XLIV

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Antes de despegar del aeropuerto en Munich para su vuelo de poco menos de diez horas, decidió mandar mensajes a todos aquellos a los que había conocido en sus días por Europa, sintiendo como una pequeña parte de ella se quedaba en cada palabra. Le pidió a Stephen borrar su contacto, esperando que así lo hiciera justo después de leer el mensaje, sin importarle demasiado la hora en la que fuese leído.

Los padres de Lucas habían pedido el olvido, siendo incapaces de comprender que ella necesitaba todo menos eso, una mano en el hombro qu ele dijera que todo iba a estar bien justo antes de irse.

Simón finalmente había recibió noticias de Pere. Noticias que Idonne no quiso conocer después de leer el encabezado del mensaje: "Estamos muertos" Trató de temer por Allie, que estaría sola en aquel lugar con ese hombre abandonado de la vida, pero quizá estaba perdiéndose de algo, de las ganas de perseverar, y el miedo que les mantenía vivos y unidos. Al menos el grupo del MK-U tenía algo por qué vivir, completamente seguros de que todo estaba mal allá afuera. Ella no quería investigar lo suficiente para saber si tenían la razón.

Justo al llegar al aeropuerto, decidió reiniciar su ubicación, acto ante el que una luz rojiza, casi imperceptible Salió del pequeño chip que le habían puesto en la colmena. No tenía miedo, solo esa clase de resquemor en el pecho sabiendo que tal vez había hecho más mal del que necesitaba. Y a pesar de saber todas aquellas cosas por las que había salido de su ciudad, regresaba con las manos casi completamente vacías.

Un mensaje de su padre saltó ante su vista rápidamente. Había sido alertado de su condición física apenas y había quedado inconsciente en mitad de la colmena, pero no parecía preocupado. Entendía que había cosas que no necesitaban explicaciones, como el prolongado abrazo del que disfrutaron ambos al cruzar apenas la vista en el aeropuerto al llegar.

Idonne tampoco había preguntado nada, sabiendo que su primer destino no sería su viejo hogar, ni la mecedora donde quedaban las últimas telas de araña que a la mente perdida de su madre le habían dado ganas de dibujar por cualquier rincón que se encontrara. Casi quería creer que no había olvidado hacerlo, sino que se divertía más con los nudos y enredaderas que no tenían sentido, que había pasado de todas las figuras preciosas que se podían hacer sobre el bastidor, que estaba cansada de la monotonía de la aguja.

O había querido aguantar las lágrimas cuando la capsula finalmente los había dejado frente al hospital, ese al que no tendrían que regresar después de un último suspiro, aquel en el que su madre dibujó su nombre en su mejilla. Le agradó saber que al menos al final, recuerdos le habían quedado.

Quiso pensar que estaba feliz, recordando que su pequeña había vuelto sana y completa, de aquel lugar que no sabía al que se había ido a jugar. Solo sabía que estaba segura. Ambas lo estaban, o lo estarían. Y eso estaba bien.

Se despidió dándole un beso en la mejilla, un segundo antes de que su CID lanzara la trágica alerta, a la par que la de su padre se encendia con la leyenda:

"Miranda García Delantre ha fallecido. ¿Confirma que es usted su heredero?"

Pero aquellas palabras vacías podían esperar. 

SilencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora