Idonne vislumbró la realidad en todo su esplendor después de aquellas palabras. Había sido incapaz de comprender lo que la rodeaba, el lugar en el que se encontraba. Ella era una amenaza para todos los que estaban en aquel lugar y sin embargo, le necesitaban, presas de la buena voluntad que cualquier extraño mostrara ante ellos. Estaban desamparados.
Miró a su alrededor para encontrarse con una mezcla de añoranza pintada en cada uno de los rostros desnutridos y medianamente perdidos. No todos terminaban de entender aquello que era la vida normal, para los que andaban afuera sin preocupaciones.
Niños que habían nacido fuera de las listas de habitantes, en las condiciones más infrahumanas imaginables, no conocían la normalidad de una cápsula, la tranquilidad de las comodidades científicas y tecnológicas que Idonne creía que complicaban más la vida.
No quiso añadir nada durante los minutos que siguieron.
La guiaron entre la gente, atravesando paredes proyectadas de aquellas casas que hacía cientos de años habían estado en Verona. Comenzó a preguntarse qué tanto de todo lo que había en la ciudad seguía siendo real.
Llegaron a un cuartucho de paredes firmes, finalmente. Un espacio donde separaban a las personas enfermas por cortinas medio tejidas de ropa que había sido botada a la basura. De entre todos ellos, destacaba un hombre que se veía mucho más limpio que el resto. También era bien alimentado.
Idonne notó la cicatriz en su brazo. Un pinchazo de dolor le recorrió el cuerpo, y confirmó que había leyendas que eran ciertas. Gente renunciaba al CID arrancándose el chip. No sabía como eran las condiciones de esas personas, pero al menos podría darse una idea. Supuso que el joven sería algo así como un enfermero o médico para aquella comunidad.
—Su nombre es Lucas. Salió del CID para unirse a nosotros. Es el único médico que tenemos, pero no podemos conseguir demasiados instrumentos. Él los necesita.
—¿Eso es todo?
—Sí —se acercó el muchacho con cautela. De cerca, fuera de la penumbra en la que estaban sumidos, era más fácil para Idonne reconocer que el "joven" le llevaba al menos una década de ventaja— Tú también eres médico, ¿cierto?
—¿Cómo lo sabe?
—Mostraste tus datos al entrar. Todos sabemos lo que pasa aquí.
Había sido un tanto idiota al pensar que ellos tenían algo más que no fueran sus manos para enterarse de lo que sucedía, suficiente para subestimarlos. Para pensar que todo lo que pasaba allá afuera era concebible solo por la información que portaban en sus muñecas, pero siempre había algo más.
—¿Tú conociste a quien vengo buscando?
—Sí, estuvo aquí hace algunos días —bajó la mirada— después se perdió otros cuantos. Y al final lo encontramos afuera de la cúpula.
—Lo encontraron...
El rostro de Idonne era una pregunta, una de la que temía la respuesta en todo su cuerpo, esperando que no fuera lo que tenía en mente. Aunque no hicieron falta más palabras, solo una señal de asentimiento.
—Se suicidó.
—¿Cómo lo sabes?
—Robó casi todos los medicamentos que teníamos, no sé cuanto de todo se haya tomado antes de morir.
—Así que es eso...
—No sabíamos qué le pasaba. Era una de las personas que más me ayudaba con la gente enferma. Necesitamos ayuda.
Idonne notó que la joven que la había guiado hasta las camillas había desaparecido.
—¿Qué puedo hacer yo?
—Traer instrumentos, medicinas. Eso es todo lo que te pido. Supongo que sabiendo que eras médico no te sacaron a golpes de la cúpula —el hombre se encogió de hombros— ¿Cuál es tu nombre?
—Idonne —le tendió la mano después de deletrearlo— y tú eres Lucas, ¿cierto?
—Sí —respondió con una sonrisa.
—¿Y por qué...?
—¿Me lo quité?
La joven asintió.
—Llegué como tú, por un accidente. Entré solo por tropezarme con alguien en el callejón. Al ver cómo vivía la gente aquí, no pude irme.
—¿Por qué te lo arrancaste si podías entrar y ayudar con más cosas?
—No quiero ser parte de esto que ellos sufren. No es humano.
Idonne no supo qué responder. No hacía falta añadir nada, o excusarse de todas esas cosas que ya le habían rondado por la mente, aunque era difícil despedirse de la normalidad que la rodeaba. No sería tan fuerte como para hacerlo.
—¿Qué crees que le haya pasado?
—¿A Oscar? —ahora tenía nombre— Creerás que estoy loco, pero creo que había comenzado a escuchar. Sabes que eso es imposible, pero creo que se sentía demasiado abrumado con eso. Empezó a sentir que se estaba volviendo loco y creo que fue mucho para él.
—¿De verdad crees eso?
—¿Ves? Piensas que estoy loco.
—No, no. Me refiero a lo de suicidarse.
—¿Por qué no habría de ser así? ¿También crees que había vuelto a oír? —el hombre detuvo las manos en el aire, captando todo lo que estaba sucediendo— Tú no lo buscabas a él. Buscas a alguien más. ¿Qué pasó?
—¿Crees que alguien haya querido matar a... Oscar?
—¿Por qué sería eso?
—No sé —respondió ella, mirando directamente a su cicatriz— dime tú.
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Silencio
Science FictionLa humanidad ha perdido la capacidad de escuchar. Las mentes maestras de todo el mundo no logran explicar el por qué, y ni mucho menos encuentran una solución. Se han adaptado al medio sin ese sentido, creando avances que perfeccionan la manera de...