Volumen Diecisiete: Dispuesto a Combatir - Segunda Parte

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—... ¿En serio? —el único ojo de Keiler Baldwin miraba incrédulo a Elizabeth.

—Por enésima vez, sí, es en serio —respondió tediosamente la mercader.

—Conozco a casi todas estas personas, y tampoco puedo creer lo que dices —añadió Serilda.

—Pues créanlo, Leones. Pasé una maldita semana contactándolos, pagué sus malditos precios, los traje a su maldito reino, y por todas las maldiciones les prometo que vamos a pelear.

—¿Por qué los altos comandantes del Reino del León conocen a casi todos los presentes? —habló con suavidad Kendra.

—Bueno, aquellos como Maciel o tú son casos... diferentes —le respondió Conrad—... pero hay mercenarios de gran fama aquí. Lisa, Reno, Garren, Percy, Ratko, todos han servido al León o contra el León.

—Principalmente contra el León —gruñó Keiler—. Uno de ustedes me debía un ojo...

—Y lo cobraste apenas pudiste —Reno gruñó también, señalando el parche sobre su cuenca izquierda—, ¿o no lo recuerdas?

—Respóndeme algo antes de que te arranque el otro también —aunque su voz sonaba más y más como un rugido, el León intentaba calmar su temperamento—. ¿Quiénes son los demás? A ti te conozco, Elizabeth, y recuerdo las caras de Cort y Conrad East, Zenya Fata y Guillian Benoit... además de estos cinco sicarios y traficantes de información... Pero, ¿quién maldiciones son el par de encapuchados y el par de... lo que sean estos dos con atuendos verdes?

—Mi nombre es Hiei —respondió el hombre de verde, haciendo una extraña reverencia.

—Hattori Mika —siguió la mujer que lo acompañaba, con el mismo movimiento.

—Representantes del Reino del Dragón —concluyeron al unísono.

—... ¿Del dragón? —tras unos instantes de silencio, Keiler apenas pudo esbozar la pregunta.

—Así bautizaron a su banda de mercenarios, aunque solamente ellos dos quedan con vida —respondió en un susurro el hombre encapuchado, estirando su mano hacia el León—. Mi nombre es Maciel, llamado el Peregrino, y a veces mencionado como el profeta.

—¿Profeta? —Keiler respondió el saludo mientras observaba al hombre de arriba abajo—. He escuchado ese... título... pero nunca creí que fuera real.

—Kendra, señor —siguió la mujer encapuchada—, y si no creía en el supuesto profeta, será mejor que no le cuente mi historia.

—Una buena idea... Veo una última persona que no conozco —entonces el León fijó su único ojo en la más joven de los acompañantes de Elizabeth.

—Soy Derval la Narradora, señor, hija de Atair el Narrador —respondió ella firmemente.

—El Narrador... nunca lo conocí, pero escuché algunas veces sobre él —dijo Serilda.

—Espero que escuche más.

—Seguramente suceda —sonrieron Lisa y Garren.

—Ahora, ¿cuál es la situación en la frontera con los Bosques del Este? —habló Elizabeth—. Vinimos aquí a pelear, no a conversar, así que ya que todos sabemos quiénes somos todos...

—Bergen el Sabio marcha ahora hacia allá —comenzó el León Anciano—, con seis de sus sacerdotes y toda la Legión de Hierro. Su hijo Garnet murió, y el anciano dijo que derribaría el cielo una vez más si es necesario. Los Leones nos quedamos aquí, junto a las líderes familiares de la Lechuza. Nuestras fuerzas combinadas se están esparciendo por toda la frontera del bosque, ya cayó un devoto sobre una de nuestras principales fortalezas, acabando con muchos antes de morir, así que nos esperamos lo peor.

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