XXI

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—¿Ella las dejó aquí?

Ambas niñas asintieron.

—¿saben por qué?

—Ella conoce a algunas personas aquí. Suele traer víveres, o comida. Pero no nos conocían a nosotras. Solo llegamos.

—Su mamá les dijo que no hablaran de esto con nadie, ¿verdad?

—Sí —respondieron a un tiempo.

—¿Qué hacen hablando conmigo?

—Tú la conoces. Solo queremos saber si está bien y volver a casa —respondió la mayor.

Notó en sus caras la profunda tristeza de la incertidumbre. Las tomó de la mano y decidió salir del lugar sin dar explicaciones, aunque ellas fueron quienes terminaron guiándole hacia la salida.

No esperaba nadie. Salieron en un lugar alejado de la vista de los turistas, y mucho más de los guardias que cuidaban el paso.

Idonne tenía miedo de andar con un par de desaparecidas por la calle. Algún policía o unidad de identificación se les acercaría en cuanto pusieran un paso a la vista. Idonne seguía pensando, a la velocidad de sus pasos casi al trote, alguna de aquellas posibilidades que le llevaran a una mujer a abandonar a sus hijas después de un brote como aquel.

Tenía miedo en que las autoridades se enteraran, y quizá ahí entendió la situación.

Los padres de Lucas, que esperaban en el parque central, le vieron llegar con ambas niñas de la mano, con una mezcla de confusión y molestia.

—¿Son estas?

Idonne asintió

—No puede ser. Tienes que entregarlas a la policía y...

—No. Nada de eso. Tengo que ir por su madre.

—¿De qué hablas?

—Debo de correr —anunció alejándose, sin darles la espalda— cuídenlas, y quédense en casa hasta que yo les indique.

Una cápsula de emergencia se acercaba a Idonne, presta a sus gestos en el CID para abrir paso ante la velocidad que ameritaba su llegada. Antes de entrar, terminó con energía:

—Y no usen transporte. ¡Rápido!

La mente de Idonne volaba, mientras sentía la aceleración de la cápsula hacer que se pegara al asiento. Las demás cúpulas de transporte se abrían a su paso para llegar a cumplir con el cometido que la rapidez ameritaba. Tenía miedo de encontrar un cadáver y acabar con dos niñas perdidas y sin ubicación en la ciudad de Graz, incapaces de vivir por sí mismas hasta la mayoría de edad.

Tenía miedo de no haber entendido las señales, de echar a perder el plan y alejarse sin querer del rastro que le quedaba. Se apresuró a subir los escalones del complejo de apartamentos. Llamó al ascensor sintiendo que se movía demasiado lento para sus propósitos.

Su CID comenzó a preocuparse, lanzando una alerta de neurotransmisores y ritmo cardíaco. Idonne pensó que sería capaz de arrancarse aquel aparato en ese preciso instante. Pero no podía.

Las puertas del ascensor se abrieron para dar paso a un corredor donde las puertas de apartamentos confluían, con números de cristal sobre la puerta corrediza que solo se abría con una invitación o acceso especial.

Idonne maldijo, no sin antes enviar un mensaje a Anastasia para que abriera.

Esperó. Esperó recostada sobre la pared frente al número 584 hasta que la puerta desapareció deslizándose hacia arriba. Idonne suspiró aliviada. La mujer seguía viva.

SilencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora