XXXIX

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Parecía que aquel hombre estaba solo en la base. Tenía entre treinta y cuarenta años y su aspecto no le hacía justicia a toda la suciedad y podredumbre que le rodeaba. Antes de volver a entrar a la pequeña casa en medio del bosque, había llamado a la puerta desde un cerco que rodeaba la propiedad con un botón escondido detrás de la rama de un árbol.

Al parecer, había mucha más seguridad en ese sitio de la que Idonne creía, pero no había cuestionado al respecto. Se mantuvo con todas aquellas dudas que la preocupaban dentro de su cabeza, pensando que el vaivén de su cadera era más un indicio de sus necesidades fisiológicas que de una sensación creciente en el pecho de incomodidad.

—¿Aquí no hay nadie más?

Pregunto Allie después de un rato, cuando el hombre apartó un buen montón de cacharros de encima de lo que parecía ser un sillón y las invitó a sentarse. Idonne estaba aun más inquieta de lo habitual, y dirigía una y otra vez miradas a cada una de las telarañas que cubrían el techo. Era casi imposible creer que aquel lugar solía estar habitado.

El hombre respondió con una cabezada.

—Soy Simon —se señaló y después les tendió la mano— el resto están abajo. Tú debes ser Anna, ella Ivonne, ¿no? —dijo con una sonrisa.

—Algo así —la chica se encogió de hombros, un poco más preocupada en "el resto" que en la pronunciación de su nombre— ¿por qué no han ido al MK-U?

Simón le dirigió una mirada severa, con las manos cruzadas en el pecho, un gesto de silencio que debía acatar. Después, mantuvo el puño en alto y se perdió por detrás de una cortina enmohecida. Allie la tomó de la mano y decidieron seguirle.

En efecto, era imposible que alguien viviera en ese lugar. Todo aquello era una fachada.

El suelo debajo de sus pies comenzó a bajar en medio de una plataforma circular en la que a duras penas cabía una persona, accionada desde la muñeca del hombre que cuidaba el lugar, directamente desde su CID.

Él notó la atención de Idonne sobre su dispositivo, y devolvió el gesto.

—¿Te han adoptado? ¿Vas a quedarte con nosotros?

—No. Es solo que...

—No va a renunciar. Tiene cosas más importantes que hacer —interrumpió Allie cuando la plataforma paró bruscamente en el suelo, haciéndoles perder el equilibrio.

Bajaron de un salto los pequeños escalones que conducían a un gran pasillo tenuemente iluminado. Una luz azul que salió de una barra a ambos lados de la pared les analizó de pies a cabeza, y posteriormente, un pequeño brillo de color verde les dio la bienvenida.

—Veo que no quieren pasar demasiado tiempo aquí.

—De preferencia solo descansar. Idonne tiene que volver antes de que amanezca.

Simón las miró de pies a cabeza, indicando algo a su CID. Ninguna de las dos chicas logró identificar el gesto, pero permanecieron sin decir nada, esperando que el ambiente de pesadez se disipara cuando un par de chicos aparecieron desde detrás de la puerta gigante que resguardaba una sala aun mayor, llena de artefactos como los que Idonne extrañaba de la normalidad de su hogar y el mundo del que se había excluido en su semana en la cúpula.

Allie, sin embargo, miraba todo con gran asombro, con la mandíbula hasta el suelo. Aunque hubiese crecido entre todo aquello, le era casi imposible contener el temblor de sus manos. Simon la miró con una sonrisa de satisfacción.

—Ellos son Alex y Airton. Volverán con ustedes al MK-U.

Los chicos no hablaron. Se limitaron a sonreír.

—¿Hay alguien más? —preguntó Idonne. El rostro del hombre que las había recibido se oscureció.

—No. Había otros dos. Lauren volvió a su casa, y de Pere no he sabido nada desde hace dos semanas. Salió después de hacer pruebas con la radio.

Los ojos de la adolescente se ensancharon aun más por saber de aquel artefacto que la había cautivado desde el inicio.

—Tú te vas a quedar acá a ayudarme, ¿cierto? —Allie asintió— espero que te quedes un buen rato. Necesito más personas. Lo malo es que no podrás salir, pero tal vez en unas semanas vuelvas a la cúpula. Hemos estado teniendo problemas....

—¿Qué clase de problemas?

—La señal de la radio se va a veces. Tenemos señal continua desde hace un mes, pero al parecer nadie más la utiliza. Tal vez funcione cuando la lleves al MK-U, Anita.

La chica sonrió, dando por echo que aquel sería su nuevo nombre

—He avisado a la base que llegaron, y les di las nuevas indicaciones con las que van a llegar de vuelta. Si quieren descansar el resto del día, sigan a los muchachos.

Las dos jóvenes agradecieron, separándose por dos caminos diferentes dentro de la base subterránea del cuartel.

Era un tanto más sencillo de lo que imaginaba, pero lo suficientemente seguro para no levantar sospechas. Idonne no pudo dormir, aun creyendo que sus ojos se cerrarían como bóvedas al momento en el que su cabeza tocara la almohada. Sin embargo, no pudo.

Veía repetirse una y otra vez al cerrar los ojos la caída de la gemela que las había acompañado por el camino. Simon no había preguntado por nadie más, pero se suponía que él sabía cuantas personas habían salido de la base.

Idonne estaba aun más inquieta.

Salió de su habitación esperando no toparse con nadie dentro del lugar. Sentía que el peligro en el que se había metido era inminente. Se volvió a recriminar su grandísima estupidez y confianza cuando los mensajes de Stephen y sus padres volvieron a aparecer por su CID. Al parecer, su amigo parisino había sido ascendido de categoría por cambiar de trabajo y su madre estaba en el hospital. Su padre le pedía, casi sin querer, que volviera.

Ignoró la pantalla mordiéndose los labios, esperando no hacer algun movimiento que la delatase, rodeando cada esquina con la mirada, procurando que nadie estuviera al doblar por los rincones. Aquel lugar era mucho menos intrincado que la colmena, pero no menos difícil de comprender.

Allie había sido llevada del lado este. Idonne anduvo de espaldas un buen tramo cuando se chocó con un pequeño bulto que chocó de lleno con ella, haciéndola caer. Era la chica que estaba buscando. Al parecer, ambas compartían la misma inquietud.

Anduvieron escondidas en las sombras, casi completamente seguras de que estaban siendo vigiladas y que algo andaba mal. Terriblemente mal.

Lograron llegar de puntillas hacia la base de suelo que se despegaba hasta el techo, en aquella pequeña cabaña en mitad del bosque recubierta de telarañas. Nadie les había cruzado el paso. Aunque sabían que podrían hacerlo, tenían miedo de seguir tan solo porque eran superadas en número.

Activaron la plataforma, subiéndose a ella y haciéndose un ovillo, esperando que al llegar arriba les diera algo de tiempo la diferencia en estatura para poder correr sin ser notadas. Para su desgracia, el gran Simón les esperaba con aquella insual arma apuntando directamente a sus pies.

—¿A dónde van, muchachas? 

SilencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora