Volumen Tres: Leyendas del Pasado - Segunda Parte

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Año 278 Después de la Intervención Divina, nueve años antes de la muerte del Último Emperador.

Los colores estallaban en el cielo ese día. La mayoría de las veces no eran más que nubes, coloridas como un arcoíris, pero nubes solamente. Ese día los colores estallaban.

"A veces los mirábamos desde el otro lado de la frontera" recordó Myria Ellyllon, no sin cierta nostalgia. Desde el camino que recorría con su maestra se veían mucho mejor.

Estaban dejando atrás una de las fortalezas del Reino de la Lechuza. La mayor parte de esos castillos, donde las hechiceras almacenaban ciencia y conocimiento, estaban construidos lejos de las fronteras, para mantener protegido todo lo que descubrían. El que abandonaban ahora era de las pocas excepciones, considerablemente cerca de los límites con el Reino del Sol y con las Tierras Imperiales.

"El castillo del emperador no está tan lejos" pensaba la joven aprendiz, "jugábamos tan cerca de ahí". No podía dejar de recordar esos tiempos pasados, cuando escapaba de una u otra fortaleza Lechuza para encontrarse con su mejor amiga de aquel entonces, una pequeña de cabello rubio llamada Lynda Hallselt, del Reino del Sol.

—Ya falta poco —la voz de su maestra la despertó de sus memorias. Seelie Gwyllion la guiaba tanto en el camino hacia las montañas como en el manejo de ambas artes místicas, de la Luna y del Sol. Era una de las Hermanas de la Luna, un título que sólo las mejores hechiceras del reino podían llevar, y se disponía a entrenar a Myria, de sólo catorce años, para que fuera también una de ellas.

El selecto grupo existía desde la primera generación de hechiceras, cuando descubrieron y prohibieron uno de los conocimientos mágicos que les había entregado la Diosa Luna. Era algo único, poderoso e inestable, y como tal debía ser guardado. Las mejores hechiceras del grupo más leal a la Elegida de la Luna se encargarían de proteger ese conocimiento, y de estudiarlo hasta comprenderlo. Se decía que, en el presente, algunas ya lograban utilizarlo.

—Este lugar servirá —dijo de pronto Seelie. Tenía la misión de convertir a Myria en una hechicera tan poderosa como sus antepasadas, pues la familia Ellyllon fue una de las primeras en practicar ambas magias, más de un siglo antes de que existiera el Reino de la Lechuza. Era una tradición que no estaban dispuestas a ignorar.

El tiempo pasaba en su campamento de las montañas, y poco a poco Myria se acercaba en poder a su maestra. Los días en que practicaba los hechizos de la Luna eran tranquilos, fáciles, llenos de movimientos circulares, suaves y elegantes. Esos días Seelie respondía al entrenamiento con sonrisas y orgullo. Luego venía la práctica de los hechizos del Sol, que necesitaban movimientos rápidos y duros, cargados de energía y fuego. Esos días Seelie respondía con gestos de desaprobación, exigiéndole a Myria que volviera a hacerlo todo, una vez, y otra, y otra, y otra.

—Como el fuego —le recordaba su maestra—, el arte del Sol es como el fuego, como la luz, como el mismísimo astro y sus rayos.

"Él era como el sol" recordó Myria en medio de un difícil movimiento, fallando completamente el hechizo que intentaba lanzar. ¿Por qué había llegado ese recuerdo tan repentino? "Él siempre estaba ahí, aunque no lo viéramos". Su memoria se revolvía sobre lo mismo. "Su luz llegaba a todas partes, él era como el sol" fue lo último que pudo pensar antes de que Seelie la hiciera volver al presente.

—Que sea todo por este día, Myria —dijo. Había decepción en su voz.

Volvieron a su campamento mientras caía la noche, horas de meditación para las Lechuzas, horas cuando los animales que adornan sus estandartes salen a cazar. Para Myria fueron horas de sueños intranquilos, cargados con el aroma del pasado. Una niña con cabello como el oro, como los rayos del sol, que se convertiría en sacerdote, y una niña con cabello como la plata, como la luna y las estrellas, que se convertiría en hechicera. Y una sombra resplandeciente. Dos pequeñas que jugaban a traer gloria a sus reinos, y alguien más, que parecía jugar a ser el fuego y la luz, alguien que era fuego y luz.

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