Redoble de tambores

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Al final cayó la noche. El momento ideal para una cena. Quería culminar el día con broche de oro. Asistimos los tres a otro restaurante, esta vez diferente en cuanto a menú, pero con un ambiente único. Estaba a la orilla del lago y contaba con música en vivo. Era curioso. El aire que se respiraba era puro y relajante. Algo embriagador, si soy sincera.

Mis acompañantes y yo decidimos (con el permiso de Phoebe) beber una botella de vino tinto. Desde nuestra cena en Garden Lodge no habíamos vuelvo a celebrar nada. Además era un gran gesto para despedir tan maravilloso día. Comimos aún más, bebimos, hablamos, reímos de nuestro baile improvisado y opinamos sobre lo mágico que era Suiza.

Después, hubo un espacio de tiempo ofrecido por el grupo musical para pasar a interpretar alguna canción. Algo como un karaoke. Le dije a Peter que pasara aunque fue en vano. Mary era tímida para hacerlo y yo... Estaba tan feliz por tener familia, tan alegre por estar en Montreux, tan conmovida por el día que había sucedido y tan mareada (o un poco ebria) por el vino que dije:

- ¡Maldición, hagamoslo!

Mi "escenario" estaba vacío. Nadie se atrevía a cantar. ¡Al diablo! Me levanté de la mesa con la copa en mano, bebí hasta la última gota, se la entregué a Phoebe haciendo una reverencia y caminé hasta el maldito micrófono.

Todos se asombraron de que alguien tuviera las agallas para pasar. Me acomodé las gafas oscuras cual estrella de cine. Un joven de pelo negro y largo me preguntó qué cantaría y con algo de ego, orgullo y dolor le respondí:

- Querido, cantaré lo único que él no se atrevió a enseñarme. -hice una pausa. - Elegiré algo estrafalario.

- Bien, ¿entonces cuál?

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Ignoren (o admiren) la foto de arriba 😂😂😂💕💕.

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