Volumen Diez: Miedo - Segunda Parte

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—Amara murió justo el día antes de la Noche del Honor —le dijo Elio Kelm a Franck Bendig cuando este se sentó a su lado.

—No esperaba ver a alguien tan joven en una taberna, menos una de la frontera sur —respondió el afamado fanático, antes de pedirle dos jarras de la cerveza más oscura a un mesero—. Yo invito.

—Gracias, maestro.

—No hay por qué, chico. También tengo hermanos... y una hija, Kora.

—La recuerdo de algunos entrenamientos, no es mucho menor que yo.

—¿Qué edad tienes?

—Doce, y Amara tenía dieciocho.

—Trata de no beber nada más fuerte que la cerveza —le recomendó Franck mientras recibía los tragos.

—Lo intentaré —dijo Elio, con una sonrisa melancólica formándose en su rostro—. Por el honor de Amara.

—Por una muerte de leona —respondió Franck mientras chocaban sus jarras y comenzaban a beber.

—¿Franck? —dijo una voz de mujer.

—¿Qué? —se volteó de golpe el fanático, mirando desde su asiento a quien lo llamaba.

—Maestro Franck, ha pasado tanto tiempo —era una fanática adulta y conocida, con el único guantelete que usaba colgando de su cinturón, y un pañuelo de Colmillos Rojos visible en su cuello.

—Kasia Barend, sí ha sido mucho tiempo —la reconoció el maestro—. Siéntate. ¡Tres cervezas negras por acá! Elio, esta es Kasia, una de las mejores fanáticas que he entrenado. Kasia, él es Elio, uno de mis nuevos aprendices y hermano de Amara Kelm —mientras los dos fanáticos se daban la mano, la mujer lo miró como si no supiera qué decir.

—No te preocupes, Kasia, no hace falta —le dijo el joven, vaciando su primera jarra.

—No es sólo eso... no debería decirle a nadie, pero si hay alguien en quien siempre confié, fue en ti, maestro Franck... el imperio me ha enviado junto a otros cuatro... bueno, junto a representantes de cada reino. Nos están llamando héroes, tal como hicieron con el grupo de Hanjo y Adler.

—Héroes... aunque el imperio solamente crea...

—¿Mártires? —interrumpió Kasia a Elio—, sí, eso mismo dijimos... todos... Pueden ver al resto a unas mesas de distancia —la fanática señaló al grupo más llamativo de la taberna. Un sacerdote rubio con armadura completa y ojos dorados; Una hechicera encapuchada con símbolos dibujados en su piel; Un alto espadachín de elegante atuendo, armado con arco, estoque y puñal; Y un salvaje encorvado y con pintura de guerra, llevando dos hachas a la cintura, un escudo a la espalda, y varios cuchillos entre sus vendajes de cuero—. Son Ethan Hallselt, Zanna Fantine, Paul Bergeron, y Bojan Finn, aunque el enviado imperial, un tal Dennis Bonham Tercero, sólo nos presentó como "control de masas, curación, eliminación de objetivos, rastreador, y defensa cuerpo a cuerpo". Esa última era yo. Desde que comenzamos a viajar hace tres días, sólo he podido pensar en la historia de la infestación.

—Creo que nunca la he escuchado —dijo el aprendiz.

—Es conocida en todo el reino... por los mayores. Los maestros preferimos no contarla —comentó Franck.

—Y con razón... trata de desapariciones de niños. Han sido pocas, y cada mucho tiempo, pero cada padre tiene esa amenaza presente. La primera sucedió no mucho antes de que el primer Reino del Sol se convirtiera en imperio, hace unos doscientos años seguramente. Una niña rubia desapareció, y unos paladines siguieron su rastro hasta los Bosques del Este. Ahí encontraron un capullo de seda, como el de un insecto, pero mucho más grande. Lo estudiaron largo rato, notando que casi palpitaba. Decidieron abrirlo y, al hacerlo, liberaron un cuerpo tan humano como arácnido, con una máscara blanca. No les costó tanto trabajo matar a esa cosa... pero al quitarle la máscara, vieron el rostro infantil, y el cabello amarillo.

Mucho después, cuando apenas se había instaurado la Paz Imperial, el hijo menor de una familia del entonces Imperio del Sol desapareció, y su rastro también terminaba en los Bosques del Este. La búsqueda fue veloz pues, aunque el caso anterior tenía varias décadas ya de antigüedad, temieron lo peor. Apenas encontraron un capullo, tal como el que conocían por la historia, lo abrieron, liberando al niño. Su cuerpo estaba en mal estado, no tenía memoria de lo que había sucedido, y le tomó mucho tiempo recuperar del todo sus facultades, pero se salvó.

Para la tercera desaparición, la que esperamos sea la última, que pasó algunas décadas después, cuando ya existían los cinco reinos y el imperio ya era sólo un símbolo, la inquisición y los fanáticos se movilizaron cuando, nuevamente, el rastro de un niño perdido terminaba en los Bosques del Este. Esta vez fue específicamente en el Umbral del Bosque, por lo que incluso algunos salvajes se unieron a la búsqueda. No debieron rastrear mucho más, pues algo los atacó apenas encontraron el capullo. "Soy la infestación, y no dejaré que vuelvan a matar a mis hijos" gritó, mientras se revelaba su forma: Aunque estaba claro que era, o había sido una persona, su cuerpo se parecía al de una araña, y se movía como tal, sobre sus cuatro largas y delgadas extremidades... y llevaba una máscara blanca, con colmillos y varios agujeros como ojos, aunque solamente dos tenían luz roja saliendo de ellos.

La mayoría se lanzó a contener esa cosa, con los inquisidores al frente, salvajes flanqueándola y fanáticos apuntando a cualquier cosa que pareciera un punto débil. La luz dorada en los ojos y espadas de los guerreros del Sol fue cada vez más potente, logrando herir de gravedad a la criatura y pegándole llamas del mismo color, pero escapó de todas formas antes de que pudieran acabarla, envuelta en ese fuego dorado.

Salvaron al niño, pero fue imposible volver a encontrar a la infestación... Mucho tiempo ha pasado desde ese último encuentro. La inquisición y los fanáticos la han buscado, el imperio dice que también ha enviado agentes como nosotros antes... pero nada aún.

—Y todo padre en nuestro reino, si es que no en toda Creación, teme que siga viva —dijo Franck, con los ojos cerrados y apretando fuertemente su jarra vacía—. Anoche encontré un hilo, como de telaraña, que entraba por una ventana a la habitación de Kora, mi hija.

Fin de la segunda parte del volumen diez

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