XXXIII

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Al primer día debía ir a la granja, un lugar que no había visto desde que llegó a la colmena. Estaba al fondo, por detrás de la enorme extensión de tierra que ocupaban los campos en los que se estaban rotando cultivos durante aquella semana.

La granja era el sitio más recóndito de toda la estructura, y además el segundo más seguro. Cuidaban toda clase de animales que Idonne solo había visto en series o películas, casi completamente ocultos del ojo humano. La razón era sencilla: su explotación era aquello que mas recursos les valía, pero el equilibrio era perfecto. Por eso tenían que conservarlo. Se sorprendió con mayor razón de haber logrado ingresar ahí en su primer día de servicio, que terminaría pasando la noche en la sala de control.

Notó que al igual que ella, un niño batallaba por comprender los comandos que le daban. Supuso que no hablarían hasta que notó que la miraba con atención. Idonne le dirigió un saludo simple, que supuso que comprendería. Para su suerte, aquel niño conocía algunas de las señas que ella hacía como parte de la lengua común:

"¿Eres nueva?"

Deletreó con dificultad.

Idonne sonrió tratando de acercársele, recordando aquella situación en la que tenía que ponerse durante los siguientes días después de terminar sus tareas. Encontrar un niño no registrado en el sistema para que le ayudara con el identificador del CID.

—Sí. ¿Y tú?

La conversación no fluía con la usual normalidad. Tuvo que repetir el gesto tres veces a fin de que el pequeño entendiera. Rondaba los nueve años, edad suficiente para comenzar a hacer tareas, pero no para tener alguna responsabilidad como parte de ellas, a diferencia de Idonne. Tal vez etaba ahí por más interés propio que una obligación escrita.

El chico respondió con un sí, y deletreó su nombre, mordiéndose la lengua y cerrando el ojo derecho después de cada letra formada: "X-a-v-i-e-r"

—I-d-o-n-n-e

Al niño no le tomó por sorpresa. Parecía que todos habían conocido su nombre lo suficiente, pero rápidamente notó el CID en su muñeca, y la tomó fuertemente entre sus manos, sin mayor consciencia de algo como el espacio personal.

Lo giró a pesar de las meucas de Idonne sintiendo el brazalete girar en posiciones a las que su mano nunca estaría anatómicamente preparada, pero sonreía, tratando de encontrar en el niño algo de confianza. Supo que sería muchísimo más sencillollevarlo a la sala de procesos en cuanto tuviera la oportunidad, que llegaría aquella misma tarde.

El sol había caído lo suficiente como para hacer que sus rodillas se sintieran cansadas por el simple hecho de existir. Había entablado una amistad entre gestos medio entendidos y sonrisas bien hechas con Xavier, el niño que añoraba seguirla a todos lados, entre el olor de los pequeños cerdos a los que se les tenía que dar de comer, hasta el estiércol de aquel cuarteto de vacas que no se veían tan alegres de ser parte de la comunidad como ella.

Supo también que se dedicaban a vender lo que producían de ese trabajo, e intercambiarlo por otras cosas, todo dirigido por el doctor en la base que tenían fuera de la cúpula. Era un trabajo que todos conocían, y al que a todos les importaba llevar a cabo, más temprano que tarde.

Sin perder más el tiempo, se deshizo de la ropa de trabajo que le habían entregado desde el área de servicio y se dirigió al lugar de dirección de la rendija, con su pequeña sombra tomada de la mano.

Al entrar a la sala, los rostros se giraron hacia ella. El acomodo había cambiado, así como cada uno de los pares de ojos que la recibieron con más curiosidad que afecto. Aquel día no conocía a la persona que se encargaba de dirigir las operaciones de la colmena, y supo que no hablaba su lengua.

Alzó la mano, esperando que aquel que tuviera la lista a seguir, apareciera. Para su suerte, surgió de la pared desde detrás de los gigantes ordenadores una joven que ya conocía. La pequeña AnnaLiss logró llegar hasta ella, sorteando a cada una de las personas que cuidaban el lugar, así como las luces en el suelo y alguno que otro cable suelto.

—Me dijeron que viniera a ayudarte. Aquí no hay nadie que sepa la común —se encogió de hombros— pero podemos tomar los CID si tenemos un donante. Veo que lo encontraste

AnnaLiss asomó por detrás de las piernas de Idonne, donde se encontraba el niño, tan maravillado como Idonne la primera vez que había llegado en aquel sitio del MK-U. Ni siquiera le había prestado atención.

—Xavier —se mordió los labios, dubitativa. Idonne no quizo saber lo que aquello significaba— sus padres van a acompañarte en la misión, ¿lo sabías?

Se encogió de hombros.

—Pues son personas que tienen que buscar asilo o la reinserción, porque la cúpula tiene que mantenerse sólida. Pero eso ya lo sabes.

—¿Qué edad tienen?

—Ambos cumplirán treinta el siguiente año.

—¿No es eso demasiado pronto para dejar a alguien ir?

—Los adultos tienen su forma de hacer las cosas, y para prueba...—dejó el resto de su frase en el aire, señalando a Idonne con la palma extendida.

Prefirió no responder.

La adolescente era pequeña, lo suficiente como para que Idonne la perdiera de vista en varias ocasiones cada vez que entraba detrás de alguno de los monitores a buscar alguna pieza.

No pasó demasiado tiempo cuando volvió a unirse a ellos.

—El chip va en el cuello o en la pierna —sacó un toque de adhesivo de un pequeño bolso que llevaba en la boca, apretado entre los dientes, y le colocó en el cuello a Xavier, provocándole cosquillas.

—¿Y el CID?

Preguntó Idonne tomándolo entre sus manos, desde el lugar donde Allie —como le decían de cariño— lo había puesto. La chica se encogió de hombros, para terminar el procedimiento en el cuerpo del niño hasta que la luz del viejo CID se encendió, pero en un tono que Idonne no reconocía.

—Está configurado para mostrar otra identidad. No compartirás el apellido de Alegría, ¿te dijeron?

—¿Por qué me dices eso?

—Te dio su código de entrada, solo ingresalo y verás el lugar al que se refiere en el hilo que encontró, todo desde su información, pero con la identidad del CID...

—...y con la información vital de Xavier —terminó Idonne.

—No precisamente. Lo único que necesita tu CID es encontrar piel desconocida para el sistema y un ritmo cardíaco estable.

—¿Para qué?

La adolescente se escabulló detrás de otro de los sillones de la sala de operaciones, regresando con un gran saco en el que había un sinfín de juguetes. El CID que Idonne cargaba en la mano se iluminó, tanto o más que los ojos del pequeño Xavier. Aquella tarde lo pasaría mucho mejor que todas las anteriores en su vida.

—Lo único que importa para la rendija es estar vivo, pero nunca haber existido —respondió Allie, dispuesta casi por completo a jugar con el pequeño que ya estaba en el suelo, con una sonrisa de oreja a oreja— ¿Te sirve?

Idonne pudo ver una pantalla oscurecida emerger desde el proyector dentro del CID. No había presentaciones en aquella página, que no utilizaba —como el resto de los buscadores— el reconocimiento de gestos para ingreso de datos. Todo se había vuelto manual.

Rebuscó en el pequeño bolsito que siempre cargaba por la nota que había pasado por tantas manos que casi desaparecía, pero que sin embargo seguía viva. Tuvo que esperar a que sus ojos se acostumbraran a la penumbra para reconocer los números hechos con carbón, y comenzó a ingresarlos uno a uno en el teclado que se dibujó sobre la mesa.

No pudo responder a la pregunta de Allie y queella la notara, pero era algo indudable que aquella tarde lo que le servía, eramucho más que suficiente. 

SilencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora