Volumen Doce: Alianzas - Cuarta Parte

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—Realmente lo lamento mucho... realmente lo siento... —murmuraba, una y otra vez, en diferente orden y con palabras que se desvanecían, Derval.

Mac solamente la miraba fijo. No decía nada, no se movía. No intentó escapar, mucho menos defenderse, ni siquiera cuando la daga de la joven se abrió paso entre sus costillas, alcanzando su corazón. La sangre brotó tan roja como los ojos del pequeño, que siguieron abiertos cuando dejó de respirar y de sangrar.

La mercenaria los cerró antes de envolver el cuerpo en una manta. Cavó un agujero más profundo que grande, con sólo el tamaño necesario para un niño, "y la profundidad necesaria para que la tierra sea quien lo reclame, la tierra y no Locura una vez más" pensaba.

Pasó toda esa noche despierta, sentada junto a la tumba sin nombre ni marcas, en medio de algún bosque, uno de tantos y tan parecidos, en el Reino de la Lechuza.

—¿Quién fuiste, Mac? —le decía a la tierra y al viento—. ¿Dónde naciste? ¿Cómo se llamaban tus padres? ¿Fuiste de algún reino antes de que Locura se comiera tu destino? ... Esto no debe pasar de nuevo, no debe... realmente lo lamento tanto...

Por todo lo que sé, podrías haber sido un Lobo Blanco, que algún día se enamoraría de una Loba. Pudiste haber sido un León que buscaría al Sol. Pudiste ser un Ciervo que buscaría nueces en las tierras del norte. Pudiste ser un León que le daría las gracias a su Leona.

O pudiste ser una simple ave, una pequeña ave hija de un gran halcón, como yo. Pudiste haber nacido donde nací yo, en los límites entre los reinos, donde nadie es un Sol, un Ciervo ni un León, ni tampoco nadie es un errante sin reino... donde todos y cada uno son solamente extranjeros.

Así era el lugar donde la joven leona se cruzó con el viejo lobo blanco. La leona era pequeña, como tú y yo... y el lobo blanco era grande, como fueron mis padres y como deben haber sido los tuyos. Y ahí se encontraron, por casualidad, como tú y yo...

"¿Qué hace un lobo blanco aquí? Esta es tierra de leones" dijo ella. "Toda la tierra es tierra de lobos blancos, de leones, de ciervos y lechuzas" respondió él, sin levantar la mirada de su presa. "Esa presa es de los leones" siguió ella. "Yo la cacé, es mi presa y de nadie más" respondió él. "Deberías irte lo antes posible de aquí" siguió ella, y sólo cuando quedaban sólo los huesos de su presa, el lobo blanco respondió, "terminé de comer, así que ahora me iré".

Al día siguiente se encontraron en el mismo lugar. Esta vez la leona estaba devorando una presa que había cazado, y el lobo blanco pasó cerca sin siquiera mirarla. "Yo cacé esta presa, es mía, no tuya" le dijo ella. "Lo sé, es tuya y de nadie más" respondió él. "Sí, porque esta es tierra de leones" siguió ella. "Toda la tierra es tierra de lobos blancos, de leones, de ciervos y lechuzas" respondió él, recostándose en el suelo y cerrando los ojos. "Eres un lobo blanco muy viejo" le dijo ella. "Cuando se es un lobo blanco, llegar a viejo es difícil" respondió él, antes de quedarse dormido.

Al día siguiente, lo despertaron los rugidos de la leona. Dos lobos blancos, pequeños como ella, como tú o como yo, la perseguían, queriendo quitarle una presa que había cazado. Al cruzarse con el viejo lobo blanco, lo despertó. "Por favor ayúdame" le pidió rugiendo, "dos de los tuyos quieren quitarme mi presa y seguramente mi vida. Lamento todo lo que te he dicho, sálvame ahora, y pasaré toda mi vida respondiendo las preguntas que me hagan tal como tú respondiste las mías". El viejo se levantó, y encaró a los dos pequeños. "Esa es su presa, es suya y de nadie más" les dijo. "Pero esta es tierra de lobos blancos" le gruñeron los dos. "Toda la tierra es tierra de lobos blancos, de leones, de ciervos y lechuzas" respondió él. "¿Por qué la defiendes? Te ha tratado con desdén desde que se conocieron" le gruñeron los dos. "Porque su humildad es lo que la salva, de mí antes y de ustedes ahora. Ha lamentado todo el desdén con que me trató, porque ahora entiende que todos somos iguales ante Creación, como ustedes también entenderán en algún momento". Aunque no quisieran, los dos pequeños lobos blancos huyeron, pues respetaban al viejo lobo blanco.

Un año después, un ciervo se cruzó con la leona. "¿Qué hace una leona aquí? Esta es tierra de ciervos" le dijo. "Toda la tierra es tierra de lobos blancos, de leones, de ciervos y lechuzas" respondió ella.

... Adiós, Mac —le dijo la mercenaria a la tierra y al viento.

Tal como brillaba el cielo nocturno sobre ese bosque del Reino de la Lechuza, brillaba sobre una taberna en la frontera oeste del Reino del León.

—No creo haberte visto antes... —le dijo Bruno Bendig a la Leona que se sentó a su mesa, donde bebía solo.

—Es porque no nos hemos visto —respondió ella con una sonrisa—, pero ahora todo el reino sabe de ti.

—Me sorprende que no hayan mandado a juzgarme todavía...

—No lo harán. El reino sabe que Daryl se lo buscó, y sabe dónde está el verdadero enemigo. La abuela les ha entregado una espada curva a los fanáticos, diciéndoles que la recibió de un devoto de Locura. Ahora mismo marcha al Umbral del Bosque, junto a Liam Barend, Varick Baldwin, y un escuadrón de discípulos y fanáticos, incluyendo a la escolta personal de Ellery Bendig.

—... La abuela marchando a los Bosques del Este... eso es algo que nunca me esperé... ¿Cuál es tu nombre?

—Kelda Barend.

—Creo que nunca he oído ese nombre antes.

—No muchos Leones me conocen, pero uno sí me conocía bien: Daryl Barend.

—Era tu pariente.

—No muy cercano, la verdad no sé qué relación había, y él tampoco tenía idea, pero me entrenó de todas formas, en el camino tanto del discípulo como del fanático. Dijo que eso y la sangre salvaje crearían una guerrera temible.

—¿Sangre salvaje? —solamente entonces Bruno le puso más atención a su interlocutora que a la cerveza negra que tenía en la mano. Sus uñas eran largas y puntiagudas, sus ojos eran los de una verdadera leona, su cabello oscuro era largo y grueso, su sonrisa mostraba sus dientes y sus caninos resaltaban, grandes y afilados. A pesar de revelarse como una discípula y fanática, no llevaba nada de armadura, sino un austero conjunto de blusa, cinturón y falda. En su cintura se veía el par de guanteletes metálicos con filo en los dedos, además de algunos pocos cuchillos de diferentes longitudes y un machete—... La Leona Blanca...

—Así me llamaba Daryl.

—Entonces eras tú... la leyenda que quería que escuchara.

—¿Leyenda? —se rio la mujer—. Pero si casi nadie en todo el reino me conoce.

—Pero Daryl te recordaba, me dijo que esperaba que escuchara tu historia...

—Pues no es la gran cosa, siendo sincera. Mi madre era Leona, mi padre un Lobo Blanco, se encontraron algunas veces en esta misma taberna, y ella lo odió cada día, hasta que otros dos Lobos Blancos se emborracharon y quisieron matarla. Él la defendió, a pesar de todo el odio que ella le había tenido... y pronto se hicieron amigos, luego más que eso, después existí yo. ¿Ves? Una historia sin gracia.

—Creo que lo que realmente quería Daryl es que te conociera a ti.

—Tal vez, Bruno, tal vez. Era tan extraño como admirable, sumido completamente en ser el mejor guerrero, a pesar de que solamente conoció tiempos de paz... excepto al final, claro.

—Bueno, Kelda... déjame pedir dos cervezas más. Ya que me contaste una historia, te responderé con otra. Se trata de un joven León, bastante pequeño y débil incluso para el Reino del León, que varias veces, mientras crecía, fue defendido por una Leona, tan joven, pequeña y débil como él, pero mucho más valiente. Cuando otros aprendices lo golpeaban, ella lo salvaba. Cuando no tenía qué comer, ella compartía sus raciones. Su nombre era Imre Baldwin, y...

Fin de la cuarta parte del volumen

Fin del volumen doce

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