XXVIII

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Aquello estaba muy por encima de cualquier cosa que fuese capaz de imaginar. La cúpula en realidad comenzaba poco más allá de las sombras. Una extensión rectangular al centro donde la luz del sol cubría de un resplandor dorado todo aquello que tocaba, rayos intensificados por un cristal preparado para tal propósito.

Alrededor, un grupo de personas hablaban entre sí, comunicándose de maneras en las que Idonne no terminaba de entender. Hablaban con el cuerpo, moviéndose por completo, desde la punta de los pies hasta la cabeza. Logró identificar a simple vista un par de gestos, que probablemente se deberían al trabajo conjunto sobre aquel día en el lugar.

Más al fondo del rectángulo de sol, se dibujaban unas pequeñas florecitas surgiendo del suelo, llenando de colores el lugar. Los niños corrían de un lado a otro, entre las personas. Un pequeño grupo de ellos le pasó por el frente, casi arrollándola. La gemela que la llevaba de la mano les sonrió con cautela.

Entraron bajo un par de paredes, rodeando algunas concentraciones de personas que conversaban. Iban de un lado a otro, junto a las paredes, por en medio de las salas. Idonne estaba casi segura de que habían pasado más de una vez por enfrente de un grupo, con la misma niña de cabello rizado que seguía comiendo manzanas.

La estaban confundiendo a propósito, pero trató de ignorarlo. Dejó pasar más de quince minutos cuando tomó la valentía de preguntar a dónde la llevaban.

Se detuvo a mitad de uno de aquellos pasillos que se bifurcaban en la oscuridad y se soltó del agarre de la muchacha.

—Necesito que me lleves. Deja de dar vueltas, por favor.

El rostro inexpresivo de la mujer le parecía un poema. Uno en blanco. Trató de repetir con menos velocidad sus palabras, esperando que fueran comprendidas, sin embargo, no encontró reacción alguna de parte de su guía. Esperó algunos minutos hasta que cayó en cuenta que aquella mujer no hablaba el mismo lenguaje.

Se sorprendió en sobremanera, tratando de encontrar una manera de hacerse entender que le valiera, pero todo aquello tenía un propósito. Lo descubrió segundos después de pararse con las manos a sus costados, buscando dejar de entender o protestar, simplemente volvió a tomar la mano de la chica y se dejó llevar.

Empezó a dejar de contar el tiempo, comenzando a hacerse un mapa en la mente de cada habitación que recorrían, por cada pasillo por el que salían hasta que volvieron de nuevo al gran rectángulo a mitad de la estancia y de nuevo, volviendo a empezar por cada una de los cuartos, cuando la gente comenzaba a verla con mayor atención.

Entonces cayó en cuenta que eso era mucho más de una idea para confundirla. Estaban presentándola ante la comunidad. Plasmando su rostro y sus pasos, y viceversa. Cuando comprendió aquello, comenzó a saludarles a todos y cada uno de ellos, obteniendo sonrisas en respuesta. Incluso algunos niños que jugaban en el rectángulo de sol comenzaron a acercársele a regalarle algunos dulces.

También empezó a entender que no era una forma de confundirle, era hacerle comprender las intrincadas ramas de cada habitación. Tenían que hacerle sentir en confianza, haciendo que todos la reconocieran al grado de tener tanta repercusión para ella, como al revés.

Todos dependían de todos. Frase que finalmente comprendió cuando las personas encargadas del pequeño campo se agruparon a su alrededor, dejándola fuera del alcance de la mano de su guía. El grupo se fue haciendo cada vez más grande, formando un círculo alrededor de ella.

Desde algún lugar, logró entender el gesto para que se sentara. Ella lo hizo, sobre una alfombra de color verde de terciopelo que había sido tendida sin que se diera cuenta. Una a una, las personas del MK-U se fueron acercando, con nada más que su nombre y una sonrisa. Idonne respondía de la misma manera.

Contó sesenta personas. Más de la mitad eran jóvenes de su edad o muy poco mayores. Luego estaban los adolescentes, y finalmente los niños, que no serían más de quince. Cuando todos se hubieron presentado, el círculo volvió a formarse, y desde detrás de su espalda notó un resplandor azulado, que cambió el color que su sombra empequeñecida proyectaba contra el suelo.

Se giró sobre sus rodillas mientras el círculo se abría y el hombre y la mujer que la habían recibido se integraron, formando parte del círculo. Cuando este se volvió a cerrar, todos se sentaron. Clara le dirigió una mirada que Idonne no supo interpretar justo antes de que sus manos explicaran aquello que ella no entendía.

—Vemos que has entendido como trabajamos.

—Todos aquí somos iguales. Todos los días alguien más es necesario —agregó el joven a su derecha— y hoy, tú has llegado. Y eres bienvenida.

Las manos de todos los presentes se elevaron lentamente en un aplauso que le llenó de una alegría inexplicable.

—Ojalá te sientas bien.

Y acto seguido, el círculo se rompió. Todos volvieron a sus actividades normales, dejándola un tanto confundida. ¿Aquello había sido un rito? Idonne estaba más confundida de lo que creía.

Tomó la mano de Clara, quien no se había movido de su lugar y la apartó hacia un lado.

—¿Por qué nadie me entiende?

—Si no te entiende es porque nació aquí. ¿Notaste la cicatriz? No. Aquí se comunican diferente, para que no puedan entenderse con el exterior.

Idonne tomó un respiro, tratando de encontrar algo de sentido en aquella locura.

—¿Y eso por qué?

Clara sonrió con cariño, como si viera a una niña pequeña hacerle preguntas sobre por qué el cielo es azul.

—Saben que existimos, Idonne. Saben que estamos aquí. La única forma en la que nos hagan algo es por alguna denuncia de alguien en el exterior, pero eso es igual en cualquier parte. Quienes no podemos salir somos los que hemos renunciado al Gran Ente, y somos nosotros quienes mantenemos esto vivo.

—¿Por qué son tan diferentes?

Clara se encogió de hombros.

—Es una cuestión de perspectiva. Aquí todos son iguales.

—¿Cómo?

—Lo entenderás con los días. No le des demasiadas vueltas. Solo busca un lugar donde dormir.

—¿Alguien más va a explicarme qué tengo que hacer aquí?

—Sí, la gente que tiene cicatrices son las personas que te entenderán. ¿Te hace falta algo más? Ya casi es hora de despedir el día.

—¿Y yo puedo salir?

—No. Al menos no en algunos días. Si después quieres volver, solo lo harás.

—¿Y no tienen miedo? —Idonne le miró con desconcierto. Había una espina que no podía sacarse.

—¿De quién? ¿De ti?

Negó con la cabeza.

—En efecto —continuó la chica de ojos grises—, no tenemos miedo porque tampoco te haremos daño.

—Una última cosa —terminó Idonne— ¿Y Alegría? ¿Y el código?

—Para saber esa clase de cosas tienes que pasar algunos días más aquí.

—¿a todos los reciben así?

Clara se giró sin responder a su pregunta, mostrando a sus espaldas un solitario dedo índice. Era cierto, solo iba a responder a "una última cosa". 

SilencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora