Los rayos de sol impactaron en su rostro.
El malestar del calor en su cara lo enfadó. Abrió los ojos con pesadez. A penas y podía ver, pero aun así se dio cuenta que la cortina estaba un poco abierta y por eso los rayos entraban sin permiso. Se levantó sintiendo un dolor en la espalda y se sentó dando un leve quejido. Se deslizó hasta el borde y volvió a quejarse por lo bajo mientras se paraba adolorido. Arrastrando los pies caminó y cerró la maldita cortina con fuerza. La oscuridad regresó. La oscuridad era lo que necesitaba, lo que se merecía.
El espejo de al lado de la cama le mostró su rostro con sabor a derrota.
Sus ojos estaban muy hinchados y parecían dos tiras llenas de agua sobre sus párpados. Sus labios se encontraban resecos y sus pómulos rojos. Pensó en lo maldito que era el sol. Y se lamentó de su ser con crueldad.
Y lloró.
Frente a ese espejo.
Lloró porque dolía. Dolía demasiado. Se tocó el rostro con manos temblorosas y se dio miedo a sí mismo. ¿Cómo había sido tan egoísta? Se miró las manos llenas de lágrimas y se asustó. Tuvo miedo. Mucho. Llevó esas mismas manos a su cabello y lo jaló con fuerza. Gritó. Gritó y lloró. Hasta cansarse, hasta lastimarse con su propia fuerza. El espejo le mostró un monstruo. Su cuerpo sucumbido por el dolor, convulsionando y lleno de ardor. Ni siquiera fue capaz de pronunciar su nombre. No merecía pronunciarlo.
Tembló. Tembló porque seguramente su castigo sería muy grande. Tanto que no lo resistiría. ¿Cómo pudo haber hecho pedazos al ser más puro de este mundo? Se sentó en el piso, con su espalda pegada al borde de la cama. La oscuridad le gustaba, pero a la vez le daba miedo.
Las lágrimas salían sin cesar y le asustaba mucho. ¿Cómo alguien podía llorar por horas seguidas sin parar? ¿De dónde salían tantas lágrimas? ¿Por qué no tenía aunque sea cinco minutos para descansar? Solo sabía llorar. Y el calor lo estaba ahogando.
Quería detenerse.
Pero malditamente no podía. Se ahogaba con sus propias lágrimas y respiraba con dificultad. Los recuerdos de los últimos diez años de su vida golpeaban a su realidad sin medida alguna. Las imágenes en su cabeza le hacían gritar de dolor. Escuchaba afuera de su habitación la voz de Lee, pero ni siquiera sabía qué estaba diciendo. Tampoco le importaba. Solo quería que los recuerdos dejasen de aparecer.
Dicen que los recuerdos son los cabellos blancos del corazón.
Que son agua, se escapan por los ojos y se deslizan por las mejillas.
Y por su mejilla ahora se deslizaba el recuerdo de la última vez que lo vio sonreír. Esa hermosa sonrisa cuadrada que aparecía cada mañana por su puerta. Esa sonrisa que le había regalado desde el primer momento que lo vio llegar. Esa sonrisa que lo ponía nervioso y lo intimidaba haciendo que sus mejillas exploten en calor.
Esa sonrisa que delataba lo que su pensamiento escondía.
Amor.
Amor del puro y verdadero.
Porque estaba seguro de que si alguien realmente lo había amado, ese era TaeHyung.
—TaeHyung...
TaeHyung. Qué bonito era su nombre. Pero que mal se sentía al salir de sus labios. Qué desgraciado se sintió a pronunciar tan bello nombre y por eso gritó. Gritó otra vez para calmar ese dolor en su pecho. Quería probar si gritando fuerte se cansaría y podía parar, pero los gritos solo le hacían llorar más. Quería gritar su nombre sin sentirse maldito. Quería gritar que no sabía cómo podría vivir sin él. Quería verlo una vez más.
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ʟᴀʙɪᴏꜱ ᴄᴏᴍᴘᴀʀᴛɪᴅᴏꜱ ➳ [ ᴋᴏᴏᴋᴍɪɴ ]
FanfictionPark JiMin y Park MinJi son dos hermanitos gemelos que se aman mucho. Su amor de hermanos parecía ser un lazo que nunca se rompería, hasta que a sus pequeñas vidas llega Jeon JungKook, un pequeño de cinco años que creará en los hermanos una gran ri...