XXVII

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Bajó por la larga calle aquellos cuantos metros que le fueron indicados por uno de los dedos más intransigentes que había visto en su vida, se sorprendió rápidamente de la doble moral de la que gozan los escaños mas altos de la sociedad, casi completamente convencida de que aquel hombre conocería a mas de uno de aquellos que el tuvo el descaro de llamar desertores.

Lo eran, pero de una forma mucho mas respetable de la esperada. Cuando Idonne llegó a la calle que marcaba el cambio de lo que era la ciudad respetable a aquella parte de la más baja calidad y estrato social, comenzó a tocar las paredes hasta que sus dedos se hundieron en la piedra.

Aquella vez no cometería el error de entrar sin avisar.

Alguien salió a su encuentro pocos segundos después, mirando a ambos lados de la calle, esperando ver al dueño de aquella mano que había irrumpido en su espacio. Una joven pecosa de ojos grises le dirigió una mirada de confusión al verla sentada en el suelo, de cuclillas. Idonne estaba rebuscando en su bolso aquel pequeño papelillo que le había sido entregado por parte de Anastasia

—¡Qué buscas?

La joven miró a ambos lados de la calle, esperando que nadie la viera asomar la cabeza.

—A ustedes.

—No, en serio. ¡que es lo que buscas?

. Las letras estaban casi completamente borradas, pero aun alcanzaba a distinguir las marcas en el papel.

—Estoy buscando a Alegría.

—¿Perdón? Aquí no vive nadie así —el rostro de la muchacha se notó alarmado— vete ahora, que los guardias vienen.

—¿Por mí?

—Sabes que no.

—¿Y si entro contigo?

—Necesitas que alguien te autorice —la muchacha volvió a meter la cabeza detrás de la roca durante algunos segundos, y apareció de la misma manera que había aparecido, con las manos por delante— voy a hablar con alguien. Si hay alguien afuera, pasa una piedra. Si todo está despejado, pasa dos. ¿Entendido?

Idonne asintió. Se sonrió de lado al notar la calma con la que le habían recibido por primera vez en un lugar como aquellos, había tenido la mala suerte de experimentar bienvenidas mucho menos calurosas, a pesar de la peculiaridad de la situación. Notó como uno de los uniformados se acercaba bajando la calle. Lanzó una piedra rápidamente, pateándola distraída con el zapato.

No se había dado cuenta de la cantidad de guijarros colocados estratégicamente al lado del portón. Tenían casi todo bajo control.

—¿estaba buscando algo?

—Vengo a hacer un trabajo social.

—¿A qué servicio pertenece?

—Soy médico, vivo en Catzala.

—¿Puedo verificar su información? —el hombre bajó sus gafas, revelando uno solo de aquellos ojos que a la joven le erizaban la piel. Idonne estiró el brazo en su dirección.

—¿Necesita algo más, oficial? —preguntó, justo después de que el ojo le volvió la mirada a ella.

—No. Solo cuídese ahí adentro.

Idonne lo vio retirarse por la calle, pero justo antes de que lo hiciera le detuvo de la manga. Aquello no pintaba nada bien.

—¿Usted puede entrar ahí?

El hombre negó con la cabeza.

—¿Podría desactivar la ubicación automática, por favor? —Idonne le dirigió una mirada seca, motivada por la ira. Sabía que aquello estaba prohibido, no había forma en que el hombre pudiera negarse.

SilencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora