta la abuela! —lloró uno de los sobrevivientes, cayendo de rodillas, completamente exhausto.

—¡Escuderos! —gritó Kelm—. ¡Bloqueemos esa entrada!

La formación fue como una muralla de roca, rodeando el Umbral del Bosque y cerrándole la salida a las sombras.

Las guarniciones de reserva dispararon arcos y lanzaron jabalinas por sobre los escuderos, pero apenas podían ver si hacían daño.

—¡Liam! —una mujer se le acercó, sujetando un escudo y algunas lanzas en la mano izquierda mientras arrojaba otra con la derecha.

—¡Guerrera! —le respondió él, mientras un escudero le entregaba un arco.

—Elsa Bendig, señor, encargada del escuadrón de lanzadores de esta zona. Acabo de hablar con Evan Baldwin, del escuadrón de arqueros. No estamos logrando nada.

—Las sombras no han matado siquiera un solo escudero.

—Y nosotros no hemos matado siquiera una sombra, si es que esas cosas pueden morir. Necesitamos una carga de caballería.

—Atrás de esas sombras hay una devota con máscara esperándonos. Si algo mató a Dagna y Varick, con todos los soldados que los acompañaban, fue esa mujer. No podemos caer en su trampa.

—¡Liam! ¡Levanta la mirada! —un grito de Louis Kelm interrumpió la conversación.

—¡¿Qué maldiciones...?!

Una increíble andanada de flechas llameantes cubrió el cielo antes de caer justo entre los escuderos y los árboles, pegándole fuego a la entrada del bosque y al fin dañando visiblemente a las sombras.

—Creo que llegamos en el momento perfecto —dijo un Ciervo, saludando al discípulo y la guerrera—. Jean Dupont, un gusto, me imagino que son conocidos de Ellery... y ya deben saber quién es mi acompañante.

—Leones, los Arcos Plateados están a su disposición —habló Johann el Preciso, legendario comandante principal del ejército de espadachines del Reino del Ciervo.

—Pues... —Liam iba a responder, aún avasallado con incredulidad, pero un chillido inhumano taladró sus oídos.

—¡¡¿Qué es esto?!! —era la devota enmascarada, emergiendo del bosque, avanzando entre las llamas mientras los árboles se quitaban de su camino.

—¡Ese es nuestro objetivo! —declaró el discípulo Barend, soltando el arco y desenfundando su espada—. ¡Todas las flechas y jabalinas, contra ella! ¡Escuderos firmes, cierren la formación lo más que puedan y quédense ahí!

—¡Evan! —llamó Elsa a su compañero—. ¡Que traigan combustible y antorchas!

—¡Enseguida! —le respondió él, dando las órdenes.

La entrada a los Bosques del Este ardía temiblemente, las sombras ya no existían, pero la mujer parecía inmutable.

—... Si la lujuria no es suficiente... —su voz se expandió por el incendio, mezclándose con el crepitar y crujir de las llamas, alcanzando como viento a todos los escuderos en el mismo instante—... que la desolación cubra su reino por completo.

El suelo tembló y, desde el despejado camino entre los árboles, emergió una forma tan grande como monstruosa, cubierta por corteza y enredaderas.

—Lo que nos faltaba —dijo Jean entre dientes.

—Un condenado gigante —siguió Liam, gruñendo.

—¡Retrocedan! —comenzó a gritar Louis—. ¡Mantengan la formación cerrada a toda costa, pero por el maldito Firmamento, retrocedan!

Fin de la segundaparte del volumen quince

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