VII

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—¿Y qué hay de lo que me cuentas? ¿quién te persigue?

—Eso aun no lo sé.

—Entonces, ¿cómo sabes que es real?

El chico estaba sentado de nuevo en el suelo, sobre sus tobillos. Idonne mordía con inquietud el interior de sus mejillas, planteándose en como guardar la situación aun sabiendo que todo jugaba bien de su lado, pensando en que nada se le escapase de las manos.

—Es sencillo, ¿para qué nos sirven los sentidos, Stephen? Hace siglos, cuando todos podíamos oír no dependíamos de todo lo que nos rodea. Las cápsulas dependían de nosotros, rodaban a nuestra voluntad —suspiró, bajando las manos mientras se agachaba al lado del nuevo conocido— le dicen independencia a tener todo aquello que nos falta. Somos adictos a lo que cubre nuestras necesidades primitivas. Gavin decía que no hay nada más precioso que la música, y esas son antigüedades. Podría parecerte que nada de lo que digo tiene sentido, pero es mejor que leas entre líneas.

Ella se puso de pie, dejando a un hombre confundido mirándole desde abajo, componiendo una mueca de lo que representaba su estatus para el resto. Todos siempre le mirarían desde debajo.

—Stephen —añadió, acercándose de nuevo al interruptor de las vigilantes— quítate la camisa.

Él aceptó, confundido y sin entender del todo su extraña petición.

—Ven aquí —tiró de su mano, poniéndose tan cerca de su torso desnudo como le fue posible— bésame cuando las cámaras se enciendan.

Y eso hizo.

El encuentro —pensaría Idonne después de salir de la puerta del pequeño apartamento— no había sido obra de la casualidad. La clasificación de la sociedad se dividía por letras en función de sus derechos y privilegios. Los ciudadanos de clase A podían ocultar su información a simple vista. El resto, cargaba en el color de su CID la clase de identificación a la que pertenecían.

Stephen pertenecía a la clase B1, clase que había bajado hacía un año después de haber utilizado algun tipo de estupefaciente que no aparecía en el registro. El choque frente al memorial de Notre Dame no había sido un incidente, el contacto entre brazaletes transmitía toda la información hacia cualquier ciudadano de clase A. La élite no era escasa, pero gozaba de privilegios que podrían salvarles la vida en cualquier momento, como el conocer todos los registros sociales del ciudadano de clase más baja.

Se sintió estúpida por el número posterior, la debilidad y el abrumador descenso a aquel rincón mental que le permitía desaparecer por un rato del mundo. Sí, había huido de Stephan, pensando que cualquier cosa que dijera saldría mal. Sí, había llorado en su habitación y había jurado no contar absolutamente nada.

Pero también era un huérfano, desencantado de la vida y probablemente con un pasado familiar en campos de concentración. Las personas de clase B1 podían subir a clase A en cualquier momento, y por ello el gobierno les dejaba más bien en paz. Sus privilegios eran suficientes como para que Idonne supiera que no causaría molestias, y a su vez que no tenía ningún contacto en los ejes superiores de la inteligencia artificial que todo lo gobernaba.

Incluso, y como pudo constatar por ella misma, poco sabía él de la modificación del CID para evitar las lecturas. Eso significaba que no le interesaba en lo más mínimo alguna conspiración o algún signo de rebeldía.

Estaba completamente solo, al igual que ella. Y necesitaba un contacto en cada país que visitara.

Con una sonrisa de satisfacción en el rostro, se montó en una cápsula color negro, exclusivas para los sitios con gran afluencia de turismo de clase A. Su avión partiría pronto.

SilencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora