Volumen Siete: Los Relatos - Segunda Parte

12 2 0
                                    

A Kata Barend le pareció ver un destello rojo a la distancia, ahí donde todos los árboles parecían una sola cosa. Cuando se fijó mejor, el brillo ya no existía, como si nunca hubiera estado ahí. La torre de vigilancia permitía una increíble vista de las fronteras del Reino del León, especialmente del Umbral del Bosque, a pesar de lo lejos que estaba.

—¿Qué ves, hermanita? —habló una voz metálica, de alguien subiendo las escaleras de la torre.

—No te esperaba hasta mañana, Liam —la forma en que la llamó y el eco de su característico yelmo, con la forma de un rostro de león, eran inconfundibles.

Ambos corrieron a abrazarse.

—Ha pasado mucho tiempo —dijo ella, bajando a su cuello el pañuelo rojo que cubría la mitad de su cara.

—Demasiado, pero ya he vuelto. Te extrañé —respondió el discípulo, sujetando su yelmo bajo el brazo—. ¿Y qué era lo que veías? Parecías concentrada.

—Lo estaba. Veía los Bosques del Este.

—Hm... ya ha pasado más de un año.

—El León nunca olvida a sus guerreros.

—Hanjo Kelm y Adler Baldwin, dos amigos tan cercanos como diferentes.

—Nunca supe mucho de ese Adler, no más que lo que me contabas del entrenamiento de discípulos.

—Una de las cosas que mejor recuerdo fue cuando Anna Barend le partió la cara a golpes, por burlarse de cómo murió su madre, cuando éramos bastante pequeños.

Cuando éramos un poco mayores, el maestro Daryl también le rompió la cara de un golpe... luego le ofreció la mano, lo ayudó a ponerse de pie, y lo felicitó. Habíamos entrenado en un bosque, para saber reaccionar ante arqueros escondidos en los árboles... mientras todos excepto Adler nos cubríamos con nuestros escudos y tratábamos de distinguir la trayectoria y origen de cada flecha, él comenzó a gritar insultos que en mi vida había escuchado, y tan fuerte que seguramente lo escucharon hasta en el Reino del Sol. Insultó tanto a los arqueros y a todo lo que consideraran sagrado que, en vez de seguirnos disparando, se bajaron de los árboles contra él... y así ganamos. El que derribó a más arqueros a golpes fue el mismo Adler, pero más que por eso, los demás recordábamos ese día porque pudo exasperar al mismísimo Daryl Barend. Nunca antes había siquiera escuchado que golpeara a un aprendiz, mucho menos esperaba verlo.

Y la otra historia que recuerdo, una que nos contó mientras bebíamos... en una taberna de la frontera norte, no tan lejos de aquí ahora que recuerdo, junto a algunos otros discípulos, además del mismo Daryl... fue de la vez en que, decía él, se metió en un saqueo de solsticio al Reino del Ciervo, mezclado entre los salvajes. Era apenas uno o dos años mayor que los aprendices con que iba, y ya que los Lobos Blancos son más grandes que todos los demás... también siempre estaba sucio, con la ropa maltratada, y apenas se cortaba el pelo o se afeitaba... sonaba bastante posible que se confundiera entre ellos.

Nos contaba que se emborrachó como nunca, y eso que casi siempre se presentaba a los entrenamientos con resaca. Decía que peleó como nunca, aunque siempre fue uno de los mejores en lo que a golpes se refería... casi todo el reino recuerda esa como su única cualidad... Incluso contaba que venció a un berserk en lo que a comer se refería... Daryl no tardó en reírse de eso y ponerlo en duda, parece que ya conocía al berserk... creo que su nombre era Valdis Finn.

No sé si la parte más increíble de la historia era esa, o el hecho de que ese saqueo hubiera llegado justo cuando los Ciervos celebraban un banquete, o el final de la historia, en el que Adler trata de besar a una reconocida noble del reino, Charlotte Bergeron, pero en vez de eso termina vomitándole encima...

El Último RelatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora