XXVI

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Era la primera vez que viajaba durante tanto tiempo en alguna de las cápsulas. Se decidió emprender el viaje como la última encomienda que realizaría en su pequeño viaje. Iba por el todo o nada al entrar en Múnich, tratando de encontrar todos los secretos que se encontraban detrás de la desaparición de su mejor amigo, e incluso, quizá, buscarle alguna explicación a aquella extraña epidemia, que seguramente tendría su razón en algo que estuviera pasando por debajo de la rendija, sin alertar los radares de la población en la que nunca pasaba absolutamente nada.

Idonne tenia miedo de encontrarse con una de aquellas verdades que fuera incapaz de controlar, si es que habría personas que regaban la voz de su paradero y ubicación por la rendija, así como sus síntomas en común. Anastasia la había inquietado lo suficiente como para no poder sacarse su nombre de la cabeza, aunque debería de estar borrando todo su rastro del CID.

Anuló sus datos para cualquier otro ciudadano con el que hubiese contactado en la última semana a mitad del viaje.

Se sorprendía de la claridad y armonía del paisaje. El viento meciendo los largos campos de trigo que estaba volviéndose de color dorado, así como las hojas secas de los árboles. Todo había cambiado con el paso del tiempo. Todo era diferente.

El vacío en el estómago se hizo real cuando llegó al archivo donde guardaba la información de los padres de Lucas. Sabía que mas por su seguridad que por la de la pareja, todos sus datos eran compartidos como si fueran de la clase B.

Todo por sus antecedentes con su hijo, aunque siguieran conservando su estatus en la sociedad. Idonne apretó los labios al leer sus nombres, encontrando en aquella pareja tanto amor como el que no creía que alguien en su situación podría dar, específicamente sabiendo que nadie podría confiar en ellos de la manera en la que ellos hacían con otras personas.

Se hizo la promesa de no volver hasta que todo se solucionara, e incluso después. Tendría que evitar la urgencia en las manos de tamborilear sobre su pierna para evitar la ansiedad que le causaba la alerta: "Miembros de clase A con familiares en búsqueda. No se descarta complicidad"

Y justo debajo de aquella leyenda en rojo que flotaba por encima de su muñeca: "Eliminar datos de contacto"

Tomó la iniciativa, quitando cualquier rastro que hubiese tenido de sus días en Graz, para ella y no para el sistema, como un favor a una fuerza mayor a la que debía más respeto del que creía.

Se quedó dormida, envuelta en los brazos de Gavin que volvían a la vida por el calor que le daban las mangas rotas de su sudadera naranja. Soñó con su aroma. Lo habí avisto como un hermano, alguien con quien creía que compartiría su vida durante los primeros años de ella. Después se dio cuenta que había algo en sus ojos que no dejaba descansar a su mente.

Recordó la forma en la que las comisuras de sus labios se curvaban cuando ella hacía algún chiste, tan malo como de costumbre. Pero él siempre reía. Idonne tenía la idea de que él gustaba también de los chicos, tanto como nunca le había presentado una pareja estable en su vida.

A ella poco le importaba. Ambos sabían lo que sentían, y con ello siempre había sido suficiente, sin tener que darle una forma que se iría tan efímera como el tiempo entre sus manos.

Se encontró con el rostro mojado cuando la suave vibración de la capsula y el calor envolvente lograron despertarla. Había llegado a Múnich después de tres horas de viaje. Se secó las lágrimas con un poco menos de furia que las veces anteriores. Casi había acabado de comprender cuales eran todas las implicaciones de no volverle a ver. Sabía que todo pesaría aun mas al volver a casa y saber que ya no existía un "nuestro" sino simple y únicamente suyo. Tristemente suyo, como el gato que mataba pájaros que se atrevieran acercarse al cercado para alimentarse, o solo por diversión.

SilencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora