XXIV

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El resto del día transcurrió con normalidad.

Las niñas habían vuelto a casa con su madre. Idonne estaba esperando mensajes de su familia desde Catzala, procurando que todo fuera casi mejor de lo que cabía esperar, aunque las esperanzas no fueran su fuerte en ese aspecto.

No quiso seguir la conversación del día tratando de dar con la cuenta de las veces en las que se había equivocado, pensando que esa sería una de ellas.

Pensaba pasar por primera vez la noche en casa de Lucas antes de dejar Graz, pero había olvidado preguntar por aquella palabra: "la rendija".

Pidió una de las capsulas que la llegarían, ya mas tranquila, casi al anochecer, a la casa de Anastasia. Ya no tenía prisa, solo una urgente necesidad de entender a donde iría. Sus planes eran volver a Verona, o a cualquier otra ciudad que hubieran visitado con Gavin para encontrar alguna pista, pero se sentía tan perdida como de costumbre

Anastasia y sus hijas se habían ido después de la comida. Idonne llamó a la entrada, esperando que las luces dentro se encendieran y que alguien le diera el pase a la casa. Ya todos estaban dormidos.

Espero, lanzando cientos de mensajes a la mujer que vivía en el apartamento 548 cuando las miradas comenzaron a volverse más atentas, más persistentes, ante la joven que no quería dejar aquel lugar por haber olvidado la clave de su conversación.

Anastasia finalmente abrió, envuelta en una bata de satén de aquellas que no se veían todos los días. Idonne tenía por un hecho que al menos alguien —sino era ella— entre sus conocidos pertenecía a la élite. La rendija era una prueba.

Antes de que la mujer le preguntara cualquier cosa, o le dirigiera otro de sus comunes gestos de desagrado, Idonne le detuvo.

—Olvidé preguntarte. ¿Qué sabes sobre la rendija?

—No quiero que sigas molestando con esto. Tienes todo lo que necesitas.

La puerta estaba a punto de bajar frente a la cara de Idonne cuando esta puso un pie al frente, tomando con su mano el marco.

—Necesito que me cuentes lo que sepas. Solo necesito entrar, por favor.

—Es demasiado peligroso.

—¿Te bloquearon las cámaras?

—No, pero igual no las puedo apagar hasta que pasen 24 horas. Todo porque los oficiales aparecieron.

—Deja el tema, mujer —respondió Idonne, cansada de la actitud de Anastasia— necesito que me ayudes.

—No quiero que me metas en problemas —respondió ella, con las cejas levantadas, esa actitud de superioridad que casi nunca dejaba su cara.

Le asqueaba la posibilidad de ser esa clase de persona, egoísta hasta el hueso, con ninguna pretensión que no fuera mas que la autopreservación. Idonne dudaba que siquiera se preocupara por sus hijas, pero no tenia tiempo para razonamientos morales.

—Borraré tus datos de contacto, y toda huella de que estuvimos juntas, solo... por favor, aquí.

Idonne le tendió un pedazo de papel y un carboncito envuelto en plástico, aquellas cosas de las que nunca se separaba.

—Explícame como entrar.

Anastasia se acercó a la joven, haciendo a un lado su mano extendida.

"No confíes tanto. Escribiré. Desaparece"

A Idonne se le heló la piel.

—Se suponía que tú no sabías como...

—El hecho es hacer como que no lo sabes. Aquí arriba nadie puede saber lo que sabes. Deberías ir entendiendo eso. Ya no eres como el promedio.

Acto seguido, Anastasia arrancó el papel de las manos de Idonne, y sin mediar ningún otro gesto, lanzo su preciada libreta y el pedacillo de carbón por el pasillo, sin darle tiempo a la joven de mirarle de nuevo a los ojos antes de que la puerta se deslizara hacia abajo, sellando su despedida.

Tomó el papel ennegrecido entre las manos, y a simple vista logró reconocer una palabra: "Múnich"

La rendija, era una clase de submundo de la conexión que tenían los CID donde los usuarios tenían mayor información sobre lo que controlaban. Era un vestigio del primitivo internet que no había terminado de desaparecer. Funcionaba para las personas de la élite, con una clase de comunicación infranqueable donde nadie podía comprometer su seguridad, y aun mas que eso, se podía acceder con cuentas falsas, que no fueran precisamente las que conectaban con la información conectada a los chips biológicos.

Eran muchas las historias que se contaban sobre gente que entraba a la rendija y terminaba siendo ingresada a los campos de trabajo forzado, pero eran más las historias sobre la élite que dominaba al mundo desde esas sesferas. Obviamente estaba el acceso a todas las bases de dato de población completamente accesibles desde ese nivel, pero para ingresar tenías dos opciones: Utilizar un chip vital con una identidad falseada, cosa casi imposible, o pertenecer a la élite, y regalar tu privacidad en aquella red primitiva a cambio de información. Era algo que se podría volver en contra de aquellos poderosos que accesdian a ella, pero a casi nadie le importaba.

Las diferencias sociales habían sido casi completamente eliminadas desde la última guerra, la élite estaba a solo un paso de comportamiento y buena conducta. Se contaba de personas que al alcanzar la independencia del control paterno lograban ingresar a la elite en cuestión de meses por servicio a la nación.

Todo era una garantía de seguridad que no parecía afectar a nadie, excepto a aquellos que no formaban parte de la conexión mundial, aquellos desafortunads que habían nacido fuera del sistema o que por alguna razón u otra buscaban huir de él.

Idonne comenzó a leer la nota, tan breve que no creía como era posible que tanta información entrara en tan pocas palabras.

"Alegría Wassereihm"

Código 18032005

Munich.

Eso había confirmado mucho sobre las cosa que había investigado Idonne. En sus andanzas por encontrar heucos en la captación de datos internacional, había escuchado los rumores de las antiguas amistades que nunca se habían roto con Alemania, que al final parecían ser ciertas.

Estaba decidida a encontrar al grupo de héroes que surcaban la red sin ser detectados, probablemente viviendo refugiados sin saber en una de aquellas cúpulas esparcidas en todas las ciudades para la gente sin hogar.

Agradeció en silencio por tener un nuevo destino y volvió caminando, en la oscuridad y el viento helado, a aquel lugar que podía llamar hogar.

De alegría no tenía ni la más mínima idea. Supuso que sería un pseudónimo, calle o clave. Siguió pensando en todas las posibilidades al llegar a casa, incluso decidió que soñar con ello sería algo reconfortante, encontrar aquellas variables en ese lugar en su cabeza al que nadie podía acceder. Y así lo hizo. 

SilencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora