Volumen Quince: Redención - Cuarta Parte

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—Adrianna, esto no tiene sentido —le decía Audrey Woods, mirando la retaguardia de un ejército que comenzaba a movilizarse.

—Todos los jefes familiares concordamos, Ralph Kendrik ya partió junto a Fedric Erbey y Adrien East —agregó Eldon, tío de Audrey—, tu mismo padre aceptó la orden de que la Legión Eterna se les una.

—Ya nombraron a los que se quedarán aquí a proteger el reino, son una élite elegida por nuestros líderes —le habló Derek Hallselt, su hermano menor.

—No me interesa. Nuestro deber es proteger al Reino del Sol de Locura y sus demás enemigos —respondió furiosa la sacerdote encapuchada.

—¿Sigues pensando en Callan? —le preguntó Lynda Hallselt—. Déjalo ir. Bergen el Sabio fue maestro de ambos, y ahora ha dado la orden de marchar a los Bosques del Este. Edwin, jefe de nuestra familia y tu padre, se sumó enseguida a la orden. Si yo pude dejar ir el asunto, ¿cómo es que tú no puedes?

—Estudié con él desde que éramos niños, crecí con él, lo conocí mejor que nadie.

—... Es cierto. Fuiste más su hermana que yo. Cuida el reino en su nombre, el resto de la legión marcha ahora.

—Traidores...

Un ruido en el castillo que abandonaban, una gran fortaleza en la frontera del Sol con el Ciervo, los interrumpió. Vidrios rotos, un golpe seco, y un grito siendo silenciado.

—... Tal vez no todo lo que dices son tonterías —dijo Corwin Hallselt, primo de Adrianna, apresurándose al interior del edificio. Algunos sacerdotes lo siguieron, mientras la mayoría de la Legión de los Eternos se volteaba, frenando su avance.

—¡Refuerzos! ¡¡Refuer...!! —el grito interrumpido del maestro Thomas Kendrik, guardián asignado al castillo, sonó justo antes de un choque metálico, mientras los que habían entrado corrían hacia su voz por unas escaleras.

—Pero, ¿qué acaba de...? —Corwin se detuvo en seco al ver la puerta abierta de una habitación y la escena que ahí se desarrollaba.

—¡No! —Audrey se cubrió el rostro con ambas manos.

—¡Malditos sean todos! —gruñó Adrianna, conjurando un arco de fuego en sus manos y apuntando un disparo.

La cabeza de Thomas estaba en el suelo, cerca de las escaleras por donde habían subido. Su brazo derecho, todavía sujetando la espada, estaba a algunos metros de distancia, y el resto de su cuerpo seguía en la habitación. Dylan Hallselt, general de la Legión Eterna y padre de Audrey, estaba ahí también, sangrando de diferentes heridas y con una mano cercenada, pero aún conjurando fuego contra su atacante: Un devoto con capa y capucha negras, de máscara sonriente y cuerpo esquelético, llevando varias herramientas afiladas y oxidadas atadas a su cintura y una guadaña en las manos.

—El susurro se expande con el viento —dijo entre carcajadas inhumanas, mirando a los recién llegados con el brillo escarlata que eran sus ojos—, ¡mucho más fácil que caminar!

—¡Ya cállate! —gritó Dylan, aprovechando el momento para lanzarse contra el devoto, sujetarlo con sus brazos y la mano que le quedaba, y envolverlos a ambos en una dorada conflagración.

—Eso no será suficiente para que deje de reírme, sacerdote —el seguidor de Locura soltó su guadaña, desenvainó una hoz y un cuchillo, los clavó en su oponente, y sujetó la larga herramienta antes de que esta llegara al suelo.

Dylan cayó inerte con sus llamas apagándose y su sangre esparciéndose.

—¡Mátenlo! —gritó Adrianna, disparando una enorme saeta de llamas doradas.

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