Volumen Doce: Alianzas - Tercera Parte

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—Extrañaba mucho esta espada —le decía Vidgis Finn a su hermana Vari, mientras caminaban por el bosque más cercano al Portal Gélido—. ¿Estás segura de que estás más cómoda con la nueva que con esta?

—Más que segura. La curvatura de la nueva será mucho mejor cuando la use montando a Goda.

—La primera espada que me dio Hakon también tenía curvatura. Creo que cuando uno usa al menos dos armas a la vez, como él, es más cómodo así que con espadas rectas.

—Tal vez, o tal vez le gustan más. Pocos en el reino eligen espadas rectas... deben saber que nunca podrán usarlas tan bien como tú.

—Bueno, Asdis es temible con la suya.

—Cierto. ¿Es verdad lo que pasó con la primera que te dio Hakon? ¿En el Umbral del Bosque?

—Sí, y aún no puedo creerlo. Si me topo por tercera vez con ese errante, me aseguraré de que no escape como en la Luna Oculta, y lo romperé tal como rompió mi espada.

—Espero estar ahí para ver eso.

—Estarás ahí y me ayudarás a romperlo —comenzaron a reírse, pero algo las interrumpió. Detectaron, al mismo tiempo, un olor que no pertenecía al lugar donde estaban.

Se movieron en silencio, siguiendo el rastro con facilidad. Era un aroma demasiado característico, demasiado diferente a cualquier cosa que existiera normalmente en el Reino del Lobo Blanco.

—¿Es ese...? —murmuró Vari, viendo una enorme figura entre los árboles.

—Ulf Vestein, el titán —le confirmó Vidgis.

—Pero él no puede ser el del olor... eso es...

Entonces lo vieron voltearse, y a la persona que antes su enorme cuerpo cubría.

—Perfume —siguió la mayor de las dos.

Ulf estaba acompañado por una Cierva. El hacha y cuchillos del titán estaban en su cintura, el arco de la mujer estaba sin la cuerda, guardado en el carcaj. No había gritos ni sangre.

—¿Están... bailando? —se preguntó Vari, mientras Vidgis avanzaba.

—¡Ulf! —gritó, apuntándolo con su espada.

—¿Eh? —gruñó el titán, poniéndose enseguida delante de la mujer.

—Por favor —dijo ella, levantando sus dos manos vacías cuando vio a las dos salvajes—, no tengo intenciones hostiles, lo juro por mi reino.

—Ni la palabra ni el reino de un Ciervo valen nada —respondió Vidgis, aún con su espada en alto—, ¿qué haces aquí?

—Está conmigo —la voz de Ulf pronto se convertiría en un rugido—, desde hace bastante tiempo ya que me visita en tierras del Lobo Blanco, y me recibe en tierras del Ciervo. Es confiable, doy mi palabra, por mis ancestros y el nombre de Vestein, así que baja tu espada, cría.

—¿Y sólo a eso has venido?

—Bueno, hay algo más... algo que apenas estaba discutiendo con Ulf.

—¿Estás segura de que ellas...? —le preguntó el titán, tratando de hablar despacio.

—A veces, circunstancias incontrolables definen el futuro —respondió la espadachina, parándose junto a él—, si me encontraron ahora, justo cuando venía con este mensaje... que así sea.

—¿De qué hablas? —intervino Vari, sin tocar su espada, con más calma y curiosidad que su hermana mayor.

—De paz.

—¿Qué? —Vidgis mostró los dientes, incapaz de creerle—. ¿Paz? ¿Después de todas sus incursiones? ¿Como cuando nos robaron una aldea minera? ¿O cuando casi matan a Hakon?

—Estuve ahí en ambas instancias, pero ahora es diferente, ahora...

—No se puede confiar en un Ciervo, eso lo saben todos los Lobos Blancos.

—Pero Jean estuvo peleando a tu lado —le dijo Vari a su hermana—, enfrentando a Locura... tal vez nuestro reino pueda vencer solo, pero si dejamos que haya más uniones como esa, la victoria es segura.

Tras largos y tensos minutos en silencio absoluto, mientras nubes oscuras se movían por el cielo, Vidgis envainó su espada.

Fin de la tercera parte del volumen doce

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