XIV

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El itinerario había cambiado a última hora. Se suponía que aquel día iría a Münich, cambiando su ubicación sin tener que volver a Liubliana. Extrañaría alguna pista que fuera encontrada para ella, alguna clase de huella en la que Gavin estuviera presente, algo que le dijera que su paranoia estaba infundada.

Sabiendo lo del puente, tenía miedo. Podría ser que alguien le hubiese obligado. Nunca hubo nota, ni ningún mensaje dado por su parte, pero en efecto, su cuerpo había sido encontrado y reintegrado. Ya no quedaba nada de él por recuperar.

Le contaría después a sus padres, e iría justo después de terminar su viaje. Ahora tenía un propósito menos urgente, pero igual de importante. Encontrar la verdad.

Revisó sus notas hasta que el amanecer asomó por las ventanas de su habitación en el último piso, con una vista privilegiada a cada una de las calles de Liubliana. Casi podía imaginar que en el horizonte se dibujaba otro de aquellos callejones donde vivía la gente menos privilegiada, en sus pequeñas cúpulas.

A veces pensaba que tenía demasiada suerte, como en ese momento.

Durmió algunas pocas horas para tratar de olvidar el paso del tiempo que le había pesado en los párpados, aunque casi estaba acostumbrada a la resaca de las noches sin dormir por su trabajo en el hospital. Sabía que algo o mucho de lo que conocía sobre su vida cambiaría al volver.

Se alistó con todas sus cosas para hacer la salida del hotel y llamó a su nueva cápsula, en dirección a Graz. Durmió durante el trayecto, que fue de poco mas de una hora. Había indicado la dirección de los padres de Lucas esperando llegar en un buen momento, aunque tal vez nunca lo sería.

La cápsula se detuvo en el centro de la ciudad, junto al paradero turístico de los grandes conjuntos de movilidad, donde la gente andaba por grupos conociendo la historia del lugar. En ese asunto, la curiosidad humana no había cambiado.

Su CID se iluminó mostrándole un mapa en el que indicaba los pasos que debía seguir para llegar a la casa de Lucas. Su maleta la seguía por detrás, conectada a su chip como su sombra.

Se detuvo frente a la pequeña cerca que rodeaba el jardín, sobre el que se alzaban una serie de fuentes donde agua se proyectaba desde el centro a los lados en diferentes figuras imposibles para la física de cualquier fluido que no fuese la luz. El agua había sido cortada para cualquier servicio que no fuera gubernamental o de uso personal, sin embargo, los hologramas emulaban o casi superaban la belleza de la luz proyectándose contra las gotas que salpicaban al chocar con la piedra.

Idonne se quedó mirando embelesada la dificultad del follaje, las flores y el olor que proyectaban. Incluso le pareció ver una abeja revolotear entre las rosas de color azul rey. Era una casa que resaltaba entre las del resto de la calle, por algunas cosas que eran tan indescriptibles para ella como la textura de una pluma.

Se sorprendió al ver como un hombre mayor le miraba desde la entrada de la casa. Tal vez habría pasado demasiado tiempo viéndole como ella a las flores.

—¿Buscaba a alguien, jovencita?

Idonne comenzó a buscar entre los bolsillos de su chaqueta para encontrar el pedazo de papel. Estuvo a punto de llorar, mordiéndose los labios de la urgencia por no dar con él cando lo vio tirado a su lado, siendo retenido por una de las llantas de su maleta del viento.

—Esto. Por favor —se acercó al hombre, lo más que la valla le permitía— encontré a su hijo ayer en Verona. Me dijo que viniera a su casa.

La reacción que obtuvo de la nota fue mucho más de lo que esperaba. Él se lanzó a sus brazos y comenzó a llorar. Idonne lo sostuvo, sintiendo el sacudir de los sollozos recorrer su cuerpo. Casi podía entenderlo.

SilencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora