Cuando cayó la noche Idonne estaba más convencida de que todo aquello que sucedía se escapaba de las manos de cualquier persona que hubiese conocido. Los primeros rumores de la enfermedad desconocida se habían esparcido como pólvora alrededor de todas las regiones de la rendija. Notó crecer con sorpresa cada uno de los hilos que se respondían entre personas de identidades anónimas donde se hablaban en la clandestinidad de las enfermedades igual de desconocidas.
No pudo evitar mirar desde el acceso de Simón, esperando que algunas de sus dudas se disiparan poco antes de que todo aquello sucediera. Antes de tener que partir sin respuestas, esperando encontrar en su padre un poco de calma ante la tempestad, y quizás en la presencia de Miku un breve recordatorio de que todo iría bien. Decidió llamar al hombre que le haía dado la vida poco antes de dejar la base, en medio de la oscuridad de la media noche. Del otro lado del mundo, alguien despertaba frente a la luz rojiza que alertaba de una llamada importante.
—¿Qué pasó? ¿es urgente?
Idonne ahogó un sollozo. Notó en su padre el cansancio de todos aquellos días que había pasado en la soledad, esperando que las cosas fueran mejores, como ella había esperado desde que dejó su hogar. Aquel día en el que volviera y encontrara a su madre completamente sana, llamándole por su nombre, y no por el de aquella hermana que había perdido cuando era niña. Supuso que su padre ya no tenía tiempo para soñar con aquellos días mejores.
—No, papi. ¿Cómo estás?
—¿Estas bien, princesa? ¿necesitas ayuda?
—No, guapo —apretó los labios, esperando no llorar y agachó la mirada— estoy en Munich, pero saldré por la noche. Así que nos vemos pronto.
—¿Encontraste lo que buscabas?
—Creo que hay cosas más importantes.
—Respondeme, corazón.
—No —contestó, esperando que su padre no notara la lágrima solitaria rodando por su mejilla— pero sé que hay cosas más importantes por ahí.
—No digas eso, cariño...
—Gavin ya no está, papá. Está mi madre, que sigue viva, aunque no sé por cuanto tiempo. Solo quiero estar ahí, ¿sabes?
—Está bien.
—No lo soportaría otra vez.
—Cairño...
—Déjalo estar. Solo quería que supieras que nos vemos pronto.
—Avisame cuando llegues.
—Puedo llegar sola a casa.
—Tienes cosas importantes que saber. Gracias por despertarme antes.
—¿Por qué?
—Voy a ir a verla al hospital. Y aprovechando que estás aquí —el hombre se separó de la cámara para retirarse a la parte del armario donde una a una comenzaron a salir en pasarelatodas sus prendas de vestir— ¿Cuál crees que me haga ver más guapo?
Puso una corbata azul frente a su cuello, seguida de una verde. Idonne señaló aquella última, incapaz de aguantar el llanto.
—Es su color favorito, ¿verdad? —ella asintió— Creo que aun lo recuerda. Yo al menos aun lo hago.
—Te amo.
—Y yo a ti, pequeña.
Salió de la estación con un nudo en la garganta. Un pequeño par de linternillas escondidas en el dobladillo de su spantalones les aclaraban el paso, con los dos chicos al frente, cargando un par de mochilas mucho más grandes que ellos, y sin embargo, demasiado livianas ante su tamaño.
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Silencio
Science FictionLa humanidad ha perdido la capacidad de escuchar. Las mentes maestras de todo el mundo no logran explicar el por qué, y ni mucho menos encuentran una solución. Se han adaptado al medio sin ese sentido, creando avances que perfeccionan la manera de...