VIII

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Los guardias apostados en las entradas de cada aeropuerto registraban los pasos de cada CID que pasaba frente a su radar. Eran piezas de ingeniería invaluables que habían comenzado a reemplazar a los humanos desde que ya no hubo suficientes para cualquier tarea, por más pequeña que fuese.

Idonne, a diferencia de la gran mayoría de personas con las que había conocido, sentía una tremenda fascinación por entender los secretos que cada una de sus piezas escondía. Se sabían casi por un hecho trivial que los autómatas caminaban de aquí para allá, siendo serviles y sin pensamiento, ejecutando tareas con su orden milimétrico y sin descanso. Ella creía que a veces podían ir más allá.

Incluso en aquel momento, el sentimiento de que alguien la miraba desde detrás de la nuca no había desaparecido. Las grandes pantallas holográficas anunciaban que el vuelo a Liubliana saldría pronto.

Había llevado consigo su libreta de papel, uno de los objetos que más llamaban la atención al recorrer los pasillos. Tenía la mirada fija en todo aquel que la mirara con más interés del debido.

Se sentó finalmente en su lugar y comenzó a escribir cosas sin sentido, poemas medio escritos, notas que no llevaban a ningún lado y frases que repetía una y otra vez. Prefería hacer dibujos, garabatos, y muchas más señales que no dieran ninguna señal en absoluto. El vuelo duraría muy poco, menos de lo que le gustaría para tener intención de dormir.

Tenía en mente que debía pasar los próximos días sin moverse de Liubliana esperando una confirmación de que nadie la seguía. Stephen tenía indicaciones claras para cualquier clase de situación extraña que se le presentase, aun teniendo en mente que ella se había encargado de borrar todo rastro, de irse sin dejar huellas, siempre estaba el miedo.

Se sentía como el nudo extraño en la boca del estómago al descender de los aires. Agradeció que fuera el avión y no otro de sus malos augurios.

La ciudad tenía un encanto indescriptible para todos aquellos enamorados de la noche. El río se coloreaba de las luces cálidas que imitaban a bombillos de las eras pasadas, creando fantasmas en el flujo negro que atravesaba Liubliana.

Empezó a andar sobre sus pasos la primera vez que estuvo en aquel lugar, maravillándose de todo lo que encontraba, aunque, a diferencia de Paris, ya no se veía tan majestuoso. Sentía una discrepancia con la manera en la que pasaba por las calles. No hallaba nada, ni nadie que le diera una miserable pista de lo que había sucedido días atrás en Graz, ciudad que estaba a una hora de distancia en las cápsulas, un poco menos en tren.

Iría ahí al finalizar su recorrido, que al fin y al cabo, encontrar la verdad en el punto más cercano era la pista de la que su vena detectivesca no quería perderse, aunque primero iría por Gavin, a Verona, a dos horas de distancia y accesible solo en tren.

Caminó hasta encontrar de vuelta el mismo hotel en el que se habían hospedado. Para su mala suerte, el recibimiento era un poco menos caluroso. Una IAH la estaba saludando desde antes de entrar a la recepción.

—¡Buenas noches! Bienvenida al hotel 78U90 —la mirada del holograma paró sobre su CID— veo que ha sido recientemente hospedada en nuestras habitaciones. ¿Algún objeto perdido?

Frente a Idonne se desplegó rápidamente un catálogo de cosas que no recordaba haber visto jamás. Completamente segura de que nada era suyo, negó con la cabeza.

—¡Un placer haberle ayudado! —La sonrisa afable del intento de mujer parado frente a ella le causaba escalofríos, le gustaba más el recibimiento diurno de todos los hoteles. Aquellas cosas además de curiosidad, le causaban recelo.

—Quiero estar aquí de nuevo.

—Su CID marca una reservación sin lugar determinado, ¿quiere que haga la transferencia a nuestro hotel?

Idonne asintió de nuevo. Menos de un segundo después, el dispositivo en su muñeca alertó de la transferencia, asegurándole que debía pasar —en grandes letras rojas— lo más rápido posible a confirmar su estadía. Con una cabezada dirigida a la pantalla en su mano, la alerta desapareció.

—Bienvenida a Liubliana de nuevo, esperamos que su estancia sea de su agrado

Y se desvaneció en el aire.

Los ciudadanos de clase A tenían acceso a las habitaciones más lujosas de cualquier sitio en el que pasaran la noche. Las capsulas de viajeros eran solo una forma de reservar un espacio en la ciudad, sabiendo que pasaría tres días en aquel lugar, yendo y viniendo sin levantar sospechas entre Graz y el castillo, los puentes con dragones y todas las curiosidades que no había olvidado en dos semanas.

Al llegar a la habitación, podía ver en la ventana una proyección de Catzala, previamente ambientada por la Inteligencia Artificial Holográfica, que había visto en su CID su lugar de procedencia.

Idonne tomó un respiro, ajustando el horario a una vista un tanto más nocturna. Decidió dormir así, mirando a las calles del centro de su ciudad, aquella en la que había crecido y a la que deseaba con todas sus fuerzas volver, casi como un capricho, yendo en contra de su propio instinto que solo desapareció hasta que el sueño nubló sus pensamientos. 

SilencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora