XXII

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—Deja que las niñas activen su ubicación solas. Ahora.

La mujer no cuestionaba. Asentía a todo completamente fuera de sí, un estado que no le beneficiaba a ninguna de las dos. Idonne tenía ganas de tomarla de frente y golpearle fuerte la cara. La ternura con la que le había comprendido y sus ideales de ayudarle a salir de todo aquel caos eran demasiado para su temperamento. Podía ser paciente, pero no a aquellos extremos. Las manos le temblaban, suspendidas a cada lado de su cuerpo.

Espero que la mujer obedeciera a cada una de sus órdenes sintiendo como la capsula las apresuraba cada vez mas a su destino mientras el tiempo se acortaba. Idonne sentía que ya había pasado demasiado como para que no se encontraran con el caos en la casa.

Antes de salir había planeado gran parte de la coartada, la limpieza de la habitación y un severo regaño que no surtiría efecto ante la cara de preocupación y turbación de Anastasia. Seguramente funcionaria menos con una marca gigante en su mejilla, de las ganas que Idonne tenía que hacer acopio para no abofetearla.

Pararon justo antes de la patrulla que les seguía, uno de aquellos vehículos que, aunque autónomos, seguían sus propias reglas de vialidad, así como las ambulancias que trasladaban enfermos a los hospitales, tenían vía libre por transitar fuera de los rieles organizados por cada una de las ciudades.

Idonne bajó de un salto de la cápsula, dejando detrás a la mujer que aun no terminaba de salir de su duerme vela, probablemente administrada de algún antidepresivo que hubiese encontrado por ahí. La joven no se había dado a la tarea de investigarlo, menos en una situación como aquella. Corrió hacia la puerta viendo como los policías comenzaban a bajar de sus lugares.

Los padres de Lucas habían recibido instrucciones cifradas de manera que ella estaba segura de que comprendería, una serie de morse que era indescifrable.

"Hagan que mientan, digan que están perdidas. Escriban. Papel. Quémenlo cero rastros."

Recuperó el aliento al posarse sobre el barandal viendo como los uniformados se acercaban hacia ella. Sabía que había levantado todas las alarmas.

—¿Quién es usted?

—¿Yo? Idonne García, mucho gusto oficial —le tendió la mano, no sin antes proyectar sus datos. Notó como la expresión en su rostro cambió considerablemente.

—¿Ya sabe a lo que venimos?

—Justamente, yo me había reunido con la madre de las niñas. Ayer. Vine por cuestiones de trabajo a Graz, y me di cuenta que estaban perdidas. Las vi en los anuncios. Me contacté con Anastasia —la mujer mencionada se acercó con lágrimas en los ojos a la casa, mirando como las niñas se lanzaban a su cuello para abrazarla— y trabajando con la gente de...

Idonne prefirió guardar la información, aunque ya había indicado más de lo que podría guardar.

—Trabajando con algunas personas sin hogar que necesitaban ayuda, las encontré.

—¿Las tenían cautivas?

—Nada de eso. Ellas estaban ahí por su propia cuenta. ¿Cierto?

Idonne se giró hacia las niñas, repitiendo la pregunta. Las tres mujeres se miraron entre sí, cuando la mayor intervino.

—No nos hicieron nada malo. Quisimos escaparnos un rato.

Respondió, con una expresión ilegible. Idonne sintió escalofríos, pensando que su coartada se iría a la basura en un gesto.

La pequeña se adelantó con un paso y tomó la mano de Idonne, dibujándole al agarre una palabra: "Gracias" sin que nadie más lo notara. Rápidamente, así como apareció, se plantó frente a los oficiales.

—Mi hermana y yo estábamos bien. Nos perdimos, pero no queríamos reactivar la ubicación. Solo queríamos ir a jugar al parque sin que mamá nos regañara. Estamos bien.

El más joven del par de uniformados miró por encima de gafas. Idonne se dio cuenta que tenía ojos protésicos, que rápidamente se enfocaron en todos los brazaletes que tenía a la vista. Sentía por las modificaciones corporales tanto desagrado como por los androides. Eran... escalofriantes.

Supuso que estaría guardando sus datos de visión para andar con cuidado por ahí. Se estaban acabando las andanzas de la joven. Así como su tiempo para descubrir la verdad.

Tenía miedo que al volver a casa de Anastasia las cámaras tuvieran el bloqueo acostumbrado, con el gobierno decidido a analizar el comportamiento de la familia para encontrar el más mínimo fallo, la razón ínfima del escape de las niñas. Pero igual seguía siendo mejor, mucho mejor, que pensaran que la madre había vuelto a escuchar.

Sabía que se había salvado, pero no sabía por cuanto tiempo. 

SilencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora