CAPÍTULO 21 ( A la carbonara )

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Había pasado casi tres meses desde que JiMin había dejado de escribir cartas.

Se supone que eso lo haría sentir mejor, que al pasar tanto tiempo escribiendo y no recibir ninguna respuesta le haría darse cuenta que ya lo habían olvidado, que al ver que lo ignoraban él se haría fuerte, pero no era así. Al no recibir ni una sola carta de los seres que aún amaba, le dolía más cada día.

JiMin había caído enfermo cada vez más. No quería comer, no quería ver a nadie, hasta había faltado algunos días al colegio. Su padre lo había notado callado, distinto, totalmente distraído, por lo que habló con él para preguntar cuál era el motivo de su tristeza.

Park Song Jae había visto a su hijo decaer cada día.

Su sonrisa había desaparecido nuevamente, sus expresiones eran como aquellas de hace tres años, cuando llegaron a Italia. Habló con él, le preguntó tantas cosas que al final no fueron respondidas, pues el menor solo bajaba la mirada o asentía sin pronunciar palabra alguna. Song Jae respetó la decisión de su hijo, que sin decirla había tomado y sólo se dedicó a hacer sentir bien al pequeño JiMin.

Pero nada dio resultado.

Los días pasaban como si nada tuviese sentido, JiMin ya ni si quiera probaba la comida y se la pasaba metido en su cama, sin querer ni poder hacer nada. Song Jae llegó a la conclusión de que tal vez el pequeño estaba recién sintiendo el pesar de haberse ido de su país dejándolo todo. Tal vez JiMin recién estaba desahogando todo lo que no pudo hacer cuando llegó a Italia y aceptó su destino sin reclamar.

Tal vez él ahora debería regresar.

Cansado de la situación, más bien, culpándose por ello, Song Jae caminó hacia la habitación de su hijo aquella noche, decidido a lo que estaba a punto de hacer y lamentándose por no haberlo hecho antes. O mejor dicho, por haberlo hecho.

—¿JiMin? Hijo... ¿puedo pasar? —preguntó tocando la puerta.

—Sí —respondió JiMin débilmente.

Song Jae entró y encontró al pequeño abrazado a aquel peluche que le regaló hace dos años. JiMin nunca dormía sin el y siempre que estaba triste se refugiaba con el peluche como si este fuera un sustituto de afecto. Sentándose en el borde de la cama, arropó al menor y acarició sus cabellitos, aquellos rubios cabellitos que caían por su frentesita. Algunas lágrimas se le escaparon al ver que su pequeño JiMin miraba fijamente hacia algún punto, sin voltear, sin darle la cara.

Tenía que decírselo.

—¿Minnie? Minnie ¿podemos hablar un momento hijo? —le preguntó secándose las lágrimas.

El pequeño volteó la mirada hacia él y asintió. Cogió la colchita con la que su padre lo había arropado y se sentó sin ganas contra el respaldar de la cama, abrazando fuerte a su peluche Don Bigotiño y aferrándose a él como si su vida dependiese de ello.

—JiMinnie... quiero preguntarte algo.

—Dime papá —susurró el menor, colocando su mentón en la cabeza de Bigotiño.

—Minnie hijo... sé que estás mal, te veo decaído, sin ganas de nada y si sigues así enfermarás.

—Lo siento papi —se diculpó.

—No mi vida, no te disculpes, perdóname tú a mí, te he quitado todo lo que conocías —murmuró llorando—, lo siento tanto JiMinnie.

—Lo siento...

ʟᴀʙɪᴏꜱ ᴄᴏᴍᴘᴀʀᴛɪᴅᴏꜱ ➳ [ ᴋᴏᴏᴋᴍɪɴ ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora