Volumen Catorce: La Verdadera Guerra - Cuarta Parte

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—Mac... ahora entiendo por qué esa loba de la que me contó mi padre odiaba tanto a los dioses —le decía Derval a la tierra y al viento, avanzando en su caballo a un palacio del que había oído bastante—. "Que el Sol me dé fuerza y la Luna me dé sabiduría" rezaba, atendiendo las heridas de un lobo grande y fuerte. Masticó hierbas que solamente ella conocía, lamió los cortes, y rezó. Y las heridas del lobo mejoraron, y fue más fuerte que nunca.

Los demás lobos iban con ella cuando estaban heridos, cuando estaban enfermos, cuando estaban perdidos. "Que el Sol me dé fuerza y la Luna me dé sabiduría" rezaba, atendiendo cortes y fracturas. "Que el Sol fortalezca nuestros cuerpos y la Luna nos diga qué hacer" rezaba, atendiendo dolores y malestares. "Que el Sol te dé fuerza y la Luna te dé sabiduría" rezaba, atendiendo tristezas y rencores.

Cuando un lobo llegó ante ella, con el pelaje chamuscado y las quemaduras en su piel descubierta, la loba creyó que debería cambiar sus oraciones. "Que la Luna me dé habilidad y voluntad" rezó, masticando otra hierba que solamente ella conocía, lamiendo las quemaduras, y volviendo a rezar. Y las quemaduras del lobo mejoraron.

Cuando su manada tuvo miedo, porque seres con ojos rojos atacaban por las noches, volvió a creer que debería cambiar sus oraciones. "Que el Sol ilumine nuestro cielo por más tiempo y espante a nuestros enemigos" rezó, mirando al cielo del norte, la región de los días más cortos y las noches más largas. Y nada pasó.

Cuando nuevamente un lobo de pelaje chamuscado y quemaduras en la piel llegó con ella, repitió sus oraciones. "Que la Luna me dé habilidad y voluntad" rezó, masticando la hierba que había dado resultado antes, lamiendo las quemaduras como antes, y volviendo a rezar como antes. Ese lobo murió frente a ella.

"¿Qué quieren los dioses de mí?" le preguntó al cielo del norte. "¿Por qué esta vez no ha dado resultado? ¿Qué debo decirles? ¿Qué debo entregarles?". Y no obtuvo ninguna respuesta. "¡¿He sido yo o han sido ustedes?!" le preguntó al cielo del norte, enojada. "¡¿Me han ayudado por rezar o siempre fui yo sola?! ¡¿Interviene realmente el Sol donde los días son más cortos?! ¡¿Interviene realmente la Luna donde atacan los seres con ojos rojos?!". Y no obtuvo respuesta. "¡¡¿Están ahí realmente?!!" le aulló al cielo del norte, iracunda. "¡¡¿Recuerdan a sus seguidores en estas tierras heladas?!! ¡¡¿Escuchan siquiera mis rezos y oraciones?!! ¡¡¿A caso ya se han olvidado de nosotros?!!". Y como si el cielo le respondiera, un rayo de luz la alcanzó. Cayó al suelo, con sus ojos cerrados, y al levantarse y abrirlos, fue como si nunca los hubiera abierto. Siguió curando a los heridos, pero nunca más rezó, tal como nunca más pudo ver. Su dedicación había sido ignorada, no así sus preguntas, y el castigo por estas fue quedar ciega completamente, debiendo vivir por su fuerza y sabiduría en vez de por su visión.

... ¿Por qué dejaron que te pasara lo que te pasó, Mac? —la joven mercenaria ya estaba frente al palacio, y algunos guardias del mismo la esperaban.

Cuando entró, la guiaron a un salón bastante grande, al centro de todo. Ahí escuchó la voz de Garren.

—¿Sabían que Elizabeth convocó mercenarios? Pasa que, con la guerra estallando en el este y los Leones resistiendo apenas los embates de Locura, los reinos aún no responden, y ya nadie piensa en pagar los servicios de, bueno, gente como yo, Garren el Escurridizo, afamado mercenario. Sabiendo esto, la reconocida mercader, Elizabeth, me convocó, y a otros cuantos mercenarios del mismo nivel, o tal vez no tanto pero casi, a su palacio.

—Lo sabemos, imbécil, ¿no ves dónde estamos todos? —le respondió Percy, señalando la habitación que los rodeaba.

Lisa, Reno, Ratko, Maciel, Cort, Zenya, Guillian y Derval asintieron, mirando a Garren. Dos figuras encapuchadas, muy cerca una de la otra, se rieron débilmente. Dos personas de origen indistinguible, con ropas verdes y extraños amuletos y tatuajes, no reaccionaron, apartados en un rincón, mirando todo en silencio.

—Se preguntarán por qué los he reunido aquí —resonó la voz de Elizabeth mientras entraba al salón, bajando por una escalera justo en frente de la joven Derval.

Fin de la cuarta parte del volumen catorce

Fin del volumen catorce

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