Volumen Dieciocho: Fortaleza Interior - Primera Parte

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Quinto día del año 294 Después de la Intervención Divina, quinto día de la Nueva Paz de Creación

—... ¿Qué está pasando? —en la terraza de la principal biblioteca fortificada del Reino de la Lechuza, donde las más importantes diplomáticas que no habían viajado a los Bosques del Este se reunían, Landa Fata miró al cielo, interrumpiendo las discusiones.

Las otras invitadas, Mima, Enya y Nissa Fata, y Nerida y Meli Ellyllon, todas miembros de la Luna Creciente, además de tres hechiceras eclipse de la Luna Ardiente, Maia Ellyllon y Nan y Laila Bendith, ahí para proteger a las diplomáticas, e incluso una hermana de la Luna recién llegada de sus viajes por las cordilleras, Enyd la Exploradora, miraron en la misma dirección.

Los colores no solamente estallaban en el cielo ese día, sino que llovían torrencialmente.

—... Lo lograron —murmuró Nissa, sonriendo.

—Debería estar con ellas ahora —Enyd se levantó de golpe, llegando a derribar su asiento, pero Maia y Mima se le acercaron.

—No te preocupes, ahora que lo han logrado, eso no importa —dijo la eclipse.

—Si lo lograron, significa que el sacrificio ya está hecho —siguió la diplomática, poniendo su mano en el hombro de la Exploradora.

—... Tienen razón... —la hermana de la Luna recogió su silla y volvió a sentarse en un mismo movimiento—... sólo espero que haya valido la pena...

—Nosotras también, Enyd —le dijo Landa, levantando lentamente la palma de su mano, recibiendo las primeras gotas de la colorida lluvia avanzando hacia ellas desde donde había estallado—, nosotras también.

Aunque la tormenta comenzando sobre otro de los castillos se les acercaba rápidamente, no dejaron la terraza. Se quedaron ahí, incluso cuando el agua que caía desde las nubes era demasiada, a pesar de que sus elegantes y delicados vestidos se empaparan y deterioraran.

—La venganza y la blasfemia pueden haberse terminado —todas las docenas de voces del errante sonaban como carcajadas—, ¡pero sus ejércitos siguen en pie!

Los restos calcinados del bosque rebozaban una vez más con soldados devotos. De alguna forma, el contingente de reserva había desaparecido antes de que Bergen derribara el cielo, y la llegada del enmascarado había traído más contingentes.

Ya no había sombras, sólo cuerpos. Con huesos torcidos y heridas abiertas, sin voz, pero con miradas rojas, cubiertos con harapos y armaduras dañadas, blandiendo hachas largas, mandobles, y armas de asta. Eran grandes y gruesos, con restos de músculos fuertes bajo la piel carcomida.

—¡Deja de esconderte tras tus malditos cadáveres! —el rugido de Franck era solamente furia.

—Debo concordar, ¡muéstrate, cobarde! —la voz de Arthur pasó de calma a ser un estallido.

Solamente obtenían risas como respuesta.

Los héroes reunidos en el sur, liderados por el maestro fanático y el comandante de la Legión Invicta, habían llegado con el puñado de sacerdotes del Sol y lo que quedaba de la Legión de Hierro, además del escuadrón de infiltradores y tres de las cuatro exploradoras. Mientras su pelea contra el errante duraba, tras la muerte de Bergen el Sabio, Keiler Baldwin había llegado con ellos, acompañado por las hechiceras Vera y Mera Fata, la arquera Armelle Laurent, el titán Ulf Vestein, y los mercenarios Reno el Protector, Percy el Decidido, Ratko el Persistente, Zenya la nacida Lechuza, y Guillian el nacido Ciervo, además de un contingente de soldados del León.

La pelea era la más encarnizada que cualquiera de todos ellos hubiera visto en su vida.

Entre los altos cuerpos animados, que se negaban a caer a pesar de las heridas nuevas abriéndose sobre las viejas, dos devotos enmascarados aparecían y desaparecían entre las filas.

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