XXIII

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—¿Qué fue lo que pasó?

Se adelantó el padre de Lucas, cuando estaban reunidas a la mesa central, comiendo galletas de mantequilla y café, mientras las niñas rondaban con las pequeñas bolitas de cristal del juego de damas, haciendo de todo menos jugar en el tablero.

Habían minimizado su interacción esperando que alguien hablara, que alguien diera por muerta la situación inicial para pasar al meollo del asunto. No tenia caso seguir atrasando las investigaciones.

Anastasia se hizo la desentendida, volviendo la mirada de las manos del hombre en cuanto las bajó a su regazo. Estaba dispuesta a esperar lo suficiente que el peligro había pasado, pero al menos esa vez solo para ella. Idonne trató de mantener la calma por el tiempo que le fue posible, de manera que sintió cada segundo marcado por el compás de sus pies tallando contra el piso laminado. No quería seguir perdiendo el tiempo, y su paciencia con aquella mujer se había terminado. Con un gesto dulce le hizo saber a la anciana que era tiempo de que las niñas se alejaran de aquella conversación.

En cuanto las niñas se levantaron, dirigiéndoles una última mirada preocupación, Idonne se adelantó por encima de la mesa, mirando fijamente a los ojos a la mujer frente a ella. El hombre solo les miraba, con la espalda recargada en su silla.

—Necesito que entiendas que no podemos seguir gastando el tiempo.

—No sé que dices. No entiendo.

—Basta. Necesito tu ayuda. ¿Qué ha sido todo esto? ¿por qué mentiste?

La mujer de nevo comenzó a llorar. Idonne recargó su cabeza entre us manos, hundiendo los dedos dentro en su cabellera, tratando de liberar en sus sienes el dolor que palpitaba de la desesperación.

Se habían colocado en la sala de manera que las vigilantes, casi completamente bloqueadas, no les vieran.

Y así sería mejor. Cada uno de sus movimientos estaba siendo reguardado y cuidado al milímetro. Idonne lo sabía, casi tanto como que las luces dentro de la habitación habían cambiado de color a un código de mediana alerta, por el reciente accidente. Estaba triste por tener que involucrar a la familia de lucas en todo aquello, pero a términos prácticos ya no quedaba otra opción.

—¿Y si salimos a caminar? —añadió el hombre— seguramente necesitamos algo de aire, relajarnos. El estar en un espacio cerrado no hace bien.

—Nos vigilan ... no estamos seguros allá afuera, al menos no para hablar de esto —Idonne volvió su rostro a la mujer que seguía deshaciéndose en sollozos frente a ella, y le tomó la cara mojada entre las manos, para que la viera a los ojos. Entendido el mensaje, le volvió a soltar y se dirigió a ella, con más furia de la que tenía planeada.

—Necesito que me digas qué te pasó. Si es que alguien te estaba siguiendo, ¿por qué hiciste todo esto? Lo necesito saber, ahora. Ya no más compasión.

—¿Van a hacerle algo a mis hijas? —preguntó.

—No —Idonne respondió, moviendo la cabeza de lado a lado— ellas no tienen la culpa de nada, pero de lo que me digas, dependerá lo que yo le diré a los oficiales.

—Bien —se tomó su tiempo después de aquella respuesta. Espero que el tiempo pasara, mirando el vaivén incansable del pie de Idonne ahora con la piernas cruzadas, una encima de la otra— Hace ya dos semanas que me empecé a sentir rara. Comencé a tener miedo. Tenía cosas adentro de la cabeza, que hacían que todo me doliera. Parecía estar viendo por detrás. ¿Sabes lo que es eso? —abrió los ojos, con una expresión de horror— sin que yo supiera, las cosas me habían comenzado a llenar.

>>Mi esposo murió hace un año. Me quedé sola con las niñas y no tengo contacto con nadie de la familia. No quería que me vieran así. Dejé ir a las niñas cuando ya no pude salir a la calle sin tener miedo. Cuando tú llegaste creí que estaba curada, pero al día siguiente volvió. Y desapareció de nuevo.

Solo quiero saber que no estoy loca. Sé que hay personas han aparecido muertas en sus casas, pero son cosas que no se cuentan. Son noticias que aparecen por la rendija, pero apenas están empezando a llegar.

No me quiero morir, Idonne.

La mujer tomó las manos de la chica entre las suyas, en una súplica. Había llegado a soltar hacia ella sus temores, e Idonne había lograod materializarlos en algo menos terrorífico, pero menos reconfortante.

Entre todo lo que había dicho no había nada que ella no supiera. Las niñas le habían contado suficiente como para que lograra imaginarse el resto, y sin embargo había tantas cosas ahí que no encajaban como el mero hecho de soltar a tus hijas a la deriva ante las personas más peligrosas de la ciudad.

Otra cosa era "la rendija" Idonne pensó que aquello solo era un mito, pero decidió postergarlo, para cuando esa simple mención diera paso a todo lo que tenía en mente, pero tenía que acabar con sus asuntos en ese lugar antes de despedirse y saber que encontraría algo nuevo. Al menos, quería volver al lugar en el que se había hospedado con Gavin. Ahí había comenzado todo, y tenía razón.

—¿Y por qué les quitaste la ubicación?

—Eso no es asunto tuyo —el semblante de la mujer cambió. Sus labios se curvaron hacia abajo con una muestra de asco—. Creo que ya te he dicho más que suficiente.

—Tienes que contármelo, o iré con la guardia a contarles esto.

—¿Qué les vas a decir?

—Que te has vuelto loca. Les diré toda la verdad —respondió Idonne, poniéndose de pie.

—Sabes que esa no es la verdad.

—¿Crees que van a creerte que escuchas? Al paso que van, todos acabarán muertos. Los están encontrando.

—Tú igual has mentido. Sé que no eres periodista.

—Cómo lo...

Entonces ella cayó en cuenta. Al transferirle su información de contacto estaba compartiendo su ocupación. Se dio en la frente con la palma abierta. Ya no podía seguir mintiendo, tampoco.

—Entonces —añadió la mujer— ¿vas a decirme la verdad?

Ambas estaban de pie. El padre de Lucas se acercó con cautela, acomodándolas a cada una en sus respectivos asientos.

—En calma, por favor. Dios nos mira.

Ambas asintieron. Casi no se les pasaba por la cabeza que estaban siendo vigiladas.

—¿Qué es lo que estás buscando, muchacha?

—A mi mejor amigo.

—¿Segura?

—Él estaba vivo. Lo mataron cuando supieron que volvió a oír.

—Eso no tiene sentido.

—Lo tiene. Él estaba bien, él estaba feliz.

—¿Segura que está muerto? —la mujer repitió la pregunta, visiblemente alarmada.

—Claro que estoy segura. ¿Ves? —las lágrimas corrieron por las mejillas de Idonne sin que pudiera contenerlas. Ni siquiera sintió el ardor en el pecho que antecedía al llanto. Solo salieron en cuanto la fotografía de su mejor amigo apareció frente a ella a blanco y negro, signo de desconexión del sistema por fallecimiento.

Anastasia se cubrió la cara con las manos. No había tenido tanto miedo antes.

—¿Y eso van a hacerme a mí?

—¿Por qué crees que estaba buscando a tus hijas? ¡No me importas tú! Me importa saber qué le hicieron a mi hermano, ¿entiendes? ¿Entiendes?

Repitió la pregunta cada vez más fuerte. Haciendo el gesto cada vez más doloroso hasta que sus rodillas se doblaron. Se sentó sobre sus tobillos, y también comenzó a llorar. 

SilencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora