I

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Contaba los minutos para que el turno terminara balanceándose sobre sus zapatos, escondida en los armarios del piso de pediatría y obstetricia. El reloj digital marcaba la hora en una proyección dirigida a cada sala, justo encima de la tablilla que contabilizaba los pacientes y alertaba a cada pasante de su condición.

La luz de la habitación 38 se había encendido. La mujer que descansaba en esa sala había tenido dificultades en el parto, seguro alguna de esas inquietudes de madre primeriza le rondaba por la cabeza. Por suerte, la ficha que llevaba encima para esa sala en particular ya iba en manos de su compañero de cambio.

Los listones verdes de su equipaje asomaban por debajo de las rendijas de su casillero. Faltaban solo dos minutos para que nadie preguntara sobre su ausencia cuando la puerta de la habitación se abrió lentamente, llenando del resplandor aséptico de los pasillos del hospital aquel resquicio de quietud.

—¿Idonne? ¿qué haces aquí?

Preguntó la jefa de enfermeras del piso, Ana, quien tenía por costumbre llevarle un chocolate con maníes cada mañana a la mejor doctora del hospital, según sus palabras.

—Estaba esperando irme pronto, o huir de la loca del 38 —esbozó una sonrisa— ¿Vas a extrañarme?

—Yo creí que habías ido a casa de tus padres, ¿acaso no te diste cuenta de eso antes? —la mujer se detuvo, dándose cuenta de su metida de pata— Disculpa, preciosa. Sé que son cosas que no se prevén.

—No hay nada de que disculparte, Ana. Te voy a extrañar, pero seguro solo tendré que irme una semana —mintió, más que para la mujer que tenía enfrente era un regalo para sí misma, una clase de certeza—, seguro mi madre se mejora rápido.

—Y solo tienes tres días que llegaste, hija.

—Luego serán muchos más, Anita.

La vibración en la muñeca de Idonne le indicaba que debía irse rápido, cortando la conversación. Se adelantó en un movimiento brusco para cubrir la alerta de vuelo. Quedaba poco para que la cápsula que no haría su recorrido habitual partiera hacia el aeropuerto.

—Debo irme, ¿sabes? Prometo que no será más de una semana.

—Te creeré.

La mujer regordeta le regaló una sonrisa de oreja a oreja, volviendo a los pasillos llenos de pies que iban de allá para acá.

Utilizar la enfermedad de su madre como excusa le causaba una clase de resquemor en el pecho. Su ausencia no debía ser notada, así como había cubierto la espalda de Gavin para que nadie en el hospital preguntara. Volvería a Catzala con él, tal vez.

Cambió sus zapatos blancos por el par de zapatillas de correr que siempre llevaba en el maletín café que esta vez se había quedado dentro del compartimiento con su nombre, sellado por un candado manual que abría únicamente con la llave que cargaba al cuello. La llave representaba para ella la simpleza, aquello de lo que los humanos aun poseían el control.

Pensaba en todo eso y poco menos mientras la cápsula se acercaba a paso tranquilo al aeropuerto, con una mochila verde de viaje descansando en su regazo.

Su avión despegaría en dos horas, el tiempo necesario para planear, recordar y pensar de paso una vez más como es que el mundo en el que se movía funcionaba.

El CID de Idonne marcaba fondos suficientes para el vuelo de ida y vuelta, cuya fecha aun no había sido fijada. También había comprado de antemano una comida completa servida en el avión y tiempo de hospedaje en las cápsulas de turismo dispersas en Eslovenia.

Respiró hondo y deseó por dentro que nadie se diera cuenta. El dolor en su pecho cada día se incrementaba, aunque una parte de ella pensaba que todo aquello solo era parte de una alucinación propia. ¿Gavin habría encontrado a alguien con quién quedarse? De igual manera, les quedaba una semana más de vacaciones pero habían decidido regresar antes.

Seguramente, Gavin volvería antes. Seguramente estaba exagerando, seguramente habría vuelto a casa en ese mismo instante golpeándose la cabeza por su alimentada paranoia. Seguramente todo eso habría sucedido, si el CID de Gavin no se hubiese apagado en cuanto la cápsula de Idonne parara frente a la entrada del aeropuerto.

Un escalofrío le recorrió el cuerpo. Todas las maquinaciones de los últimos días se habían condensado en su cabeza.

Gavin estaba muerto.



Nota: ¡Hola! 


Después de diez mil años, finalmente me convence este inicio de la historia. Los capítulos van a ser mas bien cortitos, pero suficientes como para que pueda verse bien condensado en una novela corta. Espero que la disfruten <3  

SilencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora