—El último día del año 287 después de la Intervención Divina, el imperio convocó diplomáticos, nobles, líderes familiares y comandantes militares en representación de los cinco reinos.
Los vi entrar al Palacio Imperial desde buena distancia. Había cuatro veces más guardias que un día normal, todos con su alabarda en una mano, escudo en la otra, espada y daga al cinturón, armadura completa... voluntarios de todos los reinos, entrenados por generaciones de voluntarios de todos los reinos... todos dorados, casi tan dorados como ese palacio.
Vi a la comitiva del Ciervo llegar primero. Bajaron de carrozas azules y plateadas, tiradas por caballos blancos. Todos sonrientes y de movimientos finos y veloces, a pesar de sus complejos atuendos. Caballeros con sombreros de ala ancha y chaquetas largas, damas de peinados altos y asombrosos vestidos, guardaespaldas con bigotes y barbas bien peinados, portando estoques con guardas y fundas cubiertas por piedras preciosas.
Apenas unos minutos después, montando caballos con bardas doradas y vestidos en armaduras y capas doradas, llegaron los representantes del Sol. Bajaron con presteza de sus monturas, resplandeciendo ante la luz del amanecer con cada movimiento. Altos paladines de cuerpos gruesos que se veían como fortalezas andantes en semejantes armaduras, con espadas, dagas y escudos, todo cubierto con el emblema de su reino; sacerdotes con capuchas y mantos, igual de cubiertos por el emblema; y diplomáticos de ropa simple y sobria, cuyas aplicaciones de oro parecían inexistentes comparadas a los atuendos Ciervos... pero sin duda eran más imponentes, como si su sola presencia brillara con luz propia, a pesar de que estaban rodeados por oro.
Luego se escuchó la marcha como si de un campo de batalla se tratase. Los Leones llegaron a pie, y al detenerse frente a los demás grupos, hicieron sonar sus lanzas contra el suelo en perfecta coordinación. Hasta sus diplomáticos llevaban algunas piezas de armadura, y no eran piezas de exhibición, sino que tenían marcas de uso. Parte del esmaltado rojo se había caído, algunas reparaciones eran visibles, y los cortes y abolladuras en el metal eran notorios.
Un poco más tarde, junto a la primera nube del cielo esa mañana, llegaron las Lechuzas. Era imposible distinguir entre las diplomáticas, hechiceras y guerreras. Todas en atuendos morados y oscuros, tan extraños como cautivantes, cubiertas con complicados y bellos diseños o descubiertas mostrando joyas, amuletos y dibujos.
Los representantes del imperio habían salido del palacio con la llegada de los Ciervos, dándole la bienvenida a cada comitiva tras sus prontas llegadas. Pero una última faltaba, y tardó bastante más en mostrarse... a lo lejos, pues desde lejos se oían y veían llegar, uno de ellos especialmente. Eran los representantes del Reino del Lobo Blanco, más cubiertos por sus largas barbas y cabelleras que por sus austeras ropas de piel y cuero, con hachas, cuchillos y espadas colgando de sus cinturones. El más bajo de ellos era del mismo tamaño que el más alto de los paladines del Sol, y se veía igual de grueso, aunque no tenía una sola pieza de armadura. Y el más grande de los Lobos Blancos... era un personaje tan conocido como imponente. Hakon Finn, el titán, la pesadilla de los que se atreven a pelear en las fronteras de su reino.
El silencio se extendió de golpe entre todos los demás presentes, y los Lobos Blancos tampoco dijeron nada. Ni siquiera hablaron cuando los representantes del imperio guiaron a todos al interior del palacio. Avanzaron en un incómodo silencio, con una fila de guardias imperiales a cada lado, y otros varios apostados por todos los alrededores de las enormes puertas.
Y luego...
—Luego no pudiste ver más —interrumpió Garren, dejando su copa en la mesa.
—Precisamente —dijo Percy, con la voz como un gruñido, apretando el puño alrededor de su jarra antes de darle varios tragos. Lisa solamente se rio.
—Con todos esos guardias, mis chances de poder entrar sin ser notado eran sólo un poco mejores que las tuyas, y recuerden que soy conocido como Garren el Escurridizo.
—Lo sabemos —respondieron al unísono sus dos acompañantes.
—Pero bueno, el punto es que me enteré de todas formas. Tener informantes que nadie se espera es de bastante ayuda.
—¿Cuánto tuviste que pagarle? —preguntó Percy.
—Mucho, pero mucho menos de lo que obtuve a cambio durante el medio día apenas acabó la... reunión —respondió Garren—. Resulta que, al entrar, las comitivas tuvieron algunos momentos para conocer el Palacio Imperial, para pasear, hablar, mirar, lo que fuera. Las Lechuzas se repartieron como sombras por el salón principal, observando todo en silencio. La mayoría de los Soles se quedaron quietos y de pie, esperando, pero algunos paladines comenzaron a conversar con los guardias. Los Leones se mantuvieron como si fueran una falange esperando la carga enemiga, casi tan quietos como las estatuas adornando el lugar. Los Ciervos se desplegaron ordenadamente, haciendo preguntas de cortesía y hablando sobre las imágenes en las ventanas, la artesanía de las armaduras, y otras cosas que les interesan a los Ciervos —entonces se interrumpió para tomar algunos sorbos de su copa.
—¿Te cobraron por cada pequeño detalle? —quiso saber Lisa, justo antes de darle algunos tragos a su vaso.
—Ya está claro que algo pasó con los Lobos Blancos —comentó Percy después de vaciar su jarra, y antes de levantarla para pedir que la llenaran.
—Ambos tienen razón, lamentablemente —sonrió el narrador—. Los Lobos Blancos desaparecieron del salón. Se adentraron en algún pasillo, ignorando por completo a los demás. Claro, todos los vieron irse, con sus pasos fuertes y cuerpos enormes era difícil no darse cuenta de cada uno de sus movimientos. Seguramente tú los escuchaste caminar desde afuera, Percy.
Y luego, finalmente, comenzó la esperada reunión. Un miembro del Consejo Imperial apareció frente a las comitivas, todos los presentes se reunieron ante el anciano, los Lobos Blancos no estaban, envió algunos guardias por ellos, los guardias tardaban en volver, decidieron esperarlos en el salón de la corte, les encargó a otros guardias avisarles cuando volvieran y guiarlos con el resto, y partieron.
La caminata fue corta y todos iban cubiertos por el color dorado del edificio. Dejaron las puertas de madera, cubiertas con tan hermosos ornamentos de oro, y se dispusieron a hablar, cuando una cabeza con casco los interrumpió, llegando con fuerza desde el otro lado del umbral y manchando el suelo con una estela de sangre. Hakon entró con un grito monstruoso, llevando un hacha del tamaño de una persona en la mano derecha y una del tamaño de media persona en la otra, con todos sus acompañantes detrás, corriendo entre los presentes, empujándolos y rugiéndoles. El titán caminó con fuerza y lentitud, en línea recta, mirando fijo al trono imperial frente a él.
Sólo un anciano diplomático León, con una larga túnica roja y varias piezas de armadura metálica llena de marcas de uso, se atrevió a cruzarse en su camino.
"¿Es así como los Lobos Blancos responden a la diplomacia? ¡¿Cómo salvajes?! Desenfundaría mi espada, pero su comportamiento no amerita una espada, ¡sólo amerita una correa!"
Hakon lo miró hacia abajo, sonrió, y le dio un golpe con su hacha menos grande, como si quisiera matar un insecto. El León voló por los aires y chocó contra un pilar dorado, manchándolo de rojo, y todos pudieron ver el corte abierto en medio de su cuerpo, casi partiéndolo en dos.
Los guardaespaldas Ciervo formaron alrededor de los nobles, los paladines tomaron sus espadas, las hechiceras se alejaron mientras la luz morada de su magia se encendía en sus ojos, y los Leones corrieron a ayudar a su diplomático herido... pero luego todos miraron al frente, donde estaba el titán.
"Esta es la diplomacia del Lobo Blanco" dijo Hakon como si susurrara, aunque su voz sonó como un rugido... justo antes de clavar su hacha en el trono imperial.
Fin de la segunda parte del volumen dos
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El Último Relato
Fantasy¿Por qué contamos estas historias? Tantos habitantes de este mundo, tantos años de historia. ¿Solamente estamos llevando registros? ¿Por eso sobreviven nuestras historias? Muchas no tienen final, otras nadie sabe cómo empezaron... pero seguimos cont...