Volumen Diecisiete: Dispuesto a Combatir - Cuarta Parte

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—El bosque está en llamas —comentó Derval, mientras toda la expedición paraba ante la tierra ennegrecida, las cenizas en el viento, y los troncos quemados.

—Más que nunca antes en la historia —siguió Clea Verner, sacerdote del León, con el resplandor de llamas escarlata apareciendo en sus ojos.

—Y arderá hasta desaparecer —la luz ígnea en la mirada de Mexi Bendith, hechicera eclipse del Reino de la Lechuza, brilló púrpura, y ese fuego apareció también en sus palabras.

—Y ustedes ayudarán con eso, ¿cierto? —preguntó Sigrir—. No podré verlas quemando este condenado lugar, pero quiero oler los restos calcinados y escuchar el crepitar de las llamas.

—Así será, dama Steinn, así será —sonrió Clea, y sus manos se envolvieron con llamas rojas—. Los sacerdotes del Sol no se quedarán con todo el trabajo. He querido quemar esto desde hace mucho.

—Las Lechuzas también —respondió Mexi—, mis hermanas Nan y Laila querrían estar aquí, con nosotras, avivando las llamas en el bosque en vez de cuidando las bibliotecas... Tendré que portar sus llamas además de las mías.

—Detrás de mí, vamos —les dijo Derval a las otras, adentrándose en los restos quemados del bosque, con su espada en alto y un machete en su mano izquierda.

Sigrir avanzó a su lado, con su bastón por delante y empuñando una hoz. Mexi apretó los puños, cubriéndose de llamas púrpura hasta los hombros, y Clea a su lado envolvió su torcido báculo de madera con llamas escarlata.

—¿Todos los Leones quieren quemar los Bosques del Este? —le preguntó la hechicera a la sacerdote.

—Sin duda, sobre todo los que han perdido a alguien ante sus habitantes —comenzó ella—. Por eso es que mi familia se ha dedicado por generaciones a dominar el fuego.

—Pero tú tienes un motivo especial.

—Puede olerse —intervino Sigrir, tocando los troncos calcinados con su bastón.

—No hay por qué negarlo —comenzó Clea—. Incluso a mis hijos les impresiona el odio que siento por estos bosques. Estuve perdida aquí cuando era más pequeña de lo que ellos son ahora.

—¿Cuántas crías de León sobreviven al perderse aquí? —siguió la salvaje.

—¿Cuántas crías de Lobo Blanco sobreviven si entran al Umbral del Bosque?

—Entiendo...

—¿Cómo saliste? —habló de pronto Derval, volteándose hacia la sacerdote.

—Siguiendo a los animales que pude encontrar.

—Hm...

Escucharon entonces los gritos de guerra, y vieron el resplandor de llamas lejanas. La dirección a seguir era obvia. Apurar el paso fue fácil, mientras más se acercaban, menos troncos había, y podían ver con mayor claridad la batalla.

—¿Cuántos han muerto? —le preguntó Bergen el Sabio a Barend Woods apenas el joven llegó corriendo a su lado.

—Megan y Duncan fueron alcanzados por el enmascarado —respondió—. Rebecca, Austin y Randall formaron al frente de los demás sacerdotes para permitirles retirarse. Sólo queda la mitad de la Legión de Hierro.

—¿Qué pasa con estas sombras? —la furia en la voz del anciano fue acompañada por chispas—. Pudimos avanzar desde la frontera con el Reino del León hasta aquí sin bajas, ¡¿y ahora pasa esto?!

—No son solamente sombras. Hay cuerpos más... reales. Parecen cadáveres, pero se mueven como si estuvieran vivos, balbuceando como bestias, y tienen armas, no solamente herramientas.

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