XXV:

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Antes de comenzar el último de sus trayectos, decidió volver al hotel cerca del Murinsel. Era poco más que un par de cabañas bien protegidas del público, por detrás de los árboles que cubrían el paisaje del otro lado del río.

Se tenía que cruzar por los lados del Murinsel, por el pequeño puente elevado por encima de la cúpula de cristal. Al cruzar, justo en medio del puente, Idonne se detuvo mirando al fondo. Sintió en su pecho crecer la necesidad de saltar. O al menos de entender la raíz de saltar.

Quería conformarse con esa idea en su cabeza que todo no habían sido más que suposiciones, y que nadie le estaba siguiendo. Quería estar segura de que todo había acabado tal y como le habían contado, pero de ser así, ¿dónde estaba naciendo la causa?

No lo entendía. Quiso entenderlo rebuscando entre los objetos perdidos del hotel que llevaba por nombre el mismo que el del restaurante sobre el rio. Pidió unos minutos para entrar en la habitación después de encontrar lo que buscaba, y su deseo fue concedido.

Todo había cambiado.

Las sábanas no eran las mismas. La habitación que compartían, con aquella cama lo suficientemente grande como para haberles quedado pequeña. La mesa de noche que salía por la pared desde unas agarraderas de metal, donde estaban todos los botones de luz y control del lugar.

Idonne se divirtió paseando sus dedos por el tablero, recordando la cara de Gavin haciendo lo mismo en cuanto llegaron a Graz.

Recordó sus ojos marrones y su cabello rizado, más largo en la parte de arriba. Recordó sus sueños de dejar el hospital tan pronto como le fuera permitido. Recordó sus labios gruesos, la sensación de su respiración en la nuca cuando le abrazaba por las noches.

Habían acordado nunca hablar de aquello. Fingir que cada uno vivía su propia vida sin ánimos de perder aquello que habían construido con los años. Nunca salió de sus manos el gesto propio que determinaba sus sentimientos, y quizá eso era lo que más le pesaba.

Antes de comenzar a llorar, se decidió a mirar hacia las cámaras de vigilancia de su casa, por algún rastro del desastre del gato. Sin duda alguna, el control de daños se limitaba a una caja de arena que ya le estaba quedando pequeña al pobre de Miku, que en ese momento no se encontraba dentro de la casa.

Idonne creyó que en aquel momento pasaría Gavin saludando al monitor. Esperando que volviera. Pero eso no sucedería.

Ahí fue cuando las lágrimas comenzaron a caer.

En cuanto logró recomponerse, tomó la sudadera vieja que Gavin había dejado a propósito como "objeto perdido" después de que se hubiese rasgado desde una de las mangas.

Había perdido el equipaje de Gavin. Esperaba encontrar un poco de él en los detalles, en cada uno de sus recuerdos, y probablemente de vuelta a casa. Quizá ahí era donde le esperaba, aunque tenía otras cosas en las qué pensar.

Anduvo hasta el medio día por las calles de la ciudad con la sudadera rota encima. Se sentía feliz, de manera casi incomprensible. Un bizcocho de fresa le esperaba sobre el comedor al llegar a la casa de Lucas.

—Queríamos que te quedaras un poco más —dictó la mujer antes de estrecharla entre sus brazos— ojalá puedas volver pronto.

—Ya no quiero causarles más problemas.

Jaime acercó una silla a Idonne, indicándole que se sentara.

—Si fuera molestia te habríamos corrido antes.

Su esposa le dio con el codo en la tripa. El hombre frunció el ceño con diversión.

—Quería saber una cosa más —añadió Idonne, mirando hacia el pastel al centro de la mesa— ¿También saben de la rendija?

El hombre corpulento se giró de espaldas y tomó un trapo sucio sobre la tabla de la cocina, y rápidamente se puso a limpiar el inexistente polvo encima de las vigilantes que apuntaban hacia ellos.

—Mírame —la mujer llamó su atención— cualquier cosa que vayas a hacer ahí, nunca entres con tu nombre. Y de preferencia, no entres. No hay nada que quieras ver ahí.

—Pero...

—No hay pero —detuvo las manos de Idonne contra la mesa de un golpe— no entrarás en ese lugar.

—Tengo acceso de élite...

—Si lo que estás buscando es alguna razón rara o información médica confidencial, no encontrarás ahí nada más que problemas.

—¿Por qué dice eso?

Una mano enorme se posó sobre su hombro, haciendo que girara por completo para dedicarle su atención al hombre que había dejado de limpiar.

—Muchacha. Haznos caso, o vete de la casa.

—¿Qué?

La mujer agachó la cabeza, desviándole la mirada.

—¿No te dijo Lucas?

—¿Por eso es por lo que salió?

Jaime respondió con una lenta cabezada.

—Dejó algún rastro por ahí, y prefirió renunciar antes de que lo encontraran.

—Pero él estaba bien antes, ¿no?

—Se dio cuenta después que no lo habían captado por la rendija. Se dio cuenta que su error fue salir presa de la paranoia. Pero tú no estas buscando cosas inocentes, Idonne.

—Yo solo quiero...

—Vete, por favor —la mujer le tomó de la mano— por favor. Si vas a hacerlo, borra nuestros contactos, y no vuelvas. No es seguro.

—Pero ustedes...

—Somos ancianos, muchacha. ¿Podemos comer tu pastel de despedida y hacer como que esto nunca pasó?

La joven buscó algún rastro de broma en sus miradas, pero encontró todo lo contrario. Una clase de reprobación que solo hacía más que calar en su pecho.

Cruzó las manos después de asentir, y sin una palabra más comieron, poco antes de despedirse por última vez. 

SilencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora