Volumen Catorce: La Verdadera Guerra - Primera Parte

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Primer día del año 294 Después de la Intervención Divina, primer día de la Nueva Paz de Creación

—Hijo, acércame por favor un vaso de agua —le pidió Fou Gwyllion al joven Diarmaid.

—Claro, padre, aquí tienes —aún sujetando el libro que leía con una mano, invocó un simple hechizo de la Luna para transportar el objeto.

—Gracias.

El cuarto del anciano, uno de tantos en la torre central del castillo Gwyllion, era espacioso y estaba casi vacío. Varios agujeros de piedra servían como ventanas, dejando entrar el viento de la cordillera. Diferentes formas de diferentes tamaños sobresalían de las murallas, proyectando sombras erráticas con el movimiento de las antorchas de fuego púrpura.

—Te escuchamos llegar —le dijo de pronto Diarmaid a una de esas sombras, sin levantar la vista de su libro—, no tienes que ocultarte ya.

—... Soy... —la sombra avanzó, revelándose completamente: Era un hombre alto y grueso, con una armadura completa de placas, negra; una gran espada colgada tras sus hombros, una corta enfundada en su cintura, y una maza de armas en una de sus manos; y usando una máscara blanca con cuernos en la frente, a través de la que brillaban sus ojos rojos.

—Ya sabemos lo que eres —lo interrumpió el mayor de los hechiceros—, y quien fuiste antes.

—Así que di tus malditas intenciones pronto —se levantó Diarmaid de su asiento, arrojando a un lado el libro que leía y conjurando varios hechizos a la vez.

En un mismo instante, el devoto sintió la fuerza de su cuerpo reducirse, la lucidez de su mente adormecerse, el peso de sus armas y armadura aumentar, y el potente golpe de un guerrero evanescente, hecho de luz morada, alcanzar su cabeza.

—... Soy el abandono... —gruñó a través de la máscara, encorvado, a punto de caer de rodillas—... ¡¡y la hechicería de la Luna no logrará vencerme!!

Se enderezó con fuerza y furia, desenvainando la espada corta con su mano libre, rugiendo inhumanamente.

—¿Qué tal la del Sol? —preguntó Fou sin inmutarse, levantando su mano que no sujetaba el vaso de agua.

Una llamarada golpeó de lleno al devoto, una explosión alcanzó su rostro, haciéndolo retroceder, y un monstruoso destello azotó sus ojos, cegándolo.

—Ya... me están... ¡¡cansando!! —volvió a rugir el abandono, dando un paso al frente, con el rojo sangre de sus ojos brillando de nuevo, más que nunca antes.

—Por cierto, ¿a qué venías? —le preguntó Diarmaid.

—... A ofrecer un poder superior al de sus dioses...

—¿Superior? ¿En serio crees eso? Ni siquiera hemos usado los hechizos más avanzados que conocemos.

—Merlo Bendith quedó admirado de nuestro poder, después de haberlo visto en la batalla de la Luna Oculta.

—La que ustedes perdieron.

—Inyo Bendith al fin conoció la igualdad entre pares.

—¿Le dieron una armadura como la tuya?

—Merlo, al admitir el desprecio que siempre sintió por las hechiceras, tras años de ser mirado en menos por los dotes inferiores de los hombres en la magia, alcanzó más conocimiento del que esconden todas las bibliotecas de su reino. Inyo, admitiendo la ruina en que se había convertido su vida por seguir el camino de un escudero, alcanzó una fuerza que la Lechuza nunca le habría permitido conocer.

—¿Ah sí? —entonces el menor de los hechiceros prestó más atención que antes.

—Ellos mismos lo han dicho.

—Suena bien —y dio un paso adelante.

—Conoces bien lo que es ser repudiado por tu nacimiento, porque la Dama Luna eligió a una mujer, y todo el Reino de la Lechuza ha hecho lo mismo desde entonces.

—No realmente —un segundo guerrero de luz morada apareció, como un rayo, golpeando más fuerte que antes la máscara del devoto.

—¡¡Suficiente!! —las pisadas del abandono hicieron temblar el suelo. Su maza se levantó en un parpadeo, lista para bajar contra el joven... pero una flecha, envuelta en la misma luz de la magia de la Luna, se clavó en la parte de atrás de su cabeza, asomando por entre sus ojos.

—Predecible —era la voz de Zoey Fantine, el Presagio.

—¡¡Pero, ¿cómo?!! —volteándose, el devoto lanzó varios golpes en un solo movimiento.

—Las Hermanas de la Luna han cuidado el conocimiento prohibido que les permite predecir el futuro, desde el tiempo de los Elegidos de los Dioses, ¿pensaste que no nos enteraríamos de tu visita? Aziza sabía todo esto desde hace semanas —habló tranquilamente la hechicera, esquivando la mayoría de los ataques y desviando el resto con impulsos de viento morado.

—¡¡No puede ser!! —el abandono se movía cada vez más rápido, fuerte e iracundo. Su maza de armas y espada corta chocaron contra las paredes, llegando a romper la roca.

Con diferentes conjuros de los tres hechiceros, su mente al fin fue afectada del todo. Su cuerpo aún luchaba, su voluntad parecía inquebrantable, pero su esencia misma quedó al descubierto, y Zoey consiguió acercársele, tras incontables ataques esquivados y desviados con armaduras invisibles.

Golpeó sus brazos desde adentro, dejando inútiles sus dos armas por apenas un pestañeo, y lo sujetó por la cabeza con ambas manos. El gran cuerpo, cubierto por la armadura negra, se tensó. Soltó maza y espada, y lanzó un grito impío, pero no de furia, sino de dolor. Los símbolos escritos en todo el cuerpo de Zoey brillaron morados, cada vez más, mientras el resplandor carmesí se apagaba en los ojos del abandono, brillando cada vez menos.

—Hoy hay luna llena, devoto, ¡y ya no brilla roja! —habló la hechicera, con la luz violeta estallando en sus ojos y palabras.

La máscara cayó, convirtiéndose en polvo, descubriendo el deteriorado rostro. Luego la armadura negra se oxidó de golpe, sus placas cayendo como trozos sin forma. El cuerpo se marchitó, sin un solo movimiento, hasta ser apenas una silueta de huesos.

—Que tu esencia pueda limpiarse de la mancha de Locura, guerrero —habló Diarmaid.

—Que tu espíritu vuelva a Creación, paladín —siguió Fou.

—Que puedas descansar junto a los tuyos, Alger Kendrik —terminó Zoey.

Fin de la primera parte del volumen catorce

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