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La sala de la entrada de recepción era grisácea. Los tonos de la naturaleza se encontraban por completo ausentes. La oscuridad había invadido cada rincón de aquel espacio, buscando que cualquier rastro de humanidad desapareciera. Era la Casa Central, el despacho desde el que se manejaban la mayor parte de los asuntos de la región a la que Idonne pertenecía, parte de un parlamento en el que se reunían todos los miembros de elite a dar opinión sobre los temas que a cada uno le concernían.

Las reuniones individuales —como había aprendido desde el primer día de haber leído el manual— eran una cuestión meramente extraordinaria, razones que iban más allá de lo que el común debía conocer. Podían ser convocadas por cualquiera, pero tenían que ser aprobadas por "La Cabeza" cinco personas que eran elegidas cada cinco años para dirigir las sesiones del parlamento, por toda la población.

Había sido convocada por los cinco, para hablar de cosas que aun desconocía.

Pasó el resto de la mañana tratando de trazar planes con su padre sobre las acciones que llevarían a cabo en cualquiera de los casos que se les pudieran presentar. Esperaba salir viva de aquel recinto, que ante sus ojos parecía de todo menos vivo.

La identificación para entrar a la Casa Central era sumamente exhaustiva. Se trataba cada dato con el mayor recelo y cuidado ante las personas que podían ingresar, aunque realmente todo mundo supiera que era lo que dentro de cada una de ellas sucedía. La cuestión, en cada uno de aquellos lugares, era que resguardaban los últimos vestigios de la civilización como había sido leída y documentada a lo largo de toda su historia.

En cada una de aquellas casas, repartidas por todo el mundo, se encontraba al menos un objeto de valor incalculable. En la de la región de Idonne en mitad de Catzala, estaba resguardada bajo las paredes de la Casa Central, un basamento piramidal datado del 1400, muchos años antes de la conquista. Probablemente uno de los últimos vestigios de los últimos mejores años de la humanidad.

Pasearon alrededor del parqu justo antes de responder el mensaje que confirmara su visita al centro de gobierno. Tenía miedo, pero esperaba que tod aquello fuera una confusión, quizá cualquier otro tema dispuestos a tratar como en cualquiera de las otras reuniones que tendrían. Quizá era una clase de bienvenida formal al parlamento de la ciudad, que como directora del hospital principal de la ciudad tendría emasiado trabajo comunitario por delante. Sin embargo, los pensamientos coincidentes no dejaban de volar por encima de su cabeza, impidiéndole creer, con alguna certeza que se le escapaba entre los dedos, que algo de lo que estaba por llegar sería bueno.

Su padre lo había notado, desde el primer segundo en el que habóa terminado de leer la carta de Gavin, en la que se relataban sus ultimas horas y deseos. Quizá había algo más de lo que el aun no era capaz de enender, pero Idonne mantenía su propio silencio, mediano como la distancia que seguía manteniendo entre las cosas que le estaba invadiendo la vida, y mas allá de todo ello la capacidad de creer que había alguna escapatoria.

Cuando llegaron a la casa presentaron sus identificaciones. Un sudor frio le recorrió el cuerpo al recordar que aun llevaba el chip que habían hecho para ella al ingresar al MK-U, y aunque hasta la fecha había permanecido indetectable por las máquinas que registraban cada uno de sus pasos, pensaba que detrás de cada uno de ellos se le iba agotando la suerte.

Llegaron pocos minutos antes de la hora concertada. No habían llegado notificaciones de parte del hospital con ninguna noticia relevante sobre el niño, aunque le había pedido explícitamente a Cassandra que lo hiciera, podría haberse olvidado, aunque después de seis mensajes seguidos a su CID ya no quedaba demasiado espacio para el descuido.

Puntuales como la enorme maquinaria a la que representaban, las luces que indicaban su recorrido hacia la sala privada en la cual se reuniría con La Cabeza se encendieron, esperando que las siguiera. Cuando su padre intentó seguirla por el pasillo, un par de brazos se extendieron desde ambas paredes para impedirles el paso.

SilencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora